Guillermo veía impasible aunque con los ojos desprendiendo preocupación, como Samuel se calzaba las botas rápidamente con el objetivo de salir e ir a ver con sus propios ojos lo que sucedía. Le había insistido ya bastantes veces, suplicándole que por favor, aún no estás completamente recuperado, no vayas. Pero a esas alturas tenía claro que el castaño ya estaba completamente agotado de estar en cama. Su esposo se sentía inútil, se lo había mencionado en varias ocasiones.
—He de suponer que no irás a la frontera —le dijo con un tono malhumorado, mirándose la uñas con desinterés.
Moría de nervios en realidad, pero como era de orgulloso no quería que se le notara. No después de que Samuel no hubiera tomado en cuenta sus ruegos para que no se levantara.
—Primero que todo, hablaré con mi padre —respondió acomodándose el cinturón—, si las cosas se están saliendo de control, pues es claro que tendré que...
—Ni siquiera te atrevas a acabar la frase —le interrumpió, con sus ojos cerrados en tristeza y una mano alzada.
Samuel elevó una ceja por la confusión, decidido a descubrir que sucedía con su pequeño.
—¿Qué pasa, mi vida? —preguntó dando pasos largos hacia él, quien se encontraba sentado en el diván.
El contrario alzó la mirada, viéndolo como si estuviese preguntando una verdadera estupidez. Y lo estaba haciendo en realidad porque a leguas se notaba la preocupación tatuada en el rostro del pelinegro.
Quizás, pensó Guillermo, quiere que se lo diga directamente el muy...
—¿Que qué me pasa? ¿Es enserio? ¡Estoy enojado, Samuel! No puedo creer que te hayas levantado a pesar de que aún no hayan pasado las tres semanas de recuperación. —Exhaló exhausto corriendo la mirada hacia un lado.
Comprendiendo de inmediato que su esposo estaba preocupado por él, sonrió encantado, antes de tomar las manos del pelinegro y levantarlo del diván. Tomó sus caderas de modo que quedaran pegadas a las suyas, y lo abrazó de aquella manera en que sentía que el cuerpo de Guillermo era lo único vital para existir.
—¿Puedo afirmar que mi lindo chico está preocupado? —preguntó con un tono juguetón.
Uno que hubiera causado miles de sensaciones en el menor si no hubiera estado tan molesto.
—¡Por supuesto que sí, pedazo de tonto! ¡Irresponsable, estúpido y...!
Lo interrumpieron unos labios risueños que se dedicaron a moverse sobre su boca, buscando más que palabras groseras. Guillermo le correspondió a regañadientes, pero no tardó en buscar esos hombros anchos para abrazarlo y suspirar sobre esos belfos que provocaban tantas cosas en su cuerpo. Oh, como los extrañaría si en algún momento Samuel partía.
—Tranquilo, amor —le dijo sonriente tras acabar el beso.
—¿Cómo puedes decirme eso? —se indignó—. Estuve a nada de perderte y fue la peor sensación de mi vida.
Soltó un suspiro tembloroso al recordar aquel desastroso momento. Las imágenes de su Samuel en sus brazos, sufriendo con su ropa manchada de sangre, era algo que solo quería memorar como una tormentosa pesadilla.
—Amor, no sucederá algo como eso otra vez. —Acarició el lóbulo de su oreja provocando que un adorable ronroneo saliera de su boca—. Si salgo será para hablar con el terrateniente y nada más.
—¿Me lo prometes?
De manera inconsciente le hizo un puchero que no pudo Samuel resistirse a besar brevemente.
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Por contrato
Fiksi PenggemarGuillermo Diaz, hijo de los reyes Orlando y María de España y futuro heredero del trono, jamás pensó que por una deuda de su padre con el Rey de Portugal, su vida daría un giro inesperado conociendo al que sería el dueño de sus lágrimas y a la vez d...