Capítulo 12 | Ansiedad |

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— ¿Y cómo están las cosas con Mateo? Él era algo que te angustiaba varias sesiones atrás. Ahora ya ni lo nombras.

Miré a la ventana.

— ¿Qué ha pasado él? - preguntó.

— Hemos hablando, está todo bien - respondí mirándolo.

— ¿A qué te referis con "está todo bien"? - preguntó acomodándose los lentes.

Lo pensé por varios segundos.

— Nos llevamos mejor - resumí.

— Bien. La reconciliación con amigos es una linda manera de sanar con uno mismo...-

— Mateo y yo no somos amigos. Nunca lo fuimos, nunca lo seremos - lo interrumpí.

Me sorprendí por haberle respondido a la defensiva y de mala gana. Pero Raul mantuvo su tranquila y comprensiva expresión de siempre.

— Perdón, lo quiero decir es que él era amigo de Agustin, no mío. Creo que sí nos llevamos mejor, pero eso no quiere decir que celebraremos juntos el Día del Amigo.

Me irrité de un segundo a otro.

Él asintió.

— ¿Y por qué te inquietas si está todo bien? - preguntó tranquilo.

— No estoy inquieta.

Suspiré frotando mis dedos contra mi frente.

— Creo que me voy yendo. Necesito pasar por el supermercado antes de llegar a casa - dije tratando de sonar convincente.

Raul frunció el ceño y miró el reloj de la pared.

— Acabas de llegar.

— Lo sé, pero he estado de mal humor. Creo que debí venir otro día, no es nada personal.

Cerró su cuaderno negro que tenía sobre sus piernas y lo apartó. Me miró pensativo con sus grandes lentes.

— Ya son siete meses del accidente y seis desde que te conocí. Siempre te recuerdo lo mucho que has progresado. Pero creo que no es buena señal cuando después de cierto tiempo debo recordarle a un paciente que no estoy para resolver sus problemas, si no para escucharlos hablar. Sin interrumpir, sin juzgar.

Desvié la mirada.

— No sos la misma, gracias a Dios. Tu depresión, tus miedos, tus traumas y todas las otras secuelas que te quedaron del accidente se fueron desvaneciendo de a poco. Muchos fuimos testigo de eso, y puedo darte de alta en cualquier momento. Mariana, sos libre si queres irte, si pensas que tus horas conmigo ya no son necesarias. Pero, antes, te preguntaré: ¿Hay algo sobre lo que me quieras hablar?

Me quedé muda como si la lengua se me hubiese enredado.

— Tomaré eso como un sí.

Asentí.

— No creo que este sea el momento. Es complicado, difícil...- dije frustrada y avergonzada.

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