—¡Natalie! Levántate. Hoy te gradúas, ¿recuerdas?
La voz de Victoria sonaba tan exaltada y ansiosa, que resultaba perturbador para mis oídos. Me había acostado muy tarde la noche anterior, y el sueño me impedía abrir los párpados, como si unos dedos imaginarios se aferraran a ellos con fuerza y me lo imposibilitaran. No me quería levantar, incluso si aquel era el día que tanto había estado esperando por tanto tiempo, para librarme de una vez por todas de esta caminata hacia el infierno llamada preparatoria. Tenía la esperanza de que a partir de ese día no volvería a ver a todas las personas que alguna vez me amargaron la vida, además de que pasaría más tiempo en el verano con la gente que me importaba.
Pero lo cierto era que no tenía ni la menor idea de por qué mi madre había programado la jodida cita para ir a la peluquería a las ocho de la mañana. Tenía muy claro que yo odiaba levantarme temprano, y apenas empezaba a disfrutar de mis primeros cuatro días de vacaciones levantándome a las doce del día y bañándome a las cuatro de la tarde. Las graduaciones deberían ser el día en que se sale a vacaciones, no cuatro días después. Me ponía de muy mal genio que me levantaran.
—¡Mamá! —gruñí de mala gana, acostándome boca abajo y tapándome la cabeza con la almohada, tratando de bloquear la blanquecina luz de la mañana que iluminó mi habitación en un abrir y cerrar de ojos, al Victoria abrir las cortinas.
—No seas ridícula, Natalie, no me vengas con reproches a estas alturas de tu vida. Tienes casi dieciocho años.
—Me faltan ocho meses para cumplirlos —refunfuñé, todavía con la almohada encima, y agitando mi brazo en el aire para alejar a mi mamá, que se empeñaba en tirarme de la cama revolcándome como un barril—. Déjame disfrutar de lo que me queda de mi adolescencia.
Al no oír contestación por parte de Victoria, quien había parado de empujarme con fuerza, supuse que había salido por fin de mi habitación, así que me relajé y dejé que mi mente se pusiera en blanco, al tiempo que mis párpados adquirían pesadez.
Pero cuando había logrado conciliar el sueño de nuevo, unas manos heladas me agarraron de los tobillos y me arrastraron sin piedad hacia el suelo, hasta que caí como un bulto de mi cama, con todas las sábanas y cobijas enredadas en mi cuerpo, dificultándome el libre movimiento.
—¡Ah! —rugí—. ¡¿Qué fue eso?!
—Sólo llevé a cabo una de mis responsabilidades como madre: Levantarte cuando estás demasiado perezosa como para hacerlo tú misma.
En cuanto tuve suficiente fuerza y resignación como para incorporarme, sentada, con las manos apoyadas en el suelo y despegar mis párpados, fulminé a Victoria con la mirada a la cual me contestó con una sonrisa juguetona y actitud de suficiencia.
Retiré mis ondulados cabellos azabaches de mi rostro, los cuales se me habían metido a los ojos, causándome una gran molestia.
Sin decir nada más aparte de hacerme un ademán apremiante, Victoria salió de mi cuarto, triunfante, dejándome tirada en el suelo.
Solté un suspiro y me incorporé perezosamente, al tiempo que estiraba con agrado mis extremidades y mi espalda, sintiendo después una extraña calma que rodeaba el solitario ambiente de mi cuarto.
Restregué mis ojos con ambas manos y, después de un bostezo, a regañadientes, me encaminé al baño.
Una vez cerré la puerta y encendí la cálida luz amarilla que se reflejaba en el espejo, proveniente de un par de ojos de buey en el techo, me apoyé en el lavamanos y me observé detenidamente con ojos entrecerrados.
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15 Minutos de Fama (En espera)
Teen FictionNatalie Ricci es la típica adolecente de 17 años. Vive en Manhattan, Nueva York con su madre Victoria, quien es viuda de un importante empresario italiano, Antonio Ricci. Natalie adora la música con toda su alma y corazón, y es por eso que es la vo...