Capítulo 31 | Ni en su piel, ni en la mía |

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— Veni.

Dije mirándola desde la reposera donde me senté a tomar sol.

— No - contestó.

— Mariana.

— No - repitió caprichosa.

Se sacó la musculosa y la dejó en el piso. Su bikini era negro y le quedaba a la perfección. Llevó sus manos al borde de su short y sentí que iba a estallar.

Reí sintiéndome irritado.

— Dale, boluda, veni.

— Veni vos, vamos a nadar.

Gruñí desesperado.

— Amor, dale - insistí haciendo un berrinche.

Ella rió acercándose y dándose por vencida. Se sentó sobre mí colocando sus piernas a los costados de mis caderas y yo clavé mis dedos en las suyas. Sonrió victoriosa cuando sintió la reacción de mi entrepierna y me acerqué a su cuello para besarlo. Fue muy fácil para mí desatarle el nudo del bikini y dejarla a exposición mía. De su garganta emitió un pequeño gemido cuando toqué y apreté sus pechos con mis manos.

Son muy pocas las veces que puedo venir a verla a su casa y pasar tiempo tranquilo con ella cuando está sola. Por eso es que queremos aprovechar todo el tiempo posible.

Con ese pensamiento me levanté enredando sus piernas en mi cintura y entré a la casa. Me senté en el sillón con ella encima y gimió cuando nos rozamos. Me besó tironeando de mi pelo e hizo un movimiento con sus caderas haciéndome suspirar sobre su boca. Me desesperé durante esos segundos en los que nos separamos para quitar su short y todo lo demás que separaban nuestras anatomías. Nuestros quejidos se escucharon por todo el primer piso cuando hizo los movimientos rápidos. Con mis manos en sus caderas la obligué a bajar la velocidad para hacer más duradero este placer. Quizo volver a tomar el control, pero no la dejé. Enterró sus uñas en mis hombros y apoyó su frente con la mía. Sus ojos estaban cerrados y su boca entreabierta dejando escapar suspiros.

— No sabes lo mucho que te adoro, Mateo.

Susurró sin cortar el movimiento. Quité mis manos de sus caderas y las llevé a su espalda para acariciarla. La abracé con fuerza cuando sentí que estábamos llegando al punto y su cuerpo se debilitó mientras temblaba sobre mí. Cerré los ojos satisfecho y dejé caer mi cabeza hacia atrás. Dejó pequeños besos en mi cuello y pecho mientras yo le acariciaba dulcemente su espalda.

La sentí sonreír en mi cuello mientras buscábamos nuestras manos para entrelazarlas. Volvió a juntar su frente con la mía y le robé un pico haciéndola sonreír nuevamente. Su belleza natural me hipnotizaba. Su cuerpo desnudo, su rostro sin maquillaje, la manera en que su labio se pone cuando sonríe. Para mí, también es de otro mundo.

— Se supone que sólo vendrías a desayunar.

— Me cambiaste el plan cuando dijiste que querías meterte a la pileta.

— El domingo está hermoso, hay que aprovecharlo.

Respondió pasando ambas manos por mi pelo y peinándolo a su antojo.

— Ya tengo hambre otra vez.

Dije mientras subía y bajaba mis manos por sus muslos. Mariana se mordió el labio y negó con la cabeza.

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