Capítulo 6

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Un helicóptero Black-Hawk se aproximaba a la base Hopkins. Dentro de él, cuatro agentes de la Delta Force, en el asiento de copiloto, la mítica Michelle Truman estaba hundida en su celular.

Timothy Simpson, líder del cuarteto delta, sujetó un enorme maletín, y de él sacó su equipo. Los demás hombres hicieron lo mismo.

–Gafas de visión térmica –exclamó sobre el sonido del helicóptero–, nos permitirán ver más allá de lo visible, además, son tan sensibles que podemos observar residuos de calor en el ambiente –tomó un dardo y lo mostró a su equipo–, veneno, una vez que lo disparen, tendrán dos minutos para hacer hablar a su objetivo; les recomiendo que sea rápido, pues empezará a perder los sentidos.

La voz de Michelle Truman se escuchó en el helicóptero.

–No es por menospreciarlo señor Simpson –dijo–, pero el enemigo puede eliminar a un escuadrón en menos de un minuto, y, como vieron en la foto, tomarse la molestia de arrancarles la piel, por lo cual, creo que sus dardos envenenados no serán útiles esta vez.

–¿Y las gafas? –preguntó la única mujer del cuerpo Delta, la teniente Rodríguez.

–Se les dirá todo lo relativo al asunto en cuanto estemos en la base –replicó Michelle–, por el momento, les recomiendo que preparen el armamento pesado.


Los técnicos de la base Hopkins quedaron impresionados al ver a Schaefer atravesar la enorme sala, sabían que iría un policía "especial", mas no sospechaban que el susodicho fuera un mastodonte con pinta de marino ruso. La firme mirada del detective se cruzó con la de diversos hombres, que no pudieron hacer otra cosa mas que alejar su vista para no demostrar lo intimidados que estaban.

El neoyorkino estaba acostumbrado a recibir esa clase de miradas, en el departamento de homicidios muchos criminales quedaban impresionados por cuán macizo era el policía, claro, que no faltaba el iluso que intentaba pasarse de listo, frecuentemente terminaban lisiados, como cuando lanzó a un mafioso del quinto piso de un edificio. A Schaefer y su compañero les encantaba la vieja técnica de "El policía malo y el malo". No vacilaban en sacar sus armas durante interrogatorios. Era divertido, pero nunca reía. La sonrisa era un gesto que hombres tan dedicados como él, no logran desarrollar.

Por su parte, el agente Burns, sentía que, poco a poco, dejaba de ser de utilidad, no sólo por la capacidad que Schaefer había demostrado intentando huir de agentes federales sin temor alguno, sino, porque si en el mundo había personas indicadas para lidiar con aquella situación "extraordinaria", eran su mentor, el general Phillips, y su superior, Michelle Truman, la responsable intelectual de la operación.

Con discreción, revisó su celular, esperaba recibir una llamada urgente en cualquier momento notificándole que debía volver a Washington, que ya no tenía nada que hacer a mitad de la nada, que podría dormir tranquilamente, con su revólver y un par de cartuchos debajo del colchón. Un pequeño hábito inculcado por Phillips, quien sería capaz de dormir abrazando una bazuca, y con la cabeza de un vietnamita –recuerdo de la guerra–, en la sala.

–Los cadáveres ya fueron retirados ¿no? –cuestionó al general guardando su teléfono que seguía sin notificaciones.

–Sí –Phillips gruñó por lo bajo, siguió caminando–, ¿no creía que dejaríamos los trozos ahí como carne de cerdo?

Burns calló avergonzado por la estupidez de su pregunta.

Al detective le parecía divertido que Burns, en presencia de Phillips, pasaba de ser en vaquero temerario a un simple pueblerino. Era obvio quién era el sheriff en ese pueblo.

–Detective –prosiguió el general al llegar a la "mesa de operaciones", hizo zoom en un punto específico del mapa que se proyectaba–. Nosotros estamos aquí –tocó dos veces el punto, y apareció un pequeño texto que decía el nombre de la base, luego la imagen pasó a ser un plano detallado del recinto–, los cuerpos estaban en el ala 12, justo al otro lado de la base –Phillips se quitó la boina–, el punto de acceso más cercano al ala 12 es la entrada Noroeste, sin embargo, la reja no fue destruida, ni las cámaras lograron captar algo.

–¿A qué hora ocurrió todo? –preguntó Richard cruzándose de brazos.

–Aproximadamente a las 9 de la mañana –replicó el veterano sin dejar de mirar el plano–, hora local.

–¿El clima?

–¿Perdón, detective?

–Sí, el clima –dijo Richard–. Nublado, más cálido de lo normal, una tormenta.

–Es Alaska –interrumpió Burns con las manos detrás–, la temperatura era la habitual. Nevado.

El neoyorkino reflexionó antes de formular su siguiente pregunta.

–¿Alguna anomalía con los sistemas?

Phillips y Burns intercambiaron una mirada difícil de interpretar.

–Sí –dijo finalmente Burns–. En el puesto de vigilancia, a un par de minutos de aquí, a eso de las 10 de la noche de ayer, el guardia aseguró que las cámaras dejaron de transmitir por un instante, como un televisor que pierde la señal.

–Estática –dijo Schaefer poniendo a trabajar su mente–. Supongo que la resolución de sus cámaras en la entrada noroeste no es muy buena ¿Además de los finados... había alguien más?

–No –afirmó el general con enojo, como si detestara dar aquella respuesta–, sólo ellos.

–Todo ocurrió en segundos –continuó Burns con la mirada perdida en el plano–, lo sabemos porque ninguno tuvo tiempo de emitir alguna señal de ayuda. Hubo bastantes disparos de nuestros hombres –de pronto, el agente tartamudeó–, e-en c-cambio, el enemigo no soltó ni una sola bala. Ningún humano saldría ileso. E-eran elementos destacados, por eso protegían el ala 12.

–¿Qué hay ahí? –preguntó Schaefer llevando sus manos a los bolsillos.

–Confidencial –dijo Burns mirando al detective.

–Tecnología –admitió el general inclinando su cabeza–, cosas de la refinería, combustibles...

La mente de Richard Schaefer comenzó a trabajar, recreando el escenario que era técnicamente desconocido para él.

Los guardias estaban firmes como siempre, no se imaginaban que subiendo por un muro, y no por la reja, entraban unos visitantes sin invitación, estos trepaban procurando ser evitados por las cámaras. Evidentemente, eran más de dos, tal vez tres, una operación pequeña, pues fue rápida.

"Equipos numerosos son ruidosos" recordó el detective. En su mente las imágenes seguían avanzando: Uno de los soldados miró al enemigo y comenzó a disparar.

"Algo no tiene sentido" se dijo "A menos que... usaran el camuflaje ¡Claro!", ahora que lo contemplaba, todo tenía más sentido. Trepaban lentamente por la reja, invisibles para el ojo humano y las cámaras, con el clima nevado característico no distinguieron nada inusual. Los militares sólo pueden sentir una presencia extraña, nada normal, por lo que se muestran alertas, olvidándose de sus radios, finalmente, el equipo de invasores está listo, y, de forma discreta, elegante y eficaz, eliminan a varios miembros, el resto se asusta y comienza a disparar a todas partes, los enemigos simplemente se alejan un poco, y atacan por detrás al resto que sigue con vida. Tranquilamente, despellejan a los deshonorables guardias que sólo supieron disparar desesperadamente, y a la vez, para dejar un pequeño cartel de "no se metan con nosotros" a quien fuera que encontrara aquél escenario. Finalmente, tras conseguir lo que buscaban, los asesinos salen tranquilamente sin ser detectados.

Schaefer había olvidado lo interesante que era el arte de matar.

Pronto lo recordaría mejor.

Tras el Rastro del Cazador | Predator #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora