El cielo titubeaba, indecente, resistiendo la luz que vendría en un par de horas. Un ave sobrevoló la alambrada que recubría la zona trasera de la base Hopkins, el área de almacenaje y las bóvedas de seguridad contiguas a la armería. Las sombras que provocaban las luces artificiales recordaban a las de una cancha de baloncesto sin jugadores a mitad de la noche, con los faros encendidos lamiendo la superficie húmeda. Un grupo de polillas golpeaba el foco con tanta fuerza que parecían dispuestas a romperlo.
La cerca alambrada sudaba nerviosa flagelada por los empujones del viento, las gélidas ráfagas que hicieron tiritar a Andrew Garneth cuando Rodríguez le abrió la puerta del todoterreno y le apuntó con la pistola. La mujer tenía una mirada equiparable a la de una hermana mayor dispuesta a castigar a los pequeños... Su piel morena brilló cuando las nubes descubrieron la luna.
—Abajo.
A Garneth le desagradaba aquello, ser amenazado por una mujer morena acompañada de un rubio. Ella le apuntó con el arma y le indicó con la mano que bajara lentamente. Obedeció, puso los pies en la nieve y sintió un ligero tirón en los gemelos. Levantó ambas manos y sopesó sus opciones, cuando Schaefer pegó la boca de su revólver bajo la tercera vértebra del soldado.
«Es cuestión de tiempo —reflexionó Garneth—, un poco.» Necesitaba ganar unos treinta centímetros entre su espalda y el arma del detective, para librarse de él de una vez por todas arrebatándole el revólver y dispararle tres veces en la caja torácica. Ambos habían estado hablando durante casi todo el trayecto.
—Tranquilo. —le dijo la fémina en un susurro mientras se deslizaban como sombras en dirección a la base Hopkins—. Nada malo sucederá si nos ayuda.
Dicho esto, Rodríguez sacó sus prismáticos de visión térmica y oyó el crepitar de su intercomunicador en el oído. Entornó los ojos y prestó atención.
—Agente Rodríguez... —le saludó la voz del general Phillips.
* * *
Tate Wilkins bebió ávido del termo, le apetecía beber un trago de cerveza canadiense, pero debía conformarse con café. Miró a su alrededor, el puente estaba sumergido en ruido y repiqueteo de lápices y teléfonos. Un militar informático descolgó el auricular de un fijo y se lo llevó al oído pegándolo con el hombro.
—Almirante —le oyó decir—, la situación se nos está yendo de las manos.
Burns caminaba entre ellos erecto como un falo, supervisaba todo con el sigilo y la frialdad de una serpiente. El general Phillips, menos discreto, se movía cual león rugiendo órdenes a sus subordinados por donde quiera que caminaba, su traje militar verde parecía arrugarse un tirón cada hora, su boina reposaba ocultando sus canas.
—¡Situación, Peterson! —exclamó de repente acercándose a uno de los puestos.
Peterson levantó la mirada con las cejas vueltas un arco, se removió los auriculares y se puso de pie con un cuaderno de notas de diez por quince centímetros.
—Dos unidades médicas van en camino a la zona B —señaló firme y con voz sólida.
—¿Alguien ha hablado con los canadienses? —preguntó Burns en un murmullo.
A Wilkins la pregunta no le pudo parecer más adecuada. Dirigió sus ojos a Perkins, que respondió sin colgar el teléfono.
—Están al tanto de nuestra actividad, pero no van a intervenir mientras no vayamos a su territorio.
—¿Habló con el almirante en caso de que necesitáramos una extracción?
Perkins pareció pensarlo.
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Tras el Rastro del Cazador | Predator #2
FanfictionDesde asesinatos domésticos, ejecuciones y aquella noche en la que Nueva York se bañó en sangre. El detective Richard Schaefer lo ha visto todo. Ahora, será reclutado contra su voluntad para ser transportado a Alaska, donde una vez más...