Un destello azul se formó en la nieve, bajo los pies de Hill, dos hileras curvadas de cuchillas emergieron, la trampa se enterró en la pierna derecha de Clark. De inmediato, el aparato giró sobre su propio eje. Un chorro de sangre brotó al tiempo que la tibia del soldado se destrozaba.
Clark Hill comenzó a gritar.
–Maldición –susurró Schaefer.
Hill cayó de golpe, la nieve estaba manchada de rojo a su alrededor. De inmediato, varios soldados se corrieron para auxiliarlo. Schaefer no podía creer tal grado de ineptitud.
–Alto –dijo en voz alta interponiéndose en el camino–. Debemos alejarnos.
–¿Qué dice? –Espetó Burns–. Hay un soldado herido. No me diga que lo considera pesa muerto...
–No –Richard frunció el ceño aún más de lo normal–, acaba de delatar nuestra ubicación.
El agente Burns pareció entender, no obstante, el que mostraba total desacuerdo a flor de piel fue Timothy Simpson. Quien de inmediato intentó retomar el control:
–Soldados –manifestó mirando al batallón–, liberen a Hill y prepárenlo para atención médica. Debemos llevarlo a la base.
Rodríguez fue la primera en acercarse, por otra parte, Calder Jones se mantuvo como estatua. Simpson detuvo a la mujer.
–No –le susurró al oído–. No debemos arriesgarnos a perder otra unidad.
La teniente comprendió, incluso le resultaba extraña la "sincronía" mental, casi telepatía, que Simpson y Jones mostraban. Lo que la consternaba, era el hecho de que se rehusaran a ver como uno de sus elementos sufría.
Schaefer se preguntaba qué diantre pensaba el pelirrojo. El detective quitó el seguro de su arma, y se alejó unos cuantos metros del alboroto, junto a Burns.
–¿El general estará enterado? –preguntó el rubio en voz baja.
–Tenlo por seguro –replicó Burns–, nosotros sólo somos marionetas. ¿Deberíamos hacer algo?
–Sólo una cosa –Richard giró su cabeza y vio las luces de las linternas, no había peor forma de discreción–: Sobrevivir.
El general Phillips permanecía de pie, atrás, Michelle Truman estaba sentada en el escritorio, con la fría mirada atenta a la pantalla que mostraba el avance de la misión. La cámara integrada en el traje de Simpson era de gran ayuda, todos los integrantes del equipo especial tenía micrófonos por todas partes.
–El detective tiene razón –dijo Truman sin dejar de ver las imágenes.
Phillips la volteó a ver.
–Él no es militar... es evidente que tiene miedo.
–Ambos sabemos que no. El detective es el más tranquilo de todos.
La pequeña cámara tenía una definición espectacular. Simpson seguía estático captando cada fotograma, con apenas 0.7 segundos de diferencia. La CIA fabricaba toda clase de juguetes que se pudiera imaginar una persona. El equipo de la Delta Force poseía armas cuya existencia era ignorada por el mismo presidente. Durante la Guerra Fría, incluso se pensó en modificar gatos para integrarles comunicadores y transmitir conversaciones, la idea de los felinos espías había sido desechada durante la primera prueba de campo.
El gato fue atropellado al cruzar la primera calle.
Phillips lo reconsideró, tal vez la percepción de Schaefer no era equívoca.
Se acercó al escritorio y habló por el micrófono.
–Simpson –ordenó–. Ocupe los F-22, debemos ver todos los ángulos.
–Entendido.
Tim, procurando que la cámara siguiera enfocándose en los intentos de los soldados por apoyar a Hill, se acercó a Jones, que sacudía la nieve de su pasamontañas.
–Activa los F-22.
Calder asintió. Extendió un pequeño compartimiento de su rifle de asalto, y sacó dos mínimos tubos de plástico. Del tamaño de una libélula, los F-22 eran pequeños robots con una cámara y micrófono, evidentemente, con la capacidad de volar, catorce horas seguidas antes de que requirieran cargar sus celdas solares. Mucho más efectivas que los gatos-ciborg.
Desde la base, Phillips los controlaría.
Ambos robo-insectos empezaron a vibrar, y salieron volando de la mano de Jones.
–Listo –manifestó Simpson por lo bajo.
Richard veía los inútiles intentos de los soldados de plomo por liberar la pierna de Hill. "La única forma de que salga es sin una pierna", pensó. Por lo menos, los militares lisiados eran bien tratados en la actualidad.
Uno de los hombres, con un uniforme color café, sujetó la trampa e intentó abrirla, estúpidamente.
Entonces Schaefer lo sintió.
La misma sensación. Como si se le erizaran los vellos del cuello, se escuchó un sonido, seguramente una rama rota. Richard apuntó su arma a todos lados. Burns, que por primera vez calló, hizo lo mismo. Era evidente que no estaban solos ahora.
El inepto que intentaba abrir la trampa pidió ayuda, otro soldado empezó a jalar, Hill estaba inconsciente. Pero era tarde. ¿Por qué poner un escáner o alarma cuando puedes colocar algo que haga gritar? Schaefer miraba atento, Burns hizo señas a otros hombres.
La trampa empezaba a ceder, el del uniforme café no desistió, podía, debía. Un chasquido le interrumpió. Miró hacia atrás.
–¡Mierda!
Una enorme lanza invisible atravesó el cuerpo del soldado, clavándolo contra la nieve, al lado de Hill.
Los demás hombres se asustaron, olvidándose del herido, amartillaron sus respectivas armas.
–Todos quietos –ordenó Schaefer.
No le obedecieron, empezaron a dar pasos lentos, girar en busca de un blanco. Otro destello azul en la nieve. Uno de los hombres del batallón había caído. Schaefer estalló en ira, cuando la pierna del tipo se ató en una cuerda negra, y comenzó a ser arrastrado, directo a la barranca.
El neoyorkino vio como los restantes Delta, usaban sus gafas de visión térmica. No parecían notar nada.
Richard lo vio primero, una especie de disco con navajas se dirigía a toda velocidad hacia Simpson. La shuriken traspasó su cuerpo sin dificultad y se enterró en la nieve al tiempo que el pelirrojo se desplomaba sangrando.
Una gutural voz habló de entre la oscuridad.
–Todos quietos.
***
¿Cómo están? Yo muy bien, ojalá y ustedes igual.
Espero y no piensen que ando matando personajes desaprovechando la oportunidad de darles un trasfondo. No, no soy tan cruel *ay ajá*.
No obstante, aún faltan bastantes personajes y cosas que contar.
¡Gracias por leer! ¡Saludos!
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Tras el Rastro del Cazador | Predator #2
FanfictionDesde asesinatos domésticos, ejecuciones y aquella noche en la que Nueva York se bañó en sangre. El detective Richard Schaefer lo ha visto todo. Ahora, será reclutado contra su voluntad para ser transportado a Alaska, donde una vez más...