«Quien de tu oro se alimenta o sigue por conveniencia, en cuanto empiece a llover te dejará en la tormenta.»
Aquella frase la había leído uno de sus hijos en voz alta poco antes de que sonara el teléfono y la grotesca voz de su superior lo requiriera para un caso nocturno. Rasche Riggins, detective de homicidios, tuvo que dejar a su hijo a las once de aquella noche, sin nadie para practicar sus líneas, el joven, ocultando sus ganas de tirarse al suelo y dar puñetazos, se despidió de él y le vio salir con cansancio mientras él repetía.
—Quien de tu oro se alimenta...
Rasche encendió la radio y metió un viejo casete de los Bee Gees. Al ritmo de I Started a Joke, el detective Riggins condujo hasta el servicio forense pensando en su hijo y sus sueños de irse a California en busca del éxito como actor.
Había mirado distraído por la luna del vehículo, los rascacielos erectos infatigables, sin claudicar ante la erosión. «Ojalá tú fueras así, Rasche —fue lo que pensó, pero inmediatamente negó con la cabeza—. No, hasta lo inanimado envejece.»
Se asustó cuando, entre un semáforo y otro, recibió una llamada de un desconocido que había resultado ser el dueño del gimnasio que frecuentaban los de la comisaría, sólo para preguntarle si su amigo no pasaría a recoger sus cosas. Esto se le enterró a Riggins en la espalda como una espina. Pensó llamarle a Richard para preguntar, pero aquello no era suficiente para llamarle. Richard era la clase de persona que no importa a qué hora se les hable por teléfono siempre y cuando haya una buena razón, en el caso de Schaef, el trabajo.
Estuvo en el forese poco antes de la una de la madrugada, odiaba el olor a muerte con linóleo. Esperó un par de minutos y se encargó de beber un café de máquina a regañadientes, estaba demasiado caliente y amargo para su gusto. «Maldito café americano.»
Tuvo que esperar otra media hora para entrar guiado por un médico tan cansado como el mar, que vociferaba maldiciones cada vez que daba un traspié. Riggins miró los cadáveres de los dos chicos horrorizado, de repente vio a sus hijos ahí, pálidos y con un etiqueta en el pulgar del pie. Se preguntó si les estaba enseñando lo que debía enseñarles realmente.
El caso era tan violento que no le sorprendió, el calor de verano atacaba a media noche indiscriminadamente. «Debes comprar un aire acondicionado», se recordó mientras veía las cuencas vacías de ambos chicos, los dos de onceavo grado, hijos de católicos y estudiantes de ingeniería y arte. A pesar de su horror inicial, supo que era normal. El verano era la época más ocupada siempre, le gustaba más el invierno, eso le dejaba más tiempo libre dada la poca frecuencia de asesinatos. Pero el calor alteraba a las personas demasiado, incluso a él y a su compañero Schaefer.
De repente pensó en Richard, hoy era su día libre y pensó que mañana lo volvería a ver y podría pedirle ayuda con el caso. Por alguna razón, la cacofonía de problemas que lo atormentaban le nublaban el juicio para decidir por dónde comenzar. «Él siempre está concentrado», recordó.
Negó con la cabeza y tomó su teléfono. No le gustaban estos días, una pareja separada. Supuso que lo mejor era no interrumpir a Richard, pero tambuén supuso que mañana lo repremiría por no haberle solicitado ayuda. «Es justo y necesario.»El teléfono sonó y sonó. Sin resultado. Sin respuesta.
Rasche inhaló profundamente escudriñando lo fachada del departamento de Richard, dio pasos a cuentagotas y llamó a la puerta con los nudillos, sonrió ante su estupidez y presionó el timbre.
Aquello era inusual, sumamente inusual.—Vamos, Schaef. No pudiste irte ¿O sí?
En el gimnasio, se encontró con una puerta cerrada. Definitivamente no podría estar ahí. Sin embargo, era uno de los lugares favoritos de Schaefer y el último que visitaba en el día libre. Maldijo, su compañero estaba desaparecido. Recordó cuando se enfrentaron a la mafia colombiana y Schaef fue «secuestrado» por los sudamericanos en una patrulla. La misma semana en que Richard había asegurado ver a un asesino "diferente."
ESTÁS LEYENDO
Tras el Rastro del Cazador | Predator #2
FanfictionDesde asesinatos domésticos, ejecuciones y aquella noche en la que Nueva York se bañó en sangre. El detective Richard Schaefer lo ha visto todo. Ahora, será reclutado contra su voluntad para ser transportado a Alaska, donde una vez más...