Guillermo Diaz, hijo de los reyes Orlando y María de España y futuro heredero del trono, jamás pensó que por una deuda de su padre con el Rey de Portugal, su vida daría un giro inesperado conociendo al que sería el dueño de sus lágrimas y a la vez d...
—Aún no puedo creer que vinieras —bufó el castaño, mirando molesto hacia un lado de la tienda de campaña.
—Ya han pasado dos días, Samuel, acéptalo ya. —Guillermo rodó los ojos, dándose vuelta en las mantas que hacían de cama improvisada—. Ahora, porque en vez de seguir molesto conmigo, no vienes y me abrazas fuerte.
El mayor intentó negarse, de verdad que sí, pero le era prácticamente imposible negarle algo al pelinegro, y más si era algo que implicara estar cerca de él. Por lo tanto, dejando su orgullo de lado, se dio la vuelta para quedar cara a cara con su esposo, y lo atrajo a sus brazos, dándole el calor que necesitaba en esa noche helada.
Estaban en el campamento, a unos kilómetros de la frontera donde el conflicto se estaba llevando a cabo. Como regla de todas las guerras, por la noche descansaban para reponer fuerzas y continuar luchando al día siguiente. Samuel había estado molesto desde que habían acabado el viaje con Guillermo, le parecía inconcebible que el pelinegro hubiera sido tan irresponsable como para subirse al carruaje y acompañarlo.
Se había negado esos días a ir a combatir por el mero hecho de que no quería dejar solo a Guillermo, porque de hacerlo pelear, antes muerto. No dejaría que el menor se metiera en una batalla que no le incumbía y menos en las circunstancias en las que estaban.
A pesar de que hasta el momento las tropas portuguesas tuvieran la ventaja, Samuel no sabía si lograrían derrocar pronto al enemigo. Por lo que había visto, los guerreros daneses y ahora suecos, no eran para nada personas con poca habilidad.
Por ello, había puesto a dos guardias nocturnos a la entrada de la tienda que compartía con Guillermo, por cualquier cosa o persona que pudiera hacerle daño a su pequeño. Eso sí que no se lo perdonaría nunca.
Por otra parte, fue un alivio encontrar a su padre y a Felipe a salvo. Por lo que se había enterado, Rubén había recibido una herida de gravedad en la pierna, así que lo habían trasladado de vuelta a su país natal donde lo esperaba su pareja. Eso también tranquilizó a Samuel, un poco, porque seguía preocupado por lo que podía pasarle a Guillermo si se despistaba un poco.
—Mañana, ambos iremos a luchar —murmuró el pelinegro contra el pecho del castaño.
Este, se exaltó ante el disparate que Guillermo había dicho, y con toda la suavidad del mundo quitó la cabeza del pelinegro de su pectoral para que pudiera mirarlo a los ojos.
—Tú no lucharás, Guillermo. Mañana te mandaré con unos guardias de vuelta al castillo. No es nada seguro que tú te quedes aquí —afirmó el castaño, haciendo que el entrecejo del menor se frunciera.