Narrado II

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El ajetreo que se vivía aquella mañana en la casona de los Ryddle se combinaba con el aire festivo que se respiraba por todo el pueblo.
Si bien es cierto que los Ryddle no eran muy apreciados por los lugareños, no se podía negar la generosidad con la que, junto a los Chance, habían mostrado por la unión de sus hijos.

No sólo la parroquia y sus jardines habían sido beneficiados, se les obsequió pintura, árboles diversos y fertilizantes de primera calidad a todos aquellos que asistieron a la parroquia a celebrar la misa de gracias, poco después de haber anunciado el compromiso; aquel día se propagó como el fuego la noticia de que, por tradición familiar de la novia, se haría un banquete en el jardín principal de la iglesia, en honor a los recién casados, con música de orquesta, la mejor comida y vino para todos los presentes.

Como era de esperarse, el pueblo entero, que pocas oportunidades tenía de desempolvar sus mejores prendas y de ser partícipe de eventos sociales de tal magnitud, y a pesar de que la recepción de los novios, con la familia y amigos allegados sería en la casona de los Ryddle, la gente del pueblo hablaba con simpatía y entusiasmo de la boda, y participó con algarabía, pintando sus fachadas, limpiando a profundidad las calles y colgando guirnaldas de flores blancas por todas las calles que recorrería el carruaje de los futuros esposos.

-¡No, no Sandra! Llévalos directo a las mesas de la carpa de servicio, así ahorraremos tiempo en el banquete, ¡Oh, Lucy! Es la tercera vez que te devuelvo estos cubiertos de plata ¡Qué brillen, niña, que brillen!, ¿decías algo querido?- Dijo una elegante mujer de facciones duras y esbelta figura, envuelta en una bata de seda lila y zapatillas de dormir.

-He dicho que subí a su habitación, pero no está ahí, seguramente ya se fue a casa del padrino- Contestó el Sr Ryddle con exasperación. -Hace un par de días envió toda su ropa, decidido a no ver a la novia hasta la ceremonia, como es el deseo de todas ustedes.

-¡Debió avisarnos! ¡Ni siquiera su último día en ésta casa es capaz de ser considerado con sus padres!- Terció la Sra Ryddle, chasqueando la boca para restar importancia al reproche de su marido, y con un ligero dejo de histeria.

-Llegará a tiempo, mujer.- Respondió fríamente. -Me alegra que al menos él haya podido saltarse éste infierno de los preparativos.

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-No, en verdad, Ali, estoy bien.- Dijo Cecilia sonriéndole a su hermana pequeña, una guapa pelirroja de ojos castaños y chispeantes, no mayor de quince años. -Probablemente sólo son los nervios, y que mi madre me ha hecho devorar esos panqueques a la fuerza jaja.

-Puedo ir por el tío Henry, te apuesto a que ya está despierto y bebiéndose la primera copa de vino del día, además siempre trae su maletín con él.

-¡Basta, gatita! Solo me pondrás más nerviosa, mejor ayúdame a ponerme el vestido y a peinarme, antes de que me arrepienta de no haber aceptado que viniera el estilista.

-Es la mejor decisión, no creo que hubieras querido quedar como la prima Clara, con las pecas cubiertas y sin parecer tú, ¿te acuerdas cómo se veía después de tanto bailar? Jaja ¡parecía que estaba derritiéndose! jajaja.

Después de un corto tiempo, y con la vehemente ayuda de su hermana, Cecila estaba vestida y lista, ansiosa por llegar a la iglesia y dar el "Sí, acepto".
Dió los últimos toques a su cabello y se alejó un poco para mirar el resultado completo.
El espejo le devolvía el reflejo de una hermosa mujer, ataviada con un bello vestido de seda blanco de caída ligera, bordado a mano con hermosa pedrería y la espalda descubierta, muy ceñido al cuerpo de una manera elegante, que acentuaba su figura de reloj de arena.
Su ondulada melena roja, estaba adornada con una reliquia familiar, perteneciente a su tatarabuela francesa, una tiara de diamantes y esmeraldas, con un fino velo que le llegaba hasta la cintura.
"Te volverás loco cuando me veas Tom Ryddle."
Sonrío a la chica del espejo.

MEROPE GAUNTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora