Sin palabras

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Corría tanto como podía, como un caballo desbocado más concretamente, por el blando, y lleno de raíces y ramas, suelo de tierra del Bosque Prohibido. Nunca en toda su vida se había sentido tan libre y haría todo lo posible porque así siguiera. La luna brillaba más que nunca esa noche, y eso había hecho que la bestia salvaje saliese totalmente.

Ni siquiera esos animales, el gigantesco perro negro, el ciervo de pelaje azabache con grandes astas, la pequeña y asustadiza rata gris, que se encargaban de cuidarle, habían podido evitarlo. Sabía que querían ayudarlo, sabía que lo hacían por su parte más cuerda, pero es que no quería. Quería disfrutar de su, ya mismo, escasa libertad.

Llevaba bastante tiempo escuchando los gritos y suplicas de los demás para que parase, pero decidió que, al igual que las veces anteriores, los iba a seguir ignorando. No podía entender como esos animales, que ni siquiera eran auténticos, eran capaces de dar su vida por él. No entendía como, a pesar de haber arriesgado tanto sus vidas para mantener a salvo su lado consciente, seguían estando con él. Es más, le trataban como a un igual.

Pero ya lo había decidido, cuando una bestia salvaje sale de su jaula no hay marcha atrás. No iba a dejar que le volviesen a enjaular en esa cárcel de carne y hueso. No señor. Pero para ello tenía que deshacerse de aquellos que sólo querían su "bienestar", así que decidió acabar con toda esa tontería en ese mismo momento.

Se giró para encontrarse con los tres animales, la asustadiza rata sacó el valor que hasta él mismo desconocía y se dirigía a su cuello. Pero éste lo alejó de él con un simple zarpazo. El gigantesco perro negro intentaba morder sus patas traseras en vano, la bestia salvaje se dio media vuelta y lanzó al perro contra un árbol impactando en él. El perro malherido, se tambaleó hasta dar unos pasos y caer en el suelo desmayado. Mientras el lobo estaba despistado observando al perro, el hermoso ciervo de astas grandes, le hizo una envestida haciendo que saliera corriendo a saber en que dirección. El ciervo cargó al gigantesco perro y a la pequeña rata en sus astas mientras iba tras el perro.

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El lobo estaba cansado,quería parar. Pero sabía que si lo hacía, los otros le cogerían y adiós a su libertad tan deseada. No iba a permitir que nada ni nadie le alejase de su preciada luna, le daba igual si era una rata, un perro o un ciervo. Nadie iba a arrebatarle lo que era suyo desde el momento en el que un hombre lobo llamado Greyback, le mordió convirtiéndole a él en ese mismo ser.

Seguiría y seguiría hasta que le faltasen las fuerzas. Ni el mismísimo Merlín se atrevería a asomarse por donde él estaba. Pero es que lo que estaba a punto de ocurrir, no era digno ni del mismísimo Merlín.

Una criatura tierna, de un pelaje rubio casi albino y con enormes ojos azules, se cruzó ante él. Al pillar despistado a lobo, éste no tuvo mayor opción que frenar en seco.

La criatura, que debía ser un conejo, pero un poco más grande, seguía allí impasible ante todo. Como si el estar en frente de un lobo, fuera algo de lo más común para la criatura. El lobo estaba furioso, ¿cómo se atrevía esa cosa tan minúscula a interponerse en su camino? Quería pisarlo, matarlo, incluso comérselo, pero el animalito seguía allí sin hacer nada. Estaba sentado sobre sus patas traseras, acariciándose su pequeña nariz rosada de vez en cuando. La bestia, abrió la boca para que, con un sonoro aullido, se alejase de él si no quería morir de la peor manera posible, pero entonces el tierno animalito le miro con sus grandes ojos azules. No podía hacerlo, no podía acabar con la vida del conejo. Ese animal le estaba mirando de tal manera que le atravesó el alma con sus ojos. Era increíble, tres animales peligrosos, un ciervo, un perro y una rata, no habían podido con él y va una bola de pelo con patas y hocico y le hizo sentirse inmundo. No podía apartar la vista del conejo, sus ojos le recordaban demasiado a alguien, esos ojos eran los de... <<Dorcas>>, pensó, no solo el lobo sino también su parte cuerda. Aquel conejo se parecía mucho a Dorcas, la chica que volvía loco a su corazón. ¿Por qué esa criatura tenía sus ojos?

Me engañaste Sirius BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora