Capítulo 10

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Cuando tenía 8 años encontré una golondrina herida en el huerto, tenía el  ala dañada, las plumas de esa zona se veían despeinadas y levantadas en posiciones extrañas y poco naturales.
Era realmente hermosa, pequeña y frágil, no más grande que la palma de mi mano; sus plumas negras obtenían un tono azulado con el sol, su pecho rojo sangre era muy llamativo.
La cuidé día y noche, la alimenté y protegí, adaptándole una vieja caja, que además decoré con esmero.
Le escondí en mi habitación para evitar que mi hermano la matara.
Pasadas dos semanas supe que lo había conseguido, que yo, una niña sin poderes e insignificante, había devuelto la salud a un pequeño ser, le había salvado la vida.
Así que la conservé, no le faltaba nada, yo le daba de beber y de comer, incluso envuelta en mis manos la ponía a observar el jardín, el atardecer.
A pesar de mi amor, de mis cuidados, comenzó a morir; sus plumas perdieron todo brillo, se veía opaca y triste, y al final murió.
Murió porque a pesar de tenerlo todo, de que yo la amaba, era infeliz, encerrada en cuatro paredes, en donde no podía elevar el vuelo y ser libre.

Después de que mi hermano y mi padre ingresaron a Azkaban, me dí cuenta de que yo era igual que aquella golondrina, que ellos eran mi caja oscura y que de seguir a su lado mi final sería el mismo.

Una tarde, decidí romper el miedo y entré en la habitación de mi padre, deseaba encontrar dinero para levantar el huerto y poder subsistir; en mis 18 años sólo había puesto el pie en ella en un par de ocasiones, siempre furtivamente, movida por una mórbida curiosidad de saber cómo era su mundo, pero algo me hacía huir precipitadamente, supongo que el miedo de ser descubierta e insultada, o la vergüenza de aceptar que lo amaba, a mi padre, quien me odiaba abiertamente.

Me movía en silencio entre el desorden, buscando en los cajones y los muebles con una prisa casi cómica, recordándome en varias ocasiones que estaba sola en casa, que no podían dañarme más.

No encontré lo que buscaba, pero me encontré a mí, a la bruja en mí.

En un desgastado baúl negro, encontré un sinfín de libros de magia, y los manuscritos de mi madre.
Encontré su vida en el baúl, sus fotos, sus vestidos, sus runas, sus poemas...

¿Cómo había podido olvidarla?  ¿Cómo había podido olvidar su aroma a regaliz y su risa dulce?
Sentí en mi boca las lágrimas de culpa mezcladas con la alegría de tal descubrimiento.

Arrastré el baúl a mi habitación, porque era mío, y jamás perdonaría a mi padre por alejar sus recuerdos y su legado de mi.

Pasados los días fui descubriendo a la mujer que fue mi madre, Lyra Gaunt.
Amante de las flores, como yo misma, muy diestra en la elaboración de pociones, aficionada de la astronomía y con una gran colección de recetas y música muggle.
Había en el mismo baúl un viejo tocadiscos, que devolvió a la casa un poco de la alegría de antaño, alejando así el manto gris que la cubría.

Conocer a mi madre fue como una bocanada de aire después de un largo rato bajo el agua.
Me unió a ella, a pesar de su ausencia y me unió a su varita de una manera espiritual, maravillosa; sentía en mi mano un cosquilleo a su contacto, sentía que una energía brotaba entre las dos esperando salir, crear.
¡Era mi madre, lo sé, esa energía era ella! diciéndome que estaba lista, que la magia siempre estuvo ahí, oculta, esperando el momento de salir y liberarme.

Reía y lloraba por igual con cada hechizo realizado.
ACCIO, AGUAMENTI, BAULEO, DIFFINDO, REPARO.
Parecía una pequeña niña recibiendo los obsequios deseados por Navidad.
Era una verdadera bruja, como lo había sido mi madre.

Con la ayuda de la magia levanté el huerto, pero no me detuve ahí, el jardín ahora era un sueño de colores y la casa estaba limpia y hermosa como nunca lo había estado.

Todo era perfecto pero al pasar las semanas y los meses un miedo terrible comenzaba a lastimarme, sabía que debía afrontar la realidad, sabía que mi padre volvería en menos de seis meses, pues así lo había leído en la carta que envió el Ministerio.

No trato de justificarme, lo juro, pero no podía permitirlo, no podía volver a la caja que acabaría por matarme.
Tenía que haber algo que pudiera hacer, para huir de ellos, para alejarme de esa vida; porque sabía que ellos se llevarían de nuevo lo mejor de mí, y ni mi madre podría devolvérmelo.

Con una rabia irracional me decidí a luchar por mi supervivencia , por mi felicidad.

"Cueste lo que cueste".

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Espero que éste pequeño capítulo les agrade.
Me encantaría saber que les ha parecido.
Seguiré actualizando cuando pueda, y espero sea pronto porque realmente me encanta escribir Merope ;)

Gracias, por ser y estar.

MEROPE GAUNTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora