Capítulo 11 .- REALIDAD

76 5 11
                                    

Salimos la mujer y yo de la casa de Román. Para mi gusto, demasiado lento... yo quería salir corriendo, pero ella iba al frente con pesados y lentos pasos y me tenía que aguantar las ganas de empujarla y volar fuera de ahí. Cada paso en la penumbra resonaba en mi cabeza como recordándome a quien habían pertenecido las botas que traía puestas.
Al llegar a la calle la mujer se volvió y me dijo:

-¿No quiere calentarse un poco? ¿Tomarse un café o algo?

-Pues... -pensé un instante en mis condiciones físicas y no dudé mucho. -La verdad se lo agradecería, ¡Me estoy helando!

-Venga, aquí juntito está mi casa.

Como pude la seguí, no sé como ella caminaba con tanta seguridad en la oscuridad, supuse que estaba acostumbrada, pero hubiera sido mejor llevar una linterna.
Llegamos pronto, su casa también estaba a oscuras, solo pude ver su sombra contra el cielo estrellado, pero ya dentro, encendió con gran habilidad una estufa de leña, sus llamas iluminaron nuestras caras y pude ver una mesa inclinada de tan vieja y varias sillas.

-¿Me... puedo sentar?

-¡Claro, usted dispense! ¡Que mal educada! Es que solo pensaba en prender la hornilla.

-No se preocupe, la verdad es que estoy muy cansado. Por cierto, mi nombre es Valerio.

-Mucho gusto Valerio, yo soy Judith. -me revisó con la mirada a la bailarina luz de las llamas. -Su ropa... creo que está... ¿No trae otra?

-Si, tiene razón, es la peor ropa que yo mismo me conozco. Pero no, no traigo otra.

-¡Jesús! -exclamó mientras empezaba a realizar aquel mismo ritual del café que yo había visto en Josefa. El agua en una olla de barro sobre la estufa, el cuchillo sacando trozos de pilón con un ruido sordo y rítmico que retumbaba sobre el chisporroteo de las llamas y sobre la calma del lugar. -Por ahí tengo algunas cosas que le pueden quedar, si no se ofende.

-Gracias, Judith -le dije mientras trataba de adivinar sus rasgos bajo la sombra del rebozo que no se había quitado. No pude adivinar su edad, pero por su voz y movimientos pausados, parecía una mujer madura, de no menos de cuarenta. -La verdad sí le agradecería algo seco con que cubrirme.

-No se preocupe, 'oritita que ponga el café le busco algo de mis hijos. Le va a quedar muy bien, se ven muy parecidos ¿No se le antoja una sopita de hongos?

-Caray Judith... no quisiera abusar de su amabilidad.

-No es abuso Valerio. Nunca viene nadie por aquí, y poder platicar con otra persona bien vale la pena la trasnochada. Además, usted no se ve muy bien, mire nomás esas vendas. 'Orita después del café, lo voy a revisar. Siempre les curé sus heridas a mis hijos, 'péreme tantito.
Después de echar los ingredientes a la olla de barro, dio unos pasos y se perdió en la oscuridad. Yo no podía ver mas allá de la pieza en donde estaba y no me atreví a levantarme. Me quedé respirando el olor del café, la canela y el humo de la leña. Además, la cercanía del fuego me daba un calorcito reconfortante del lado izquierdo, que conrrastaba con el frío húmedo que aún sentía del otro lado y a mis espaldas. Me giré un poco en mi silla para calentarme del otro lado mientras escuchaba los ruidos que hacía Judith.
Al tato volvió con su andar pausado, como si estuviera cansada igual que yo... como si arrastrara el cansancio de muchos años y muchas noches como esa; de recibir hijos que llegaban tarde y ofrecerles un café y unas palabras amorosas de madre, que reconfortan más que cualquier infusión. Nuevamente recordé a mi madre, cuando yo llegaba cansado de acompañar a aquel veterinario, como se sentaba unos minutos conmigo a la mesa y se tomaba un café mientras hablábamos de cosas triviales, lo importante era acompañarnos, luego irnos a dormir tranquilos al saber que todos estábamos seguros en casa. Así Judith se transformó en madre, en todas las madres. Sirvió las dos tazas de café, puso los hongos a cocinar, me quitó los vendajes sucios, lavó mis heridas. Puso unos polvos extraños en mi codo que me quitaron el ardor y solo por ello no pregunté su origen y lo volvió a cubrir ahora con un vendaje limpio.

LA INFRUCTUOSA BÚSQUEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora