Capítulo 26
Colgó por tercera vez, y maldijo por cuarta ocasión. El teléfono sonaba y sonaba, sin embargo, únicamente hacía eso.
«Schaefer», pensó visualizando el asiento de copiloto del auto vacío. Un frío inhóspito merodeaba en Brooklyn, los majestuosos falos de concreto y cristal brillaban solitarios bajo las nubes grises, que amenazaban con llover. «Schaef está en Alaska».
Negó con la cabeza, su radio crepitaba emitiendo anuncios. Un incendio en el diez sesenta de la sesenta y dos. Aquella calle le resultaba típicamente cliché, y ridículamente vulnerable.
Supo entonces, al ver a dos asiáticos cruzar el paso de cebra, cuál debía ser su siguiente jugada.
Pisó el acelerador y dejó que la aguja de velocidad cambiara de posición drásticamente.
* * *
—¡Reestablecimos la electricidad!
Las imágenes venían a su mente atropelladas e iluminadas por faros blancos y chillones. Sintió cómo lo cargaban por las axilas. Como un ebrio. Oía claramente el tamborileo de las botas, y los voz de una mujer, bastante alta.
—General —decía—, no tiene el rango para...
Cerró los ojos, pero los abrió inmediatamente temiendo quedarse inconsciente. Estaban avanzando por un pasillo ampliamente iluminado.
—Todo va a estar bien, Ricky —escuchó que le susurraban al oído, era la voz de su hermano, mas cuando giró la cabeza, solo vio a un soldado de piel morena.
Y a Andrew Garneth sonriendo desde una esquina del pasillo. A su lado, la agente Rodríguez pasó evitando tener contacto visual con Schaefer, y sobre todo con Calder Jones, quien la observó con cierta serenidad felina y perspicaz, su mirada era clara: «No creía que fueras a lograrlo, pero lo hiciste.»
Una mano fuerte sostuvo la nuca del detectiva agachándolo por la fuerza.
«Ducth —dijo en sus adentros—. ¿Dónde diablos nos hemos metido?»
***
Tate Wilkins nunca había abrazado a uno de sus hombres, no con ambos brazos.
Sin embargo, esta noche, era una excepción. Estaban bajo una luz incandescente, lejos del alboroto, con una ventana a sus espaldas.
—Nathan también... Se fue... —masculló John con los dientes apretados antes de separarse de Wilkins.
El par de sobrevivientes estaba consternado, miraban sobrecogidos el interior de la base Hopkins. De pronto, una sensación en común los invadió.
Querían volver a casa.
—Caballeros —dijo finalmente Tate haciendo acopio de valor—. Sé que tal vez les pida demasiado, esta noche hemos sido parte de una guerra que nos ha costado a nuestros camaradas. —tragó saliva mirando los ojos de John, en ellos parecía arder el mismo infierno inundado en lágrimas—. Creo que sería una ofensa seguir el plan del general.
—¿El plan? —inquirió John ahogando un grito.
Wilkins asintió agotado y les explicó la estrategia que el gobierno había planeando. Sus hombres, al oír, reaccionaron con la misma estupefacción que él había mostrado. Entonces, una misteriosa sustancia flotó alrededor suyo. John apretó los puños frustrado.
—No puede ser... —murmuró mirando a sus compañeros. El más alto de los tres, alto y negro, asintió.
En ese momento, Tate Wilkins les indicó lo que debían hacer.
John vio retirarse al legendario Wilkins con paso firme. «Tiene razón —se dijo—. Phillips es un hijo de perra.»
Cuando él y sus dos compañeros estuvieron en la armería, John inspiró una bocana de aire reconfortante.
—Por Dios —susurró—. Y por los muertos.
***
El general Phillips contempló satisfecho la escena.
Andrew Garneth le puso las esposas a Michelle Truman y la dejó sentada en un banco, con los dos Delta-Force a cada lado, Calder Jones sintió de pronto deseos de romperle el cuello a la mujer, pero de inmediaro reprimió esa ira y la canalizó en el hombre que se encontraba al otro lado del cristal donde —a diferencia de allí— sí había luz.
«Traidores». Truman —veterana estratega política— indujo inmediatamente la ecuación de Phillips, usando a Burns y a Rodríguez respectivamente para llevarla a ella y a Schaefer de vuelta a sus fauces. El general, demasiado orgulloso por lo visto, ni siquiera volteó a verla en un instante desde el arresto. Truman miró al frente, y vio cómo los dos soldados dejaban a Richard Schaefer con las manos esposadas sobre la mesa. «Él no está en circunstancias muy diferentes a las mías.»
—Este hombre, el detective Schaefer —dijo Phillips con las manos cruzadas por detrás, sus hombres lo contemplaron—, es el responsable principal de lo que ha pasado a lo largo de esta noche.
«¡Miente! —estuvo apunto de exclamar Truman a todo pulmón— ¡Nosotros lo hemos llamado!» Pero Washington había cambiado de planes.
Los ojos azules del detective por fin distinguieron con clarividencia el sitio donde se encontraba. «No —pensó al descubrir que el vidrio que se postraba frente a él era opaco—. Conozco esto.»
Se visualizó a sí mismo y a Rasche entrando con arma en el cinturón —sin balas, obviamente— para intimidar a los pillos de la droga o los grasientos homicidas veraniegos.
Una puerta se abrió a un costado de la sala dando acceso a un solo hombre.
Quien entró, sin embargo, no llevaba ninguna arma visible, tan solo un teléfono y una pequeña libreta de bolsillo.
—¿Qué tal, detective? —saludó con un ademán de cortesía—. Lamento que todos nuestros encuentros sean en circunstancias indecorosas.
Se trataba del agente Burns.
ESTÁS LEYENDO
Tras el Rastro del Cazador | Predator #2
FanfictionDesde asesinatos domésticos, ejecuciones y aquella noche en la que Nueva York se bañó en sangre. El detective Richard Schaefer lo ha visto todo. Ahora, será reclutado contra su voluntad para ser transportado a Alaska, donde una vez más...