Peligrosos enemigos.

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Mientras La princesa Layla camina emocionada por el largo pasillo de la tienda real, va seguida por su séquito de damas acompañantes, cinco damas con nombres de piedras preciosas: Gema, Rubí, Topacio, Esmeralda y zafiro. Nombres que cada una recibe y es otorgado por el mismo rey cuando las nobles señoritas ostentan el puesto de damas de la princesa. Los requisitos para ostentar el puesto son estrictos, las señoritas deben ser niñas refinadas y educadas con mucha rigidez además de ser puras y no poder empezar ninguna relación con ningun caballero mientras tengan el honor de servir a su alteza. Las damas en cuestión cargan con muchas cajas, paquetes finamente envueltos con tela de seda cuyo contenido tiene que ver con muchas cosas que necesitará Layla para su cercana boda con el príncipe Cristian Márquez de Córdova, según la lista que le dió su madre, la reina Violeta. Cosas que toda dama debe lucir la noche de su boda y cosas además que necesitará para su nuevo futuro hogar aunque de más está decir que el castillo que ocuparán los recién casados rebosará de tanto lujo que no le hará falta nada más, pero Layla es tan detallista que quiere darle su toque personal a su nidito de amor. Así que compró dos hermosos manteles y tela para las cortinas que claro tendrá que ser llevada por sus criados más tarde. Pero faltando el último detalle del día y no el menos importante llega dónde la modista a medirse su vestido de bodas.

—¿qué le parece su alteza?— le pregunta la encopetadisima modista sentada a los pies de la princesa terminando de ajustar detalles de pedrería en el hermoso vestido, de satén blanco perlado, con un hermoso corsé decorado con perlas reales, encaje en el escote hasta el cuello y una falda armada súper puesta. Layla sonríe radiante y sus ojos tienen ese brillo especial que solo aparece cuando se siente realmente felíz y dichosa.

—Me encanta madame Phillips...la felicito, ha hecho un trabajo impecable, no puedo esperar a que mi prometido me vea en el— Responde Layla mirándose en el espejo.

Las damas observan su reflejo mientras suspiran por lo hermosa que luce. . Layla Elena de la castilla es la heredera al trono del distrito sudoeste de Inglaterra. Tiene 24 años, su cabellera es de un rojo natural, cómo aquel rojo profundo de las ciruelas, sus ojos tan verdes como la misma aceituna y algunas pecas dibujadas en su rostro hacen de ella la más dulce y angelical de todas las princesas en los reinos vecinos. Todos la aman y su sola presencia alegraba el lugar por dónde pase.

Layla regresa al castillo agotada de tantos preparativos, su madre también ha estado muy ocupada organizando la fiesta y su padre no para de viajar cumpliendo con cientos de compromiso, pero ha prometido volver para la ceremonia de bodas.

—mi princesa hermosa...¿Cómo podría perderme el honor de ver a mi ángel con su elegante vestido de novia desposándose y radiante de la felicidad?... no me perdería el brillo de tus ojos por nada del mundo— Le dice besando su frente. El rey Carlos III y la reina Violeta de castilla siempre se han sentido dichosos de tener a Layla.

—te esperaré papi... me casaré solo si tú me entregas... ¡no quieres hacerle eso a Cristian!—Le dice sonriente y abrazándolo fuerte.

Esa tarde en el castillo.

Ya por fin en su habitación Layla descansa y no puede menos que fantasear con el motivo de su dicha, el principe Cristian. Mientras está recostada de su cama piensa que dentro de poco será la esposa de un hombre que ha logrado enamorarla cómo jamás lo hizo nadie. Atento, caballero, gentil, valiente y muy respetuoso, Cristian se ganó el corazón de Layla sin mayor esfuerzo aún cuando ni siquiera lo conocía estando comprometidos. Layla también piensa en sus deberes como princesa, ya recibió el nombramiento hace tan solo dos semanas. Ama a las personas de su distrito y quiere ser la mejor princesa posible. Cómo su padre velar por sus intereses y crear tantas oportunidades como sea posible para que tengan trabajos honorables, casas cómodas, tierras que puedan sembrar y así tener lo suficiente. Claro que eso traerá más prosperidad al reino pues el pueblo dará a cambio partes de sus productos. Pero los intereses que le otorgará Layla cómo la nueva princesa serán los más bajos de Inglaterra. Es algo que ha decidido y ya lo habló con sus padres y su prometido. Ella cree que es injusto exigir el cincuenta por ciento de sus cosechas , con un cinco estará más que satisfecha. Claro que el asunto está en discusión y los consejeros de la realeza discuten la posibilidad de aumentar solo un poco. Tal vez un quince. El pueblo debe aprender a pagar con gratitud las oportunidades, y no conformarse con dar limosnas a sus benefactores. Pero eso es algo que Layla aprenderá con el pasar del tiempo y las experiencias que de seguro adquirirá.

El brillo de tus ojos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora