4. CHANCE

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Cuando la ceremonia se dio por terminada, la familia de Guillermo al instante comenzó a despedirse del recién casado con abrazos efusivos y palabras de cariño, ya que él se marcharía de España para comenzar una nueva vida junto a Samuel en el castillo de Portugal, y lo más probable es que no lo verían en meses.

—Bueno, creo que ha llegado la hora de despedirnos —le dijo Orlando a Guillermo, mientras él le sonreía tristemente viendo de reojo como todas sus pertenencias eran subidas al carruaje de Samuel—. Espero te comportes, hijo, y que le des una oportunidad a Samuel para hacerte feliz. 

—Eso va a ser imposible, padre —respondió el pelinegro, a la par en que se cruzaba de brazos—, él es un hombre que me desagrada y que además me jodió la vida. No hay posibilidades de que yo lo pueda ver de otra forma más que un desgraciado. 

Orlando suspiró agotado mirando a su hijo con reproche. Fijó su vista en el príncipe portugués que hablaba con María alegremente, mientras acariciaba los caballos del carruaje. Sus ojos brillaban como una vela en medio de la noche, y su sonrisa resplandecía como el sol en un día de verano. Él estaba feliz, solamente había que verlo por unos segundos para poder notarlo. 

—Solo míralo —le indicó haciendo que Guillermo volteara la vista hacia donde Orlando veía–, él es un buen muchacho, te puede hacer el hombre más feliz del mundo si tú lo dejas.  

—¿Y tú cómo coño lo conoces tanto si solo lo has visto dos veces en tu vida? —preguntó con la voz más fuerte e histérica, mirándolo nuevamente con el entrecejo fruncido. Guillermo sabía que su padre jamás entendería lo que él sentía al haberse casado por obligación.

—No es que lo conozca, Guillermo, es simplemente la forma en que se comporta contigo. Él jamás te ha faltado el respeto, tampoco se ha molestado cuando tú le sueltas el rosario de groserías en su cara. Te da presentes, se preocupa por tu bienestar, y además es una dulzura con todo el mundo. 

»Sé que quizá no es con quien tu deseabas casarte, empezando porque no es una mujer. Pero, creéme, él te quiere. Se le nota cuando te mira, y cuando te habla. Tú no lo sabes pero él te conoce más de lo que te imaginas. 

Guillermo rodó los ojos con disgusto. 

—¿Por qué todos están del lado de Samuel? ¿No se supone que yo soy tu hijo? ¿No deberías si quiera tratar de entenderme y no seguir halagando lo bueno que es Samuel? —cuestionó indignado el pelinegro con una ligera pizca de sarcasmo en las últimas palabras.

—Sí, lo sé. Pero no puedo apoyarte cuando sé que estás equivocado. Ya verás que mi decisión de entregarte a Samuel fue totalmente acertada y que en unos años, me agradecerás. 

—Pues espera sentado, porque no pienso ni pensaré en darte las gracias por este camino que has elegido para mi vida.

—Hey, ¿ya estás listo para partir? —María se acercó a ellos junto a Samuel. Ella tenía los ojos cristalizados y las mejillas coloradas, como si se acabara de recuperar de un ataque de risa. 

—Sí. —Guillermo mostró una mueca—. Vendrá Valentín ¿no? No me voy de aquí sin él.

—Ustedes son como garrapatas, jamás se separan —se burló María—. Por supuesto que viene, de hecho ya está dentro del carruaje con... ¿cómo se llama tu primo, Sam? 

—Felipe. 

—Ya está dentro del carruaje con Felipe. Solo faltan los casados. 

Guillermo bufó ante lo dicho y se miró con su padre. Él hombre mayor abrió sus brazos en señal de que quería un abrazo, y el pelinegro se lo concedió con fuerza. A pesar de que estuviera aún molesto con él, era su padre, el hombre que le había enseñado a caminar, a hablar y a montar a caballo. Orlando era una parte esencial de su vida, y eso no cambiaría incluso si cometiera mil errores más. Definitivamente lo iba a extrañar muchísimo, no le importaba si lo había casado con Samuel, él lo amaba a pesar de todo.

Por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora