7. AMO ODIARTE

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Y los amantes que enviaste para mí

No venían con garantía de satisfacción

Así que las devuelvo al remitente

Con una nota anexa que dirá:

Como amo odiarte, amo odiarte, amo odiarte, amo odiarte...

–Love to hate you. Erasure


Como todo príncipe Samuel tenía deberes. Ese día sábado, por ejemplo, debía salir a pasear por el reino para visitar a sus súbditos y saber sus quejas y necesidades. Su padre siempre le había inculcado que los pedidos del pueblo eran más importantes que cualquier otra cosa, y que siempre debía preocuparse por ellos como si fueran su propia familia. Luego toda la vida de esa gente estaría en sus manos, y tenía que aprender desde edad temprana qué había que hacer para mantenerla feliz.

Por otro lado, también quería que el pueblo conociera al que lo acompañaría a su lado por el resto de su vida. Guillermo aún no visitaba las zonas cercanas al castillo. Nunca le había pedido siquiera salir. Así que, para cambiar eso, decidió levantarse temprano, vestirse con sus ropas más simples para no parecer tan llamativo, y pedirle a una de sus criadas que fuera a avisarle a su esposo que iban a salir. 

Antes de que Guillermo bajara, Samuel ya estaba sentado en la mesa para desayunar junto a su padre. Felipe igualmente se encontraba allí, devorándose un trozo de pastel que había hecho su muy adorada cocinera, Margarita.

Todos en el castillo la amaban por su carácter tan cálido y amable, pero por sobre todo los demás, Samuel le tenía un especial cariño fraternal. Debido a que a su madre se la había llevado Dios, Margarita la había reemplazado durante casi toda su niñez y adolescencia. Le había enseñado a respetar a la gente con menos recursos —ya que ella, antes de llegar al castillo era una campesina muy pobre—, y lo había educado con amor y ternura como a su propio hijo. Mientras que su padre le enseñaba a luchar con la espada y estrategias de guerra, Margarita le enseñaba a apreciar cada momento de la vida y a valorar las cosas que tenía. No era por ser malagradecido con las enseñanzas de su padre, pero Samuel sabía que si Margarita no lo hubiera criado, él sería una persona totalmente diferente; de una mala manera.

Eran las siete de la mañana con dos cuando un pelinegro con un rostro adormilado bajó por las escaleras. Su vestimenta era sosa y aburrida, pero a pesar de ello, Samuel lo veía radiante. No sabía como lograba siempre secarle la boca con tan solo pestañear. Era como si Guillermo tuviera una clase de encantamiento que hacía que las rodillas del castaño temblaran, y quisiera arrodillarse para recitarle un par de poemas o simplemente apreciar su grandeza. 

—Buenos días, dorminhocole saludó un animado Samuel mientras Guillermo se sentaba a su lado en la inmensa mesa. 

—Buenos días —respondió con una sonrisa breve, nada más que por cortesía y la presencia de Raúl con su mirada amistosa.

—Estás un poco adormilado ¿eh? ¿Samuel no te dejó descansar? —dijo el adulto pícaramente, riéndose entre medio.

Guillermo le siguió con una risa falsa, como si el tema fuera gracioso y no le causara asco, mientras que Samuel se atoraba con el café y Felipe rodaba los ojos. Él sabía que su padre a veces podía ser un poco... cómico, pero no se habría imaginado jamás que haría bromas de ese estilo. 

—¡Padre! Por favor. No es un tema adecuado para hablar en la mesa. Además no tienes porqué enterarte de lo que hacemos. Es privado —replicó el castaño seriamente. No es que le molestara el que hiciera esas bromas, el tema es que él después tendría que cargar con un reclamo de Guillermo.

Por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora