Capítulo 24 | Dejar ir |

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Las flores amarillas eran sus favoritas.

En su fiesta de quince años le llenamos el salón con miles de ellas. Y hoy, once meses después de su partida, le traje un ramo de aquellas flores. Me quedé un largo rato leyendo el nombre de mi hermana. Pero no lloré, sólo respiré profundo y disfruté del silencio. Quería decirle lo sola que me sentía sin ella, pero que a pesar de eso, estaba bien. Luego fui al lugar de Agustin y pensé mucho en sus padres. Diego y Amanda querían que trasladaran su cuerpo a Córdoba para enterrarlo allá, pero tuvieron muchos problemas con el papeleo y lo dejaron así ya que era algo muy difícil para lidiar.

Cuando iba a emprender el camino de regreso al auto me topé con Maxi. Sabía que él venía a visitar a Agustin seguido, incluso más que Mateo, pero creo que comprendía las razones de este último. Nos sonreímos y nos abrazamos fuerte. Lo extrañaba muchísimo. Me sentí mal por aquel pequeño grupo de nuestros amigos que se fue disolviendo de a poco. Éramos Agus, Mateo, Maxi, Jenny, Peter y yo. Sabía que ellos ya no se juntaban tanto como antes, y tristemente mi situación con Jenny era similar después de confesarle lo mío con Mateo.

Nos soltamos y me acarició la mejilla.

— Once meses desde que la vida te los arrebató. Pero acá estás, más fuerte que nunca.

Dijo con una sonrisa sincera.

— ¿Cómo lo hiciste? - preguntó.

Me encogí de hombros.

— Los tuve que dejar ir, muy en contra de mi voluntad.

Contesté con una sonrisa para no llorar. Charlamos unos minutos más y nos despedimos antes continuar mi camino hacia el auto donde mi mamá me estaba esperando. Me senté en el asiento de copiloto y suspiré pesadamente mientras ella arrancaba el auto para salir del cementerio.

— ¿Todo bien? - preguntó.

— Sí.

Nos quedamos en silencio y encendí la radio para despejar mi mente.

— Tú papá y yo queremos saber por qué nos ocultas que empezaste a salir con alguien.

Mi cabeza volteó tan rápido hacia ella que casi se me contractura el cuello.

— No salgo con nadie.

Ella rió.

— ¿Te pensas que nacimos ayer?

Preguntó divertida y me mordí el labio.

— No es nada - respondí en voz baja.

— No tenes que contarnos todo, pero al menos avisa que vas a llegar tarde casa para no preocuparnos.

Dijo sin apartar la vista del camino. Recosté mi cabeza en el respaldar y llevé mi mirada a la ventanilla. El otro día me había preguntado por qué Jenny ya no iba a casa, y tuve que inventar una ridícula excusa. Supongo que su instinto de madre la hacía indagar tanto, pero le agradecía que tanto ella como papá me siguieran dando mi espacio e independencia.

Mamá me dejó en casa y volvió a salir para encontrarse con papá e ir juntos a pasar el resto de este soleado sábado a casa de unos amigos. Yo en cambio preferí quedarme y aprovechar de esta soledad para estudiar un poco, hasta que las horas fueron pasando y el hambre me bloqueó de todo. Fui a la cocina por algo de comer y no pude controlar las mariposas en mí panza cuando escuché el tono de llamada del celular y leí el nombre de Mateo en la pantalla.

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