6: Castigo en el Bosque

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Miró hacia atrás y comprobó con satisfacción que había dejado unas suaves huellas apenas perceptibles sobre la nieve virgen.

Miró su reloj de pulsera y comprobó que apenas le quedaba una hora para seguir  recorriendo el bosque.

Miró hacia delante, donde unos árboles de tamaño extraordinario le cortaban el paso. Si quería seguir por ese camino, iba a tener que trepar por los helados troncos. Albus nunca había llegado tan lejos en sus incursiones por el Bosque Prohibido.

Era el último fin de semana antes de las vacaciones de Navidad, y por tanto, su último sábado de castigo. Los primeros días se limitaba a seguir a Hagrid por el bosque, mirando hacia todos lados por si acaso aparecía algún animal peligroso desde las sombras mientras, mientras intentaba no quedarse atrás. Con el paso de las semanas, había aprendido los caminos que el bosque señalaba, y que sólo se podían apreciar si estabas prestando mucha atención. También había aprendido a ser sigiloso como una sombra, ya que los unicornios salían corriendo en cuanto oían el más mínimo ruido.

En aquellos tres meses de castigo, sólo había visto dos unicornios vivos, y uno muerto. En aquel que había encontrado se podía apreciar un finísimo corte a la altura de la garganta, que con era, con toda seguridad, la causa de la muerte. Sin embargo, lo que seguía siendo un misterio era el por qué iba a querer alguien matar a una criatura tan bella y pura como un unicornio.

En su escaso tiempo libre, Albus, Rose y Scorpius (y de vez en cuando, también Rick) se recorrían la sección de Criaturas Mágicas de la biblioteca, buscando información sobre unicornios en gruesos volúmenes y polvorientas enciclopedias. Les había costado mucho dar por fin con un libro que no narrara cuentos infantiles sobre unicornios y princesas, y no querían consultar a Madame Pince, la bibliotecaria, para que no les hiciera preguntas que no querían contestar. Así habían descubierto las increíbles propiedades de la sangre de unicornio, y el precio tan alto que había que pagar para conseguirla: matarlo.

Albus descendió cuidadosamente por el tronco del enorme árbol que acababa de subir. Se encontraba en un enorme claro en lo más profundo del bosque. Los árboles formaban un círculo, en cuyo centro había un estanque enorme o un lago pequeño, en cuya superficie había una fina película de hielo. Ahí nacía un riachuelo que seguramente lo comunicaba con el Lago Negro, pero lo que más llamó su atención fue el bote naranja que había en la orilla. Era igual que los que utilizaban los de primer año para llegar al colegio. Albus recordó aquel bote que vio en su primer día en Hogwarts, ese que se alejaba de los demás y que iba en dirección al Bosque Prohibido. Quizá no fuera una imaginación fruto de sus nervios ante la Selección.

Se acercó al bote, pensando que quizás el asesino de los unicornios se escondía ahí, pero sólo vio un cesto de mimbre. Abrió la tapa.

Definitivamente no se había esperado eso. Esperaba encontrar cuchillos u otra clase de armas que podrían haber matado a los unicornios. Pero no se esperaba encontrar unas pequeñas serpientes que al ver la luz del sol, se empezaron a mover.

Albus gritó, asustado, y se alejó unos pasos. La serpiente más grande (que tendría aproximadamente la longitud de su brazo) salió del cesto y empezó a avanzar hacia él, siseando y mostrando unos enormes colmillos que rezumaban veneno. Pronto estuvo tan cerca que Albus le podía contar las escamas, que brillaban a la luz del sol de invierno. Se había quedado paralizado del terror que sentía, ni siquiera se atrevía a mover la mano para coger su varita y lanzar chispas rojas. En ese momento, su sentido común lo abandonó, y se vio dominado por el instinto. Se escuchó a sí mismo emitir un silbido parecido a los de las viejas tuberías de la Madriguera, y se le pusieron los pelos de punta.

Se quedó asombrado cuando vio que la serpiente se paraba, y lo miraba confundida. Albus tampoco tenía muy claro qué es lo que estaba pasando.

Cuando se percató de que la serpiente ya no tenía intención de atacarle, se agachó para observarla más de cerca. La miró fijamente a sus ojos amarillos, que le devolvían la mirada.

Albus PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora