Más profundo que los océanos,
tan dulce como la devoción,
es todo lo que necesito.
Me pones cerca y no hay manera de describir
lo que tu amor me hace sentir.
—Your love, Little Mix.
Guillermo sentía el miedo recorrerle las venas al ver como aquellos hombres desconocidos se acercaban hacia ellos con sus espadas de hierro listas para partir carne. Veía en sus miradas lo sedientos de muerte que se encontraban, estaban dispuestos a matarlos, lo podía sentir en su aura. No sabía si eran unos locos que escaparon por alguna razón del calabozo, o eran mandados por la corona de Dinamarca como alguna clase de introducción a lo que acontecería.
Vio a su esposo desvainar su espada, aquella que había pertenecido al abuelo de Samuel, y amenazar inútilmente al grupo de hombres.
—Pégate a mi espalda —le dijo el castaño con voz firme.
Obedeció al instante, quedando así con las espaldas juntas, táctica para que no fueran atacados por sorpresa. Guillermo desenvainó su espada también, y la movió ágilmente con el fin de hacerle dudar a los desconocidos sobre enfrentarse a él, pero ellos continuaron acercándose amenazantes.
Como agradecía el pelinegro en ese momento que su padre lo hubiera obligado a practicar con su tío la espada, pero se arrepentía de no volverla a practicar luego de esos años.
—¡Guardias! —el gritó de Samuel le provocó un sobresalto. De seguro Samuel se había extrañado de que aún no hubieran llegado.
Los hombres ya estaban rodeándolos. Uno de ellos, al frente de Guillermo hizo un movimiento para atacarlo. El pelinegro posó la espada para que el golpe rebotara y de allí todos los demás comenzaron a moverse para conseguir su meta: matarlos a como diera lugar.
Apenas podía escuchar los pasos apresurados de gente corriendo hacia ellos, únicamente podía concentrarse en defenderse e intentar clavar su espada en los desconocidos. Samuel de igual manera se mantenía luchando, ya había logrado cortarle la mano a uno, y a otro lo había apuñalado en el estómago. Guillermo cortó la yugular de uno, pero aquello provocó que otro le hiciera un tajo en el muslo.
—¡Joder! —maldijo por el dolor.
Eran al menos quince. Guillermo no podía dejar de pensar que aquel que los había mandado era un cobarde, porque mandar a quince hombres cubiertos de hierro a matar a dos personas que no tenían nada más que sus espadas. Al menos ambos podían manejar bien el arma, y ya habían acabado con cinco.
Vio a los guardias llegar y agradeció al cielo, pero antes de que pudiera alegrarse por ello, oyó un grito desgarrador de su esposo a sus espaldas. Se giró con rapidez, sin importarle nada más que Samuel quien cayó al suelo como un peso muerto.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante, y se tiró al piso para comprobar si su esposo estaba vivo. Para su suerte, Samuel aún respiraba y se agarraba el estómago con los ojos apretados del dolor. Habían logrado apuñalarle el estómago.
—Sam, Sam, mantente conmigo ¿vale? —le habló Guillermo con la voz rota.
Samuel asintió hacia él, sosteniendo su abdomen con una fuerza desesperada. La sangre manchaba sus manos, y debajo de su cuerpo comenzaba a aparecer un charco de color carmín que no hacía más que asustar al pelinegro.

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Por contrato
FanfictionGuillermo Diaz, hijo de los reyes Orlando y María de España y futuro heredero del trono, jamás pensó que por una deuda de su padre con el Rey de Portugal, su vida daría un giro inesperado conociendo al que sería el dueño de sus lágrimas y a la vez d...