19. SORPRESA

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Este momento se siente, como si fuera un niño, 

como si hubiera nacido de nuevo.

Cerré mis ojos otra vez en caso de que fuera un sueño 

Tú, estabas paradx frente a mí, cuando estaba desesperado y orando.

—Angel, EXO. 






—Sobre los recuerdos que perdiste.

Las palabras del castaño le llegaron como un balde de agua frío al menor, provocando así que sus mejillas perdieran su característico color rojizo para ponerse pálidas e inconscientemente sus manos comenzaron levemente a temblar.

Aquel tema tocaba un punto demasiado sensible en Guillermo. Recordaba que durante años —e incluso hasta el día de hoy— tenía especies de sueños donde sus memorias perdidas se hacían borrosas y en medio de lagunas metafóricas terminaba ahogándose provocando que su sueño de interrumpiera, quedándose el resto de esas noches llorando.

A veces tenía pesadillas en donde se veía a él mismo cayendo nuevamente por las escaleras, y perdiendo totalmente la memoria. Se veía rodando por ellas, sintiendo cada segundo como si fuera el último, mientras los escalones se enterraban en sus costillas y su cabeza rebotaba contra la madera de roble como una pelota. Era increíble que pudiera imaginarse esos escenarios cuando se suponía que él había olvidado la manera en que había caído.

Luego de años había podido superarlo, y los malos sueños fueron disminuyendo a medida en que su vida mejoraba, comenzando a crear nuevos y grandiosos recuerdos. Pero el dolor de haber perdido una parte de su vida por una estúpida caída, aún le pesaba en el pecho, y que Samuel le hablara sobre ello no hacía nada más que asustarlo.

—¿A qué te refieres? —Frunció el entrecejo de manera automática—. ¿Qué-Qué quieres decirme sobre eso? No me agrada hablar sobre ese tema, Samuel, y tú lo sabes.

—Lo sé, y lo único que quiero es no recordártelo pero tienes que saber la razón por la que hice esto. —Señaló el anillo de oro puro que permanecía pulcro en su dedo anular.

—Porque te gustaba, eso ya lo sé... —Formó una sonrisa nerviosa, que le duró menos de un segundo al ver el rostro serio y melancólico del castaño—. O acaso...

—Guillermo yo te amo —lo interrumpió mirándolo con esos orbes cargados de intensidad—, y lo hago desde que tenías doce años.

—¿De qué carajo estás hablando? —le dijo de manera defensiva, y si no fuera porque estaba montado en una rama de árbol se hubiera alejado rápidamente del cuerpo del castaño.

—No te alteres, por favor. —Intentó tomarle las manos pero Guillermo las dejó en su espalda—. Amor...

—No me digas así, y explícame qué estás diciendo. —La voz le salió alterada y un tanto ahogada.

Samuel suspiró con tristeza, cerrando los ojos como si fuera a contar la historia más impactante de su vida. Cuando los abrió, vio a un pelinegro con el rostro desfigurado lleno de molestia y confesión, incluso un poco de miedo.

—Escucha, hubo un día en que yo a mis quince años fui a tu castillo para ver como mi padre hacía sus negocios. Esto fue un mes y medio antes de tu irremediable caída —comenzó a explicar con la voz completamente neutra.

—¿Habías ido antes? —se sorprendió el pelinegro, ya que él no recordaba en ningún momento al castaño.

—Sí. Y en ese mes que estuvimos juntos, caí rendido a tus pies, Guillermo, fue casi instantáneo. —Le regaló una sonrisa cariñosa, que se borró al notar la mueca disconforme del pelinegro.

Por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora