Nadine gritó con todas sus fuerzas y más aún cuando se descubrió cubierta de sangre ajena. Con espasmos incontrolables, se alejó del cuerpo sin vida de Ariel a gatas por el piso, implorando en su mente que todo lo que había ocurrido en la última hora fuese una pesadilla. Se hizo un ovillo contra la pared del pasillo y así se mantuvo durante varios minutos mientras los guardias revoloteaban alrededor de Ariel, hasta que uno de ellos la forzó a levantarse y caminar en dirección a los elevadores. Nadine obedeció sin chistar, dejando detrás tanto el cadáver como lo que restaba de su energía y tozudez. Por más que le daba vueltas al asunto no entendía por qué alguien se había sacrificado por ella cuando casi no habían cruzado palabras, ninguna de ellas amigable. No importaba la cantidad de favores que debiera a sus padres, dar su vida por otro iba más allá de cualquier deuda.
Las lágrimas llegaron cuando comenzaron a adentrarse por los pasillos del piso de los reclutas, cuando los primeros cuerpos y la sangre se dejaron ver. Con la energía restablecida y los sistemas volviendo a funcionar, toda resistencia de los reclutas había terminado en un santiamén. El único movimiento eran las batas blancas como fantasmas buscando señales de vida en aquellos que habían caído por una bala o por los dispositivos intercutáneos. Nadine intentó buscar a sus amigos entre los muertos, pero su cuerpo se rehusó a hacerle caso. No quería saber. Los cuerpos eran demasiados; decenas y decenas.
El olor a pólvora inundaba los pasillos, las paredes estaban adornadas por agujeros de balas y muchas de las luces colgaban lanzando chispas. En menos de dos horas desde que el apagón había comenzado, el piso de los reclutas había quedado arruinado. El suelo estaba cubierto de charcos de sangre que Nadine no podía evitar pisar, formando una macabra escena escarlata tal cual una película de terror.
Llegaron por fin a unas de las puertas dobles de la cafetería, varios guardias tomaron posición de ataque y la entrada se abrió. No esperaron a darle una nueva oportunidad a los reclutas para que atacaran y con un empujón doloroso, hicieron entrar a Nadine y a Brian cerrando las puertas detrás de ellos.
El ambiente en la cafetería era lúgubre y sombrío; se sentían llantos y pequeños gritos de dolor entre los reclutas, sus miradas vacías de toda emoción. Una gran presión se formó en la garganta de Nadine, y un dolor en el pecho amenazaba con destruirla de adentro hacia afuera. La culpa la carcomía. No había doctores, ni guardias, ni ningún otro tipo de funcionario. Los habían dejado sin atención médica, como castigo para su atrevimiento. Se podía identificar a los doctores miembros de los reclutas porque corrían de uno a otro en un intento fútil por ayudar a los heridos. El Dr. Gonzalez, quién semanas atrás se había tomado el tiempo para diagnosticar a Cécile, vociferaba órdenes a otros colegas intentando ser profesional.
Las piernas de Nadine no funcionaban por lo que simplemente se quedó inmóvil mirando el vacío, sin saber qué hacer. Sintió a Brian alejarse de su lado, caminando rápido hacia los cuarteles huyendo de sus propios demonios; no se despidió. Luego de varios minutos de estupor, Nadine recuperó el control de sus piernas y comenzó a caminar lentamente por las mesas buscando alguna cara conocida y temiendo no encontrarlas.
Las localizó cerca de las puertas que llevaban a los cuarteles. Kaoru estaba sentado en la mesa sin remera, la prenda estaba en una de sus manos con la que aferraba el lado izquierdo de su cabeza. La sangre bajaba por su mejilla y cuello, goteando su pecho y pantalones. Frente a él estaba Signe, que intentaba espiar la herida cubierta precariamente con la remera para ser ahuyentada por Kaoru con pequeños grititos de dolor. Cécile estaba sentada en el banco, al lado de las piernas de Kaoru, su cabello alborotado, su boca fruncida y sus ojos entrecerrados.
Alguna advertencia instintiva le comunicó a Cécile que Nadine se acercaba, puesto que cuando levantó la mirada lo hizo directamente a la de Nadine. Si una persona pudiera lanzar llamas por los ojos, la chica ya la habría incinerado. La ira de Cécile la atravesó como una flecha incluso antes de decir una palabra. La chica se levantó del banco lentamente, calculando cada uno de sus movimientos y manteniendo su mirada fija en Nadine, quien se acercó cautelosamente hasta estar a centímetros de su amiga.
—Chicos...
No tenía muy en claro qué decir, pero tampoco tuvo la oportunidad para descubrirlo. Cécile la abofeteó como nunca nadie antes lo había hecho, su rostro girando hacia su derecha por el impacto al punto que tuvo que hacer equilibrio para no caerse. Nadine gritó, y las mesas alrededor enmudecieron en respuesta. Cécile se acercó a ella para que sus palabras fuesen escuchadas únicamente por sus oídos.
—Sé que esto lo tramaron Brian y tú. Nunca me convencieron con su patético acto —acusó Cécile entre dientes—. Eres una maldita egoísta, incapaz de alertar a tus amigos de que habría peligro.
—Cécile, no es así... Yo... —intentó excusarse Nadine con la poca energía que le quedaba, pero fue interrumpida nuevamente.
—No me interesan tus excusas, no me interesan tus explicaciones. Pensé que detrás del ícono habría una persona que merecía ser tratada como tal, pero me equivoqué —continuó Cécile, su voz fría y neutral—. Mereces vivir en tu propia mierda, sola como un perro. No tengas ninguna duda, los cientos de muertes que ocurrieron hoy son tu culpa.
Con esas palabras, Cécile se volteó y no volvió a mirarla ni a hablarle. La trató como si fuese poco más que una planta al costado de la mesa. Si la chica le hubiera gritado o le hubiera insultado a todo pulmón, hubiese tenido menos impacto que su silenciosa recriminación. Las palabras fuertes dichas en privado duelen mucho más que aquellas vengativas espetadas en público, y Nadine comprendió entonces uno de los pilares de la amistad. Incluso luego de haberla decepcionado, luego de haberle mentido, Cécile la estaba protegiendo al no hacer pública su parte en el apagón. Eso es lo que amigos hacen, se protegen y son confidentes; como Cécile acababa de hacer, como Nadine había fallado en hacer con ella.
Ante la indiferencia de Cécile, Nadine dirigió su mirada hacia Signe y Kaoru en búsqueda de apoyo, pero se encontró con que la miraban acusatoriamente. No hubo palabras maternales o sobreprotectoras por parte de Signe, ni sonrisas o pequeñas reverencias por parte de Kaoru. La falta de los pequeños detalles fue lo que terminó de destruir a Nadine y, sin poder contener las lágrimas, se dirigió con grandes zancadas a la parcial soledad de su litera ante los ojos inquisitivos de las personas que la rodeaban.
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NOVA
Science FictionEn un futuro cercano, la superpoblación amenaza con arruinar la economía mundial. En respuesta, los gobiernos mundiales crean El Loto, una lotería a escala global que pretende reclutar conejillos de indias para un experimento radical, suicida y obli...