Capítulo 29 | Más |

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El calor fue lo que me despertó.

Su cuerpo desnudo estaba encima del mío y desde mi posición sólo podía ver su melena negra cayendo por mi pecho. Rodeé su cintura con mi brazo y con cuidado le di un medio giro a mi cuerpo para apartarla. Me senté y estiré mi brazo hasta la esquina de mi cama para alcanzar el bóxer. Me levanté un segundo para colocármelo y me volví a sentar en el borde de la cama. Agaché la cabeza sintiendo que en cualquier momento me iba a estallar y llevé las manos a mi nuca. A pesar de que tuvimos sexo anoche cuando llegamos, sabía que ella me odiaba por cómo me comporté. El rostro enojado de Maxi vino a mi mente seguido del recuerdo donde casi nos matamos por saltarme una luz roja, y eso hizo que el dolor de cabeza se intensificara. Caminé hasta el baño para vaciar mi vejiga y cepillarme los dientes. Al salir fui a la cocina a preparar algo de café en la cafetera que Mariana me enseñó a usar. Busqué una pastilla para calmar el dolor y me la tomé cuando el café estuvo listo. Salí al balcón a fumar y a buscar algo de tranquilidad bajo el sol de este domingo de verano.

Dos meses sin hablarnos me hizo cruzar los límites de la desesperación. Me volvía loco no saber si había estado con alguien más, así sea por una noche. Pero no era tan estúpido ni ella tan santa. Seguramente sí lo hizo, al igual que yo. Quería romper todo y preguntarle con quién estuvo y cuántas veces. Pero no me rebajaría a eso, y además ya no importaba porque la tenía acá conmigo nuevamente. Tenía cosas más importantes que pensar.

Regresé al cuarto a buscar mi celular y suspiré al ver el desastre que habíamos hecho. Ella seguía durmiendo y quise desaparecer las sabanas que me impedían ver su cuerpo. Perezosamente me senté en el borde de la cama a leer y responder algunos mensajes que tenía. Casi todos eran de Peter puteandonos a mí y a Maxi en el chat grupal por habernos ido del boliche. La cama se movió y giré la cabeza sobre mi hombro para observarla. Mariana bostezó y luego me miró con sus preciosos ojos verdes. Sentí un calor en mi pecho al recordar todo lo que hicimos anoche cuando llegamos.

— Te odio.

Murmuró sin moverse y sonreí.

— Lo sé.

Contesté dejando el celular en la mesita de luz y poniéndome de pie.

— ¿Qué le vamos a decir a Maxi?

Preguntó sentándose en la cama y suspiré volteando los ojos. Era muy temprano para tener esta conversación.

— ¿Por que tenías que abrir la boca?

Preguntó en su detestable tono cheto.

— ¿Y vos por qué tenías que estar toda la noche colgada de su cuello?

Pregunté cruzándome de brazos y bufó.

— ¿Cuál es tu problema, Mateo?

— Me da por las pelotas que no nos hayamos visto durante un tiempo y lo primero que haces es pegarte al brazo de él durante toda la noche.

Mordió su labio y negó con la cabeza.

— Metí la pata la última vez que nos vimos. Nunca me atendiste las llamadas ni respondiste mis mensajes. No estaba segura de cómo estaban las cosas entre nosotros.

Respondió sin mirarme. Pasó su mano por todo su cabello y se lo llevó a un lado para peinárselo con los dedos.

Recodar nuestro último encuentro luego de aquella misa hizo que en mi interior se desatara un odio difícil de explicar.

— Veni, vamos a bañarnos - dije en voz baja.

Cuando terminamos de enjuagarnos nos quedamos debajo del agua que caía como cascada sobre nuestros cuerpos. Nos miramos fijo y pasé mi mano por su pelo mojado.

AfterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora