Tu llegada

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Dime que no era muy evidente.
Cada que estábamos ahí, sentados a la distancia. Parecía inevitable dejar de mirarte.
Dejé a un lado todo prejuicio que me delatara de no ser digno de ti. Pues de igual manera daría por ti lo necesario; por demostrarte el cariño en cada gesto y la sinceridad en mis palabras.
Como aquel intruso en el jardín del edén, quise vivenciar un paraíso que solo hallaba en ti.
No admitiría a Dios como mi señor, de no ser por haber mandado a este desahuciado lugar un ángel de belleza sólo definida por sus deidades. Santo su nombre, que en precariedad terrenal, apaga mis llamas para ver tu rostro.

Lírica del recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora