Capítulo 31
Cuando abrió los ojos despertando del breve coma —dos semanas después del incidente en Alaska— lo hizo con párpados verticales, recostado en una camilla de un sitio cuyo nombre le resultaría tan desconcertante como su estado actual.Un monitor cardíaco daba pitidos silenciosos a su izquierda, más lejos de lo habitual, retratando los sonidos de su corazón, acelerándose.
Un pesado sueño lo atacó, le pesaron los párpados, y sin querer, los cerró; pero volvió a intentar abrirlos con mayor determinación esta vez.
El doctor, alto y de cuello largo, reaccionó al instante de su despertar. Llevaba un gafete con fotografía.Titus Trollenberg administró la dosis de epinefrina necesaria para evitar que el el paciente su hundiera nuevamente en el estado comatoso.
—Relájese. —ordenó Trollenberg sujetándolo del brazo.
—¿Dónde estoy? —balbuceó Burns intentando recuperar los recuerdos de sus últimos momentos de consciencia.Todas las memorias eran confusas y se revolvían entre sí como serpientes. Se veía en el interior de la nave de los cazadores, cuando el líquido negro se derramó sobre él y el otro cazador. Le irritó la piel y luego se metió en sus poros, Burns se retorció combatiendo contra lo que sentía invadir su organismo. ¿Qué clase de químico era ese, que se introdujo en su cuerpo dando vueltas en sus entrañas? Reacomodando todo su organismo como un rompecabezas.
A penas le venían a la mente imágenes de sí mismo arrastrándose en la nave con las manos hasta encontrar una salida y dejarse caer al vacío.
Caía en la nieve, sus huesos crujían, seguía salpicado de la misteriosa susancia negra que
Una docena más de hombres y mujeres ataviados con batas y trajes especiales entraron a la habitación y le aplicaron tida clase de inyecciones mientras él intentaba mover la cabeza detenido por una tira de cuero.
Cuando vio los logotipos de los uniformes, cayó en la cuenta de que no estaba en un hospital.El logotipo de Industrias Borgia, compañía con la que Burns hizo un pacto clandestino para detener el avance corrupto del general Phillips en su alianza secreta con Weyland.
—Todas sus funciones son estables —recitó una mujer frente a varios monitores, con unos gruesos bifocales pegados al mentón, sí, al mentón—. No puedo creer que sobreviviera al mutágeno.
—Parece haberse regenerado tras la caída. —señaló un médico árabe que le acariciaba el cráneo apuntándole con una linterna.
—¿Dónde estoy? —volvió a preguntar Burns sacudiéndose violentamente—. ¡Déjenme salir!
—Debe entender —indicó Titus Trollenberg mirándolo fijamente desde el fondo— que su estado no es óptimo para dejarle salir, agente Burns. Ha sufrido ciertos cambios en su estructura a niveles incuantificables para nuestra tecnología actual. Parece que estuvo en contacto con un acelerador genético, y el mutágeno y su sangre se han fusionado.
—¿Qué? No, no, no. ¡DÉJEMESALIR! —gritó revolviéndose violentamente, dando sacudidas en la cama viendo a todos los científicos que lo rodeaban. Ignoraba el brazo cercenado que reposaba en una sala contigua dentro de un recipiente con gel, el suyo. Le habían cortado el brazo. Pero lo más perturbador de todo era que su brazo ya no era para nada humano, era el de un monstruo. Se había convertido en una abominación, el líquido negro lo mutó, transformándolo en una bestia zombificada. Sus gritos ya no eran los de antes, la voz era gutural—. ¡DÉJAMESALIR! FIRMÉ UN CONTRATO. ¡Yo los ayudé a recuperar el cadáver en Alaska! ¡Quiero hablar con Bruno Borgia!
Titus Trollenberg suspiró e hizo un gesto a la mujer de los bifocales. Ella miró el cuerpo grisáceo de Burns, sus garras y los filosos dientes que se asomaban entre sus delgados labios de aspecto reptiliano, incrédula ante las palabras del doctor.
—Morfina y clonazepam.
—P-pero señor... —repuso ella—. Acabamos de darle adrenalina.
—Duérmanlo ya.
Una vez que Burns estuvo dormido, Titus Trollenberg se permitió salir encaminándose a la siguiente sección del laboratorio seguido por una fracción de los científicos de su equipo. Pasaron dos sellos de seguridad con detectores de retina y teclados alfanuméricos de última generación cuyas contraseñas superaban los ocho dígitos.
Pasaron al lado del brazo de Burns y continuaron su trayecto hasta la incubadora principal del proyecto, una especie de Arca diseñada por Titus Trollenberg capaz de mantener frescos los tejidos biológicos en una sustancia gelatinosa de tintes mentolados, la cual no necesitaba ser cambiada por el continuo bombeo de nitrógeno desde el fondo de la cápsula, sin mencionar los suministros de carbono e hidrógeno que nutrían las células aún post-mórtem.En la parte superior, un panel de policarbonato electrocrómico con una hendidura transversal para abrirlo brillaba sobre la cabeza de la enorme criatura que en estos momentos era estudiada por un equipo de científicos de Industrias Borgia capitaneados por Trollenberg, y custodiados por guardias de seguridad con rifles Borgi-AK400 en el arsenal, en uno de los pisos inferiores de aquel moderno complejo considerado uno de los treinta más seguros del país.
El yautja explorador, sin casco y a duras penas con trozos de la armadura, flotaba como una mística momia entre los paleontólogos, dentro de la cuna llena de un líquido gelatinoso de color turquesa. Era el mismo que Richard Schaefer, el detective, derrotó en la cabaña del ejército tirándolo por el pequeño acantilado en Alaska.
Titus Trollenberg sonrió al acercarse al cadáver que el mismo Burns les había ayudado a conseguir. Acarició la parte superior del contenedor ansioso por iniciar la segunda fase.
El rostro del alienígena tenía un prominente corte antiestético atravesándole la cara, desde la sien, pasando por el ojo, hasta estar cerca de las mandíbulas. Le confería un aspecto violento aún estando muerto.
Se le antojó una alegoría respecto a Prometeo, quien de acuerdo a la mitología entregó el fuego a la humanidad a espaldas de la opinión de los Dioses. Supuso que —en su caso— ellos estaban arrebatando el fuego por sus propios medios.
—Se le nota incluso más ansioso que el señor Bruno Borgia por llegar a la fase dos. —sonrió la doctora de los lentes acercándosele—. Creo que nos ofrecerá grandes desafíos.
Trollenberg la miró.
—Nos ayudará a cambiar el mundo.
Dicho esto, ella le dedicó una risita de colegas antes de tomarlo del brazo y acompañarlo de vuelta al laboratorio principal. Dejando atrás al grupo de científico del Proyecto Scarface, herméticamente protegidos por muros reforzados.
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Tras el Rastro del Cazador | Predator #2
FanfictionDesde asesinatos domésticos, ejecuciones y aquella noche en la que Nueva York se bañó en sangre. El detective Richard Schaefer lo ha visto todo. Ahora, será reclutado contra su voluntad para ser transportado a Alaska, donde una vez más...