Capítulo 32

179 26 3
                                    

32

Una vez en la calle, Dinah se do cuenta que el irreal silencio en el interior de la casa guardaba relación con lo que estaba ocurriendo afuera.

Ya no había peleas frente a los bancos. Ni se oían gritos.

El pánico, en su forma más desaforada e histérica, se había aplacado. Ahora había terror.

Dinah se dirigió hacia la plaza Piola y a medida que caminaba se percató de que toda la gente estaba observando el cielo. En sus rostros se dibujaba la primera toma de conciencia de que el fin era inminente. Diseminados por las calles, se los veía pálidos, con los ojos desencajados y las bocas congeladas en un rictus de estupor mientras observaban el cúmulo deforme que se cernía sobre sus cabezas.

Dinah levantó la vista al cielo. El asteroide aún estaba lejos, pero se veía amenazante. Parecía una piedra gris surgida en el firmamento, una mancha que hendía la bóveda celeste. Los colores que lo enmarcaban de fondo eran los del ocaso más fascinante, con ralladuras centellantes que arañaban una tela roja y violeta, mientras las nubes en torno se amontonaban en ovillos azules y grises.

Pero ninguna nube osaba interponerse entre el nuevo Señor del destino y los ojos de la gente. Ninguna tuvo el atrevimiento de oscurecer la visión más extraordinaria y horripilante que se hubiera presentado desde el alba de los tiempos. Los cúmulos se desprendían y se reunían, se extendían y se retiraban.

Aquel se llevaba el manto negro dominaba la escena. Habría envuelto a la humanidad en siglos de silencio. Era el último juez de los hombres, venido a dictar la ley. Por primera vez se impartiría verdaderamente una ley por igual a todos. No se salvaría quien tuviera un refugio atómico, tampoco quien se escondiese en un sótano. Y también las ciudades bunker reservadas para políticos, hombres de religión, científicos y cobayas humanas, los elegidos para reiniciarlo todo después del choque, serian engullidas y aniquiladas. Se avecinaba el más devastador impacto contra el planeta, no habría salvación para nadie.

Dinah se alejó de la plaza Piola, desorientado, avanzado entre la multitud que observaba horrorizada el cielo. Sabía que para llegar a Normani tenía una sola posibilidad: reconstruir mentalmente su dimensión, tal como había hecho para regresar a Heathrow. Pero su mente estaba patas arriba. Imágenes, recuerdos y emociones variopintas se arremolinaban dentro de ella. Solo en un lugar reconstruiría el puente que la llevara hasta Normani: el Planetario en los jardines de Porta Venezia.

No tenía la certeza de que funcionara, de que aquel recinto astronómico pudiera llevarla donde ella, más debía intentarlo.

Dinah echó a correr entre la multitud.

Recorrió Viale Gran Sasso, directo hacia el cruce con el Corso Buenos Aires. Los autos abandonados a lo largo de la calle, las bicis y las motocicletas tiradas en el suelo, los semáforos apagados las personas hipnotizadas por aquella visión apocalíptica conformaban un escenario tétricamente silencioso. El género humano había destituido las armas.

El grito de la gente se reanudo lentamente, temeroso y cauto, como si las personas hubieran elegido a aquel asteroide como su Dios y temieran perturban su advenimiento.

Dinah ya estaba en la plaza Argentina. Los escaparates de las tiendas eran mudos recordatorios del superfluo materialismo del hombre, y se sucedían uno tras otro sin tener ya nada útil que ofrecer. Ante los ojos de Dinah desfilaron niños cariacontecidos, ancianos resignados y adultos aterrorizados. La histeria volvía a incrementarse, como si el momento de inmovilidad que la ciudad acababa de vivir fuera la calma antes de la tempestad.

En las proximidades de la plaza Lima, un chico de pelo largo con el torso desnudo y blandiendo un bate de béisbol miraba al cielo y gritaba:
- ¡Ven, hijo de puta, aquí te espero! ¡No me das miedo! Unos metros más allá reparó en que algunas personas utilizaban los celulares en modo cámara y grababan el espectáculo. Imágenes memorables, pensó Dinah, que ningún telediario emitiría en la edición especial de la noche.

Multiverso (Adaptación Norminah)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora