Narrado I

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El sonido del motor apagándose frente a su casa la sacudió como una onda eléctrica, alejando de su mente los pensamientos que desde aquella tarde se arremolinaban en su cabeza y que peleaban entre ellos decididos a alegrarla o atormentarla, según el caso.
Pudo ver el reflejo de las luces del auto apagarse por la ventana de la cocina y escuchó con creciente ansiedad el sonido del portazo que indicaba que su ocupante había descendido y se acercaba con paso firme cruzando el jardín; el cliqueo acompasado en el adoquín aceleró de golpe los latidos de su corazón, así que con premura se levanto de la mesa, en la que llevaba sentada en estado casi catatónico desde hacía más de un par de horas y corrió al salón.

El momento que había esperado todos éstos años había llegado.

Miró de reojo el viejo reloj de pared, que indicaba que eran las diez con trece minutos, apenas y tuvo tiempo de mirarse por quinta vez en el espejo deslucido que había en un rincón de la estancia.
Se sonrió tímidamente, diciéndose en un susurro apenas audible: "Puedes hacerlo, Merope, tú lo amas, y con el tiempo él te amará también".
Sabía que no era una mujer muy guapa, pero había puesto gran esmero durante aquella tarde, llevaba una blusa color hueso de manga larga, una falda tableada de color gris a la rodilla (que disimulaba muy bien su falta de curvas) y unos sencillos y bien lustrados zapatos negros de tacón, que habían pertenecido a su madre.
Con ayuda de algunos hechizos había logrado alisar y dar brillo a su larga cabellera, que llevaba recogida en una modesta media cola, adornada con un listón de seda negro.
La expectación y la alegría invadían cada poro de su cuerpo.

Un instante después la puerta sonaba.

-Buenas noches, ¿señorita Gaunt?- había un apuesto hombre en el umbral, llevaba un pantalón café y un saco de cuadros a juego, con ciertos toques de azul, que combinaban a la perfección con sus ojos, su voz era pautada y varonil.
Sus rizos castaños en desorden le daban un aire altanero y jovial, poco usual para la moda engominada que prevalecía en aquella época.

-Sss...si, adelante, no hace falta que se presente, es usted Tom Ryddle.- dijo la joven tímidamente; tratando de contener su emoción y nerviosismo se hizo a un lado e indicó con un torpe ademán al hombre que pasara. -Lo estaba esperando.

La estancia estaba bien iluminada, a pesar de que toda la fuente de luz provenía de un candelabro central y unas cuantas velas que había en las repisas y mesitas del lugar.

-No tenemos luz eléctrica en toda la casa, ¿sabe?- dijo la muchacha al notar la mirada inquisitiva del hombre, sintiéndose de pronto avergonzada de su humilde hogar, pese a lo limpio y confortable que le había dejado semanas atrás . -Sólo la hay en las habitaciones porque mi padre piensa que es innecesaria, aunque como ya debe saber no es que su opinión cuente demasiado ahora que no está. - se calló abruptamente, "¿en serio estás hablando de la luz eléctrica y de tu padre, Merope? ¡Vaya idiota!", se recriminó mentalmente, poniéndose tensa y sintiendo un deje de frustración, pues las cosas no parecían ir de acuerdo a lo que había imaginado.

-No importa, Señorita Gaunt.

-Merope, mi nombre es Merope.

-No importa señorita, Merope, sólo quedé sorprendido pues nunca había visto brillar así ninguna vela- respondió fríamente Tom desviando la mirada de las velas hechizadas, que realmente parecían inextinguibles. -No deseo entretenerle mucho, como usted sabe, mañana es mi boda, me parece que incluso conoce a mi prometida, Cecilia Chance, fue ella quien insistió en que usted hiciera los arreglos, y mi madre me dijo que podía pasar a recogerlos esta noche. -continuó el joven. -Puedo pagarle con un cheque, o darle el efectivo si así lo desea.

MEROPE GAUNTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora