Recuerdos III con el Lobo Feroz

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Estuvo despierta durante toda la noche. Era consciente del esfuerzo que estaba teniendo Remus para mantenerse cuerdo, lo estaba viviendo en sus propias carnes. Bueno en su propio cerebro. Estaba de mal humor, se sentía enjaulada entre aquellas paredes. Sabía que eso se debía al hecho de que Remus estuviera en la Casa de los Gritos esperando a que vinieran sus amigos. No paraba de bufar ansiosa por salir. Tenía que salir. Iba a salir. Nadie podía prohibírselo.

Deambuló por los pasillos ansiosa a que llegaran, ¿por qué tardaban tanto? Repentinamente, notó un olor a óxido y corrosión. Era sangre. Oh, ese delicioso olor. ¿Delicioso? No... No estaba muy lejos, era inconfundible. Estaba a unos doscientos metros. Si seguía el rastro podría alcanzarlo, lo olería y después... ¡No! Esa no era ella. Era Remus, o sea, el lobo. Él no... Estaba seguro de que la sangre era de ciervo. Un ciervo grande y majestuoso... <<¡JAMES!>>; pensaron ambos.

Corrió cuanto pudo; ella no podía salir, las enormes puertas estaban cerradas, pero Remus sí que podía. En realidad ya lo estaba. Se concentró en los pensamientos del muchacho para averiguar lo que estaba pasando. Notó el profundo aroma que producía el Bosque Prohibido, era maravilloso. El viento refrescaba y le erizó los pelos de la nunca. Si se concentraba un poco podría, incluso, notar el suelo que Remus estaba pisando. No notaba el espesor del suelo, pero si el esfuerzo que estaba teniendo Remus para que su lado salvaje no actuara.

Se vio a sí misma corriendo por el extenso bosque con el alma desbocada intentando averiguar que le ocurría a su amigo mientras que los pensamientos de otra persona se mezclaban con los suyos propios. Siguió corriendo con todas sus fuerzas. Daba igual que las ramas le dieran contra los costados, lo más importante ahora era ir en busca de James. Todos los animales nocturnos se hacían a un lado, o se escondían, para que ella pasara. Le tenían respeto, e incluso miedo. Durante unos instantes, dejó que esa sensación la embriagara completamente. Nunca, nadie, había hecho eso con ella. Nunca se habían apartado de ella por respeto o miedo. Tan sólo... bueno, sólo la ignoraban. Le encantaba esa sensación, le gustaba que aquellas pobres e indefensas criaturas le tuvieran miedo. Se sentía poderosa quería volver a sentirse así. Remus también se había dejado llevar por esa sensación sucumbido por la forma en la que Samanta lo veía. Dio un resbalón al pararse, pero siguió de pie.

¿A quién le importaba ese ciervo? ¿Por qué tenía que ir a buscarlo si no había sido culpa suya que se lastimara? Si iba allí, ¿qué o quién le garantizaba que no volverían a encerrarlo? Él era un lobo, los lobos no estaban encerrados. Ellos dominaban los bosques. Estaba cansada de obedecer siempre esas estúpidas normas y no vivir su vida. Siempre había pensado en beneficio de los demás y nunca había pensado en lo que ella misma quería. Y ella quería... ¿Qué quería? No lo sabía, estaba confundida. No sólo intentaba que sus pensamientos no se mezclaran con los de Remus, sino que también él intentaba que la bestia que dormitaba en su interior, no saliera. Aquello era como dos almas que habían irrumpido en el cuerpo de un lobo. Por una parte, Samanta quería un poco de libertad, quería poder abrir sus alas aunque sólo fuera durante unas horas; mientras que por otra, Remus intentaba mantener todo en calma, si se desconcentraba, la bestia saldría. Y el lobo... El lobo quería que reinara el caos para poder tomar las riendas de su cuerpo.

Pero ella no era así, ni Remus. Todo se debía a la influencia del lobo sobre ellos dos. La bestia intentaba mellar la serenidad que ambos tenían. No podían permitirlo. <<Remus, ¿desde cuándo te ha importado más tu libertad que el bienestar de tus amigos?>>, le preguntó la muchacha desde la puerta de Hogwarts. <<Desde nunca, ellos son mis amigos. Sin ellos, yo no estaría aquí>>. No se lo pensaron dos veces, mantuvieron a raya a la bestia y se internaron en el oscuro bosque. Ahora que ya tenían claro cual era su prioridad, todo se había vuelto más tranquilo y silencioso. Y no sólo había silencio en su cabeza, sino por sus alrededores. Eso no era buena señal, ni siquiera se escuchaba el ulular de las lechuzas. Si el viento corría suave, el único sonido que podía apreciar era el de sus propias pisadas, y aún no había encontrado ningún obstáculo por el camino, significaba que algo grave estaba ocurriendo.

Me engañaste Sirius BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora