Capítulo 12

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Nadine supo que algo andaba mal desde el momento en que llegó a la mesa de la cafetería y se percató de la ausencia de Cécile. La vivaracha joven de acento francés era siempre la primera en llegar y la última en irse, dado que era una de las pocas personas que Nadine conocía que odiaba dormir.

—¡Siento que estoy perdiendo el tiempo de vida con los ojos cerrados! —decía Cécile hasta el cansancio cada vez que alguien se quejaba de tener sueño.

Kaoru no la había visto y Signe no había llegado. Un mal presentimiento se adueñó de Nadine al punto que su corazón comenzó a palpitar de forma desenfrenada y su mandíbula se tensionó firmemente haciendo que sus dientes rechinaran. Con determinación, caminó hacia el cuartel de Cécile, varios metros más lejos que el asignado a ella misma, en búsqueda de su amiga e implorando todo el camino para que no hubiese desaparecido del proyecto a causa de alguna locura de los funcionarios.

El panel biométrico no le permitía la entrada a un cuartel que no fuese el suyo, pero en el momento que vio a una pareja salir se escabulló dentro antes de que las puertas automáticas se cerraran.

—¿Cécile? ¿Estás aquí? —gritó a la inmensidad de la habitación sin importarle las miradas reprobadoras de los otros ocupantes.

—¡¿Cécile?! ¿Alguien ha visto a Cécile? —preguntó a cada persona que veía.

Un hombre de aspecto hindú le señaló una de las literas al fondo un poco asustado y se retiró rápidamente de su vista, huyendo sin disimulo. El mal presentimiento de Nadine creció a medida que se acercaba a una litera inferior donde un bulto estaba tapado con una manta. Apresurando su paso al punto de casi correr, Nadine se arrodilló al lado de la litera y con una mano destapó al bulto. Cécile estaba allí, respirando, pero su frente estaba empapada de sudor haciendo que sus rulos se pegaran en ella; su semblante estaba pálido y enfermo.

—Cécile, ¿qué diablos te pasa? Iré a llamar a uno de los doctores —dijo amagando a irse antes de ser atajada por una mano resbaladiza que le agarró el antebrazo.

—¿Estás loca? Si se enteran que estoy enferma es el fin para mí. Me sacaran de aquí y me llevarán derecho a una jeringa del tamaño de un taladro —espetó Cécile con dificultad, su otra mano agarrando su vientre—. Es solo un mal estomacal, me sentiré mejor en unas horas.

—No creo que esto sea un simple dolor de estómago, no te mientas a ti misma. ¡Necesitas ayuda! —insistió Nadine intentando zafarse.

—¡Baja la voz! ¡Se van a enterar! —respondió Cécile dándole un tirón para luego sumirse en un gemido.

¿Qué hago? ¡¿Qué hago?!, pensó Nadine estupefacta mirando con impotencia a su amiga sufrir.

—No... — logró articular Cécile antes de lanzar todo el contenido de su estómago al costado de la litera.

Intentando no vomitar por acto reflejo debido al ácido olor, Nadine encontró que volvía a tener el control de sus músculos y, despejando su mente turbada, ayudó a Cécile a que se incorporara. Pasando los brazos de su amiga por sus hombros, levantó a ambas con fuerza.

—Vayamos a los baños a ver si una ducha fría logra bajar la fiebre... —dijo tanto para Cécile como para ella misma.

No llegaron siquiera a la entrada del cuartel, Cécile era un peso muerto que gemía con cada paso.

—Para, Nadine, para. No puedo... El mundo me da vueltas. Déjame sentarme —logró articular la enferma con dificultad.

Se sentaron en una de las literas cerca de la puerta. Varias personas que entraban y salían del cuartel se las quedaron mirando entre confundidas y asustadas pero ninguna atinó a sugerir llamar a uno de los doctores. Algunos le dieron palabras de aliento, otros susurraban con lástima, otro simplemente se apuraban por salir de su rango de visión. Todos sabían, incluyendo Nadine y Cécile aunque no quisieran admitirlo, que los doctores ya estaban alertados ya sea por las cámaras de seguridad como por algún dispositivo intercutáneo. Esto no era un simple dolor estomacal, solo quedaba esperar.

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