Capítulo 5

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Los días se volvieron meses, los meses pronto casi un año, y no hubo un solo día que no implorara a mi madre en silencio por su ayuda, para que esos ojos profundos se fijasen de nuevo en mi.
Intenté por todos los medios volverlo a encontrar a solas, hacía constantes visitas a la mercería, comprando telas y otras tonterías que no necesitaba realmente y sacrificando dinero que habría podido servir para cubrir otros gastos, que siempre sobraban en nuestra vieja pocilga; llegando al grado de despilfarrar no sólo mi dinero, sino el de la venta, el que nos daba de comer, sabiendo que aquello me valdría horribles palizas y los insultos de mi padre por ser una maldita squib traidora y ladrona, la maldita cruz que debía cargar en esta vida.

Se me hizo costumbre salir al oír el auto de los Ryddle, podía reconocer el sonido del motor incluso antes de verlo girar cerca del arroyo; sin importar la tarea que estuviera realizando, me escabullía silenciosamente y fingía necesitar agua del pozo, o algún trasto inútil del roído cobertizo del jardín, mientras miraba con ansias a los ocupantes, que rara vez contaban con la presencia de Tom.
Aún a sabiendas de que él no estaba en Little Hangleton, mi corazón se quebraba un poco más con la decepción de no mirar sus suaves rizos y hermosas facciones por la ventanilla del carro.
Sabía por oídas de los muggles del pueblo que sólo venía los fines de semana, ya que asistía a un Instituto en Londres, que a su vez fungía como internado, muy caro, según la Sra. Ryddle y muy distinguido según su padre.
Lejos del pueblo, pero jamás de mis pensamientos; en ningún lugar podría estar lejos de mi amor.
¿Podría sentir en las noches el cálido beso de mis labios? ¿Podían mis pensamientos calentar su corazón a tal punto de saberse amado, indispensable, aunque sin saber por quién?

Yo vivía por por él, a pesar de saber que él vivía bien sin mí.

El último domingo de Julio, se vivía un gran alboroto en la plaza del pueblo debido a que los jóvenes muggles habían terminado el colegio y era el primer fin de semana que tenían libre para disfrutar el hermoso clima que anunciaba el ansiado verano.
Little Hangleton no ofrecía grandes distracciones por eso los jóvenes de mi edad se reunían en la plaza y abarrotaban las heladerías y cafés después de haber pasado una mañana calurosa en el lago.
Como cada domingo, me encontraba ahí, atendiendo mi pequeño puesto de flores y verduras, cuando de pronto una hermosa chica de cabello rojizo y ojos color olivo se detuvo frente a la canasta de flores variadas que crecían en mi jardín, llevaba un hermoso vestido amarillo que hacía resaltar el tono de su cabello, un sombrero blanco en su mano que hacía juego con las curiosas sandalias en sus pies.
Era probablemente mayor que yo, quizá 17 o 18 años, su rostro estaba lleno de diminutas pecas, y a pesar de tener los dientes frontales algo separados, su belleza cortaba el aliento.
"Nunca había visto hortensias tan perfectas, ¡apuesto a que les cantas para que florezcan tan bellamente!, ¡Wow! Tienes tulipanes de todos los colores y...."
Su voz era dulce y melodiosa, tenía un acento muy diferente a los muggles del pueblo.
Jamás la había visto en mi vida, y prácticamente conocía a todos y todos sabían quién era yo, la hija del vagabundo Gaunt, por lo tanto nadie entablaba conversación conmigo, sólo estrictamente lo necesario para pagar la mercancía; así estaba bien para mi también, por supuesto.
Hablaba elocuentemente, y me sonreía mientras lo hacía, mirándome directamente a los ojos, pero sin juzgar mi mirada como todo el mundo, se conformaba con mis respuestas titubeantes y en monosílabos; me describía alegremente las flores que tenía en casa, me pedía consejos para que sus flores fueran tan bellas como las mías.
Perdí la cuenta del tiempo y por primera vez en mi vida disfruté charlar con alguien.

"... Jaja ¡es verdad!, así que llevaré un par de tulipanes de cada color, y esas bellas rosas blancas, las de la orilla, por favor, las hortensias también, querida..."
Mi corazón se detuvo cuando ví al joven que se dirigía hacia mí, lo mire acercarse por encima del hombro de aquella chica tan agradable, ¡era Tom!, !Dios mío, era él!, mi Tom, más alto y más apuesto, llevaba el cabello engominado y sus ojos, sus ojos brillaban al mirarme.

Como en un sueño, no, como en un trance, miré como la abrazaba por la espalda y besaba su cuello, aspirando profundamente su aroma y levantándola un par de centímetros del piso mientras reía dulcemente en su oído.
"Cecilia querida, ¡los helado son malteada ahora!, ¿Qué te entretiene tanto?"
Miró por un instante mis manos, que sostenían todas las flores que ella me había pedido, luego, como alguien que mira el pasar de una polilla, me miró a los ojos, que desvíe instintivamente avergonzada de mi apariencia, avergonzada de las lágrimas que amenazaban con brotar de ellos.

No hubo el reconocimiento que ansiaba, con el que fantaseaba todo el día y soñaba cada noche.
En un breve instante se desvanecieron los abrazos, los besos, las caricias, los días y años juntos...

¿Acaso llegué a imaginar que un chico como áquel se fijaría en alguien tan insignificante como yo? ¿Fui tan ingenua y realmente pensé que él, Tom Ryddle, sentiría por mi un amor tan intenso y sincero como el que yo le tenía?

Llámenme estúpida si quieren, porque lo soy, porque sí, en mi corazón existía esa posibilidad; y si mi cabeza trataba de decirme lo contrario, surgía en mi un poder tan grande, que acallaba esa voz racional y la hundía en lo más profundo de mi ser, pues en mi mundo no cabía una vida en la que no nos amáramos intensamente...
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Espero que el capítulo sea de su agrado, recuerden que es un placer para mí leer sus comentarios y sugerencias :)
Nos seguimos leyendo!

MEROPE GAUNTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora