Capítulo 22

55 4 0
                                    


Los ojos negros del agente Burns siguieron la luz de la bengala cuando ésta se elevó misteriosamente en el cielo estrellado, Tate Wilkins se removió incómodo a su lado levantando ambas cejas. A Burns, la imagen le recordó a sí mismo, veinte años atrás de puntillas en un campo abierto, frente al telescopio y con la casa rodante de papá atrás, listo oara divisar su primera estrella fugaz, intentando alejar la vista de las luciérnagas para que finalmente la noche se nublara y sus ilusiones se desvanecieran como vapor.

—No viene de la Base Jefferson —dijo Tate ceñudo mirando a Burns—, alguien quiere darnos su ubicación, ¿Cree que sea Schaef?

Burns negó con la cabeza, el detective no era tan estúpido ¿O sí?

—Dios mío, menudo lío —la voz de Wilkins sonó áspera—, el teniente Garneth me dijo que había desaparecido  uno de los hombres de la base. Tal vez está herido. Nos está pidiendo ayuda.

—Es cuestionable.

—Yo se los decía, Burns. Si las cosas mal van, tu ubicación al amigo has de revelar.

La rima era mediocre pero fácil de grabar en la mente.

—Podría ser una trampa —añadió el general Phillips a Calder Jones—. Y sin embargo, no creo que Schaefer sea capaz de vencernos. Si ha disparado la bengala es porque tal vez está moribundo.

»Debemos averigüarlo, Jones.

Minutos después, Tate sonreía de oreja a oreja, y por alguna curiosa razón, Burns no podía dejar de ver el diente metálico del sujeto, que brillaba como una perla mientras ambos trotaban en dirección al Apache modificado de Wilkins, quien de repente tomó su radio y habló con voz de lo más grave y masculina.

—Garneth... ¿Hay noticias de nuestro hombre desaparecido? —hizo una pausa y caminó hasta el pasillo apenas iluminado que los llevaba al hangar— ¿Cuál dices que era su nombre? Ajá... Perfecto, envía su matrícula a la base Hopkins... 

Anonadado por la eficiencia en el paso de Wilkins, Burns lo siguió hasta cruzar una puerta metálica de doble hoja, la cual les dejó entrar al hangar pulido en el que reposaba el Apache, unos diez soldados de uniforme verde deambulaban alrededor del aparato, dos montaban un AK-47 contando chistes negros; pegadas a las paredes, tres pequeñas áreas similares a cubículos con militares —dos mujeres, un hombre— tecleando cubiertos por grandes audífonos, una de ellas, miró a Wilkins a los ojos y se apresuró a procesar una impresión.

La hoja salió de la impresora zumbando, la mujer pasó la guillotina un par veces sobre ella y ¡Ta dan! La fotografía de un no viejo pero tampoco joven soldado de nariz pequeña y ojos pícaros. Se la entregó a Tate, quien la escrudriñó un instante como si viera el retrato de algún héroe de guerra. Giró sobre los talones y caminó hasta cerca del helicóptero.

—¡Nathan! ¡Nathan!

En eso, un caso con gafas de sol apareció de donde estaba oculto cerca del fuselaje, la persona que lo usaba era joven, con una paleta en la boca, y le bastaron tres pasos para llegar adonde Wilkins y Burns.

—Agente Burns —recitó Tate con voz de comercial—, ella es Nathan, la mejor piloto de Alaska.
Burns se sintió abruptamente idiota, pues creía que Nathan era hombre, y aunque su aspecto lo gritaba, la voz lo abofeteó al recalcarle la verdad.

—Agente Burns. —le dijo tras un breve estrechamiento de manos.

Se separaron y Tate hizo un gesto con la cabeza a la mujer, quien se quitó el casco y reveló un cabello castaño en punta y unos típicos ojos azules.

—Éste es Leatherface —Nathan sujetó el fuselaje mientras caminaba seguida de ambos hombres. El nombre de la máquina tomó desprevenido al agente Burns, y ella lo percibió divertida—, no pregunte por qué elegimos el nombre —esto hizo reír a Tate—. Aguanta hasta a seis personas, le podemos montar dos AK-47 pero nuestro millonario presupuesto a lo Obama nos deja con una nada más. El motor es de última generación. Es casi un Mercedes Benz con hélices. No se funde y su temperatura es disimulada por el aislante que rodea a los dos mecanismos principales. Lo cual lo vuelve a prueba de misiles térmicos. Podemos montar ametralladoras a los lados de esas hermosas y pequeñitas alas, ahora tampoco tenemos el armamento pesado cerca. Los canadienses son muy paranoicos. ¿Va a ir con nosotros, agente Burns?

Tras el Rastro del Cazador | Predator #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora