Después de otros siete aburridores días de mi estadía en el hospital, al fin me habían dejado regresar a casa. Tenía muchísimo trabajo pendiente, ya habían empezado los exámenes finales y me había retrasado con mis deberes. Así que, a pesar de todo, últimamente me había encontrado condenadamente ocupada estudiando para cada una de mis pruebas atrasadas.
Al regresar a la preparatoria, una formidable cantidad de personas se alegraron de verme y agradecieron que estuviera bien. Algo completamente increíble, que además no me esperaba. La noticia de mi regreso se había difundido como una epidemia por todos lados, y me llegué a sentir extrañamente acosada, pero de una manera buena. Buena en el sentido de que más personas habían caído en cuenta de mi existencia y habían velado por mí. Otro punto más para la infrecuencia. Y llegué a preguntarme cómo habría sido su reacción si yo hubiese muerto… jamás me vi tan empalagada de atención en toda mi vida. Y había llegado hasta a gustarme.
Aparte de todo aquello, también me había perdido el baile de graduación. Mi “adiós” a la preparatoria no había podido ser llevado a cabo, por mi problemita. Además no me habían dejado salir de casa por tres días más después de dejar el hospital, sino hasta después de que terminara con mis tratamientos llenos de agujas de jeringas y ungüentos de olor desagradable.
Pero no todas las situaciones habían sido desapacibles. Últimamente había recibido más atención por parte de Will de la que esperaba por su parte. Me llamaba siempre que podía y actuaba con increíble interés por mí. Así habían pasado las últimas semanas, hasta que me convertí en una buena fuente de la cual fiar para él. Me había ganado su respeto y confianza de una manera justa, además de que sabía que podía confiar en mí y me lo contaba todo. Siempre que me llamaba con un humor de perros, le ofrecía la posibilidad de desahogarse de sus penas —algunas de ellas por culpa de Alice (¡Woohoo!) —. Quizá yo no hablaba mucho, pero por supuesto que me entretenía un buen rato aconsejándolo —de no haber sido por su novia, habría pasado por mi amigo gay, lo cual era muy improbable—.
Alguna vez Victoria me había dicho: “Las personas de pocas palabras son las que más saben escuchar”, y estaba cien por ciento en lo correcto. Nos pasábamos horas hablando y riéndonos por las estupideces que se nos ocurrían y bromeábamos con frecuencia. Con el paso del tiempo nuestra amistad se fue volviendo más fuerte, y a pesar de la poca duración que hasta ese momento tenía, salíamos como buenos amigos a cualquier parte a pasar un buen rato y a reírnos de la vida. Jamás peleábamos o discutíamos, y, lo mejor de todo, fue que había empezado a superar lo que sentía por él. Ahora lo veía más como un amigo a como un novio imposible, y aquello era extremadamente reconfortante, ya que no tenía que aguantarme las ganas de besarlo cada vez que me encontraba de frente con él. El sentimiento de querer que me tomara entre sus brazos y estrechara sus labios contra los míos empezaba a desaparecer —pero no del todo— y se me hacía más fácil mirarlo a los ojos sin derretirme por ellos.
En conclusión, desde que había salido del hospital mi vida se fue tornando más feliz y plena, con menos preocupaciones y con la certeza de que podría seguir adelante sin problema, aunque todavía no se esfumaba la culpa de lo sucedido a Lyla. Aquel horrible recuerdo quedaría plasmado en mi memoria para siempre, y la culpa nunca se desvanecería.
Pero para desviar aquellos atroces pensamientos a un rincón más oscuro y alejado en mi cabeza, más bien recurría a leer. Me distraía y me divertía adentrarme en el mundo de los libros que siempre llevaba conmigo, aunque supiera que no podría leer.
Un ejemplo sería el del viernes en la noche…
No tenía nada más que hacer, además de seguir leyendo en el jardín de mi casa. No era el tipo de chica que no puede mantenerse en su casa un viernes. Me gustaba disfrutar un día, tal y como surgiera, ya fuese si no tenía planes ni me invitaban a algún lado, como hoy, o si salía con mis amigos a alguna parte. Quizás a un restaurante o a algún bar —había empezado a perder mi miedo por aquellos lugares—, y aunque seguía sin probar en serio el alcohol, no debía hacerlo para pasar un buen rato con la banda.
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15 Minutos de Fama (En espera)
Teen FictionNatalie Ricci es la típica adolecente de 17 años. Vive en Manhattan, Nueva York con su madre Victoria, quien es viuda de un importante empresario italiano, Antonio Ricci. Natalie adora la música con toda su alma y corazón, y es por eso que es la vo...