Epílogo

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Si me preguntan qué opino de la vida, respondería que es una hija de puta.
Es injusta, mala, confusa. Te da todo, y al segundo te lo quita.

Pero por otro lado, en ese nudo de injusticias, maldades y confusiones, te encontras con personas que te enseñan mucho más que la vida misma. Aprendí, por las malas, que nunca más debo enfocarme en lo que perdí, sino en lo que tengo.

Cuando el acto culminó los padres aplaudimos babosos y orgullosos. Sonreí con alegría cuando la vi entre todos los niños y niñas que posaban para las fotos con sus trajes de Primera Comunión.

— ¿Seguro que sacaste suficientes? - pregunté.

Fue él quien se encargó de las fotos y videos porque yo tenía las manos ocupadas. Mateo asintió sin prestarme mucha atención ya que no dejaba de mirarla ni hacerle señas para que ella notara nuestra ubicación. Los niños fueron rápidamente con sus padres cuando les dijeron que ya eran libres porque la misa había terminado. Paula se acercó a nosotros con una sonrisa inocente y sosteniendo en sus manos el librito de rezos que le repartieron a todos los niños cuando llegaron.

Se veía tan hermosa con el vestido blanco, la coronita de rosas y su precioso pelo castaño que le caía por los hombros.

— ¿Me sacaste fotos, pa?

Preguntó con su dulce voz.

— Claro que sí, reina. ¿Acaso no me viste?

Contestó tomándola de la mano para empezar a caminar con la multitud y salir de la iglesia donde él y yo compartimos un lindo recuerdo desde hace varios años. Les seguí el paso y sentí la cabecita removerse en mi hombro. Mis pisadas y el murmullo de las personas la despertaron. Bostezó y se estiró un poco incómoda.

— Dejame decirte algo, Martina.

Dije luego de largar un gran suspiro por lo fastidioso que me resulta caminar en tacones mientras cargaba mi cartera de un lado y a una nena de cuatro años en el otro. Cuando escuchó su nombre proviniendo de mi voz levantó su mirada hacia mí y me morí de amor por sus ojitos marrones de recién levantada.

— Vos ya estás muy grande para que papá y yo te estemos cargando.

— Estaba aburrida, mami.

— Lo sé, mi amor. Pero ya se acabó.

Sacó su cabeza del hueco de mi cuello y miró al rededor. La miré embobada por su parecido a mí cuando tenía su edad. El pelo casi rubio y corto hasta las hombros, y una nariz chiquita. Aunque también es idéntica a su hermana.

— ¿Dónde está papá?

Preguntó con el tono de voz que siempre usaba cuando estaba apunto de llorar.

— Allá.

Respondí señalando hacia el frente donde se encontraban Paula y Mateo a unos pasos más adelante de nosotras. El cuerpo entero se me acalambró ya que Martina aún no es consciente de que no tengo los mismos músculos de su papá.

Luego de entrar al estacionamiento caminamos hacia nuestro auto. Por supuesto que Mateo y Paula llegaron primero.

— ¿Necesitas ayuda?

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