Capítulo 26

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Primero, vinieron las sacudidas; imperceptibles por la figura inmóvil de Nadine. Luego vino el frío y temblores tan fuertes que hicieron que su cuerpo colisionara fuertemente las paredes del tanque. Aun así sus ojos se mantuvieron cerrados y su mente apagada. El enorme golpe que recibió en la cabeza y el lado derecho de su cuerpo fue lo que finalmente sacó a Nadine de su inconsciencia, sumergiéndola en dolor antes que cualquier otra sensación. Se retorció por instinto y al no poder gemir por estar rodeada de líquido y ahogada en tubos, encontró la lucidez para abrir sus ojos.

De nada ayudó, la oscuridad la rodeaba. La desesperación logró despertar por completo a Nadine, quién viéndose sofocada y encerrada en una tumba de metal, tanteó de forma desesperada por una forma de escape dentro de su bóveda. Al no encontrarla, intentó golpear las paredes para abrir el tanque por la fuerza, pero el líquido amortiguaba sus movimientos de tal forma que cuando sus puños hacían contacto parecía más una caricia. El pánico inundó su mente; quiso gritar pero los tubos se lo impidieron. Una sacudida hizo que se golpeara nuevamente, esta vez su hombro izquierdo pareció estallar en miles de fragmentos, el dolor haciendo que casi perdiera la conciencia una vez más.

Un leve silbido eléctrico se sintió desde la parte superior del tanque y la hizo temblar, su mente profetizando los peores escenarios que podrían significar un desperfecto en el funcionamiento del tanque... con ella consciente. La muerte no llegó, sin embargo. El silbido se volvió cada vez más fuerte hasta inundar la bóveda junto con el líquido.

La luz se hizo paso de repente, alejando la oscuridad de un tirón y encandilando a Nadine al punto que únicamente distinguió una mancha blanca frente a ella. No esperó a focalizar la vista. Con un poderoso impulso fomentado por el pánico y la desesperación, la chica dirigió su cuerpo hacia el foco. Si era la luz al final del túnel que muchos veían en su muerte, bienvenida sería. Nadine sintió como el líquido helado daba paso al aire libre con alivio, el restante cayendo en surcos por su piel desde su cabeza nuevamente a la cápsula, donde por debajo de su cintura continuaba sumergido el resto de su cuerpo.

Aunque su vista todavía no se había acostumbrado a la reciente iluminación, Nadine no perdió el tiempo y, armándose de coraje, extrajo los tubos del interior de su garganta y nariz dando una bocanada mezcla de alivio y dolor. Rugió de rabia, de sufrimiento y de impotencia contra lo que le había tocado vivir. El aire parecía puro, al menos durante esos primeros segundos, aunque el olor a humo y plástico quemado irrumpió en sus fosas nasales casi de forma instantánea. La mancha blanca que veía se transformó en figuras indistinguibles y difusas. Nadine pestañeó y se refregó los ojos con impaciencia, anhelando descubrir lo que la rodeaba; temiendo hacerlo al mismo tiempo.

Sus oídos se despejaron con un sonoro tronar, el líquido encontrando la salida de ellos. Escuchó gritos y se estremeció en respuesta.

—¡AYÚDENME! —chilló con su voz fallándole.

Nadie lo hizo, por lo que Nadine procedió a refregarse los ojos con más ímpetu, su corazón latiendo desenfrenado. Poco a poco, los colores y figuras se volvieron menos difusas aunque todavía borrosas. Pedazos de metal, plástico y cables la rodeaban. Los tanques donde habían estado recluidos los pasajeros se extendían a lo largo de un gran espacio, pero ya no estaban verticales y ordenados en hileras como cuando habían sido forzados a entrar en ellos. Algunos se encontraban horizontales como el de Nadine, su soporte doblado por algún impacto; otros continuaban de forma vertical, la mayoría de sus puertas abiertas y chorreando líquido; algunos desafortunados ni siquiera estaban cerca de su soporte, habiendo salido disparados en alguna dirección, apilándose en extrañas posiciones sobre otros tanques.

A su alrededor, reclutas salían de sus tanques en diferentes grados de conmoción y heridas. Llevando su mirada al tanque más cercano en busca de ayuda, Nadine sofocó un grito de horror cuando distinguió la puerta abierta pero a su ocupante colgando inerte sostenido verticalmente por los tubos que ingresaban por su boca y su nariz. La parte derecha de su cráneo era una masa roja y blanca. Necesitaba alejarse de allí.

Juntando todas sus fuerzas, Nadine irguió su cuerpo costosamente, aullando de dolor y aferrándose el hombro herido como si fuera a caerse. Su cabeza parecía a punto de estallar, y fuertes nauseas la acosaron. Salió del tanque a tropezones y cayó de rodillas sin poder evitar las arcadas y espasmos de vómitos. Nada salió de su estómago, como era de esperar. Una vez que pudo recobrar el control, Nadine volvió a erguirse sintiendo que su cuerpo pesaba el doble de lo normal. Su vista estaba mucho más clara, aunque hubiera preferido que se mantuviera difusa durante unos minutos más. El caos reinaba.

—¡SALGAN! ¡TODO AQUEL QUE PUEDA MOVERSE SALGA AL EXTERIOR! —gritó una voz masculina a su izquierda.

Nadine reconoció a uno de los hombres elegidos por Temba semanas atrás para ayudarlo con el control y el orden de los nuevos colonos. Era un hombre fornido, de semblante austero y mandíbula prominente que imponía respeto con su sola presencia. Intentó recordar su nombre, pero entre el pánico y su pobre memoria le era difícil asociar su rostro con el listado que Brian había conseguido infiltrando los sistemas. Él, sin embargo, la reconoció al instante y corrió con esfuerzo en su dirección.

—Nadine, necesito tu ayuda —solicitó el hombre, aunque más bien parecía una orden—. No encuentro a nadie más del grupo y necesito apoyo para dirigir a los colonos al exterior.

—¿Exterior? —preguntó ella desconcertada y lenta de entendimiento debido a su migraña—. Estamos dentro de la nave.

—¿Te has dado vuelta ya? —preguntó el hombre, perdiendo su paciencia—. ¡Ahora, Nadine! ¡Vete y haz que te sigan los colonos!

Luego de esas palabras, el hombre volvió a dirigirse a la multitud, sin esperar a confirmar si la chica obedecía sus órdenes o no. Con trepidación, Nadine se volteó hacia el extremo opuesto de la nave.

Donde debería haber largas filas de tanques y una pared metálica a lo lejos, un enorme vacío brillante se vislumbraba. La nave se había quebrado, y Nadine contuvo el aliento al pensar en el destino de los miles de personas que se encontraban en el otro sector. Así se mantuvo durante unos segundos, estupefacta mirando el inmenso agujero que daba hacia el exterior de la nave, hacia lo desconocido.

Despejando sus lúgubres pensamientos, la chica decidió obedecer al hombre de hacía unos minutos. Era imposible controlar a las personas dentro de la arruinada nave. Chapoteando en charcos de líquido procedente de los tanques, Nadine avanzó hipnotizada unos metros hacia el exterior; cada movimiento un suplicio tanto por el dolor como por lo pesado que sentía su cuerpo. Controlando sus jadeos, la chica juntó toda la fuerza que tenía en los pulmones y gritó:

—¡AFUERA! ¡TODOS AFUERA! ¡SIGANME! ¡AFUERA HABRÁ AYUDA!

Muchos no la escucharon, ya fuera porque su pánico no lo permitía o porque no podían escucharla. Pero algunos la reconocieron, y decenas de ellos la siguieron como corderos aferrándose a una de las pocas personas que reconocían entre el caos y destrucción.

—Nadine, ¿dónde estamos? —le preguntó una mujer en llantos cojeando.

—Nadine, ¿qué ha pasado? —inquirió un adolescente con ojos desorbitados.

—Nadine, ¿qué hay afuera? —agregó un hombre temblando.

—¡¿Cómo diablos voy a saberlo?! — espetó sin un gramo de paciencia, abriéndose camino entre los restos de metal, plástico y materiales desconocidos —. Estoy en el mismo maldito embrollo que ustedes. Sólo síganme.

Los corderos la miraron desconsolados, algunos ofendidos se marcharon en dirección opuesta para llevarle la contra a la impertinente modelo. Se preocuparía por manejar su carácter cuando estuviera segura de que no moriría en los siguientes minutos. Las escaleras que llevaban hacia el piso inferior estaban retorcidas y débiles, pero todavía permitían el peso de varias personas sobre ellas. Con dificultad Nadine lideró a los colonos hacia el inmenso agujero que los separaba del aire libre.

A medida que se acercaba, notó como en el exterior de la nave varias personas se aglomeraban en grupos sobre una superficie destruida por el impacto, escombros ensuciando varios metros a la redonda. A lo lejos, casi fuera de su campo de visión se distinguían formas de árboles, o algo que parecían serlo. Un intenso olor dulzón invadió a Nadine cuando dio sus primeros pasos fuera de la nave, quien hipnotizada aspiró una gran bocanada. Aroma a flores y frutos. La calidez del aire fue bienvenida en su rostro, alejando la sensación helada del líquido criogénico del tanque y ayudando a que dejara de temblar. El tono del cielo era diferente, un celeste más intenso y oscuro que dejaba ver algunas nubes grises de forma esporádica. Descansando en él se encontraba el sol parecido al de la Tierra.

Lo habían logrado, estaban en NOVA.

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