Capítulo 4 | Hasta Ahora |

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Cuatro meses después

Los Bedoya me recibieron cálidamente en su hogar, como siempre lo han hecho. Hoy era el cumpleaños de Diego, el papá de Agustin, y me ofrecí a hacer la torta. Sólo estaban un par de familiares, no era una celebración por razones obvias, pero todos los presentes quisimos hacerle compañía.

Mateo también estaba. Cuando llegó los saludo a todos, menos a mí. Pero su indiferencia no me dolió, sólo lo ignoré como él lo hizo conmigo.

Al igual que Agus, Mateo tiene una forma de ser y una personalidad atractiva. A propósito o no, busca hacer reír a los de su entorno, y hoy no fue la excepción. Amanda y Diego lo amaban como a un hijo más, eso se podía notar a kilómetros, pero cuando cruzábamos miradas su rostro se ponía duro y la sonrisa se le borraba.

Los Bedoya se mudaron a Buenos Aires hace cinco años, y poco después Agustin se fue a vivir solo cuando comenzó la facultad. Mateo y él se conocieron en Córdoba cuando ambos eran muy pequeños ya que el papá de Mateo es oriundo de allá. La familia de Oscar Serrano y los Bedoya han sido vecinos desde hace muchos años. Finalmente Oscar se fue a Paraná cuando se casó, pero todas las vacaciones regresaban a Córdoba donde Agus y Mateo crearon una amistad tan grande como una hermandad. Por eso fue una gran alegría cuando su amigo de la infancia le dijo que iría a cursar la carrera en Buenos Aires. No lo dudaron ni un segundo: vivirían juntos.

Después de nuestro encuentro en la iglesia, hace cuatro meses, tuve una recaída. Hablé con mi psicólogo y le comenté todo lo que Mateo me dijo, palabra por palabra. Después de escucharme hablar un poco más sobre la relación que tenían ellos dos, Raúl me dijo con firmeza que todos tenemos maneras distintas de sobrellevar un luto. Mateo siente rencor hacia mi persona porque él no tuvo la chance de despedirse de Agustin. Pero lo que más lo está matando por dentro es no haber estado físicamente presente ya que estaba viviendo afuera por el intercambio. Por lo tanto, suplanta la tristeza por un odio el cual me culpa a mí de todo lo sucedido. Raúl me aseguró que Mateo necesitará mucho tiempo para dejar de hacerse esas preguntas sin respuestas que yo misma me hacía hace unos meses.

— Está muy buena la torta, che, ¿dónde la compraron?

Preguntó Mateo con la boca llena.

— Gracias, la hice yo.

Respondí alzando mi tono de voz y cruzándome de brazos.

Mateo me miró y alzó las cejas mientras reía con cierta ironía. Dejó de comerla y se bebió el agua de su vaso. Todos los que estaban en la mesa se dieron cuenta de la obvia, desagradable e incómoda tensión que hay entre él y yo. La familia de Agustin sabía muy bien que Mateo y yo nunca nos llevamos de la mejor manera. No era que nos la pasábamos discutiendo todo el tiempo, y no digo que él sea naturalmente una mala persona, y creo que él piensa, o pensaba, lo mismo de mí. Simplemente nos caemos mal, pero nunca hubo ningún problema grave entre nosotros.

Hasta ahora, puesto que Agustin era lo único que nos unía. Y él ya no estaba.

— ¿Desde cuándo no se ven ustedes dos? - preguntó Amanda, mi suegra.

Mateo y yo nos miramos pero aparté mis ojos con la esperanza de que las chispas de odio dejaran de saltar de los suyos. No entendía por qué en un momento como este, y por respeto a la familia Bedoya, no podía siquiera disimular lo mucho que me detesta.

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