Caminé decidido por la orilla del lago hasta llegar al sitio donde reanimé a Juno. Recogí su atuendo de cuero y arrancando la otra pierna del pantalón ayudándome del filo del machete, rápidamente me confeccioné un auténtico taparrabos. El resto, quedó transformado en un short... muy... moderno, diría yo. Lo amarré a mi taparrabos junto con su pequeña blusa. Empecé a subir por la ladera de la cascada. Rápido entré en calor con el ascenso. Al pasar tan cerca del torrente de agua noté algo en lo que no había reparado y ahora llamó mi atención: La cascada no caía... ¡El agua ascendía! Lo miré dos... tres veces después de restregarme los ojos. ¡Pero así era! No pude encontrar una explicación lógica a esto, además de que tenía poco tiempo para detenerme a analizarlo, así que simplemente seguí caminando, incrédulo, moviendo la cabeza a los lados.
Este sitio es fantástico. La conjunción de varios mundos. Al otro lado, era un paisaje tropical. Seguí caminando muy deprisa. Debía apresurarme. Sabía que no contaba con mucho tiempo. En eso ví a la orilla del río una serie de carrizos o bambúes muy delgados.
-Otates. -pensé. Los otates delgados cuando están secos tienen una extraordinaria dureza... ¡Y son huecos! ¡¡Encontré mi equipo intravenoso!! ¡Ja ja! Al regreso cortaré algunos. Ahorita debo encontrar palmeras. Mientras miraba la orilla del agua ví un chapaleo al acercarme. -Debe haber peces -pensé.
-¡No! ¡Mas bien debe haber langostinos, los que me platicó Román! -rápidamente tomé el ahora short de Juno y lo aseguré entre unos carrizos dejándolo bajo el agua. Con suerte la prenda de cuero sirve para atraer esos crustáceos. Memoricé el lugar por los otates y además lo marqué haciendo una especie de bandera colgando la blusa de Juno en los carrizos. Seguí avanzando. No debía olvidar que el tiempo estaba en mi contra. Casi corría y no dejaba de ver a lo alto buscando las hojas típicas de las palmeras, pero solo veía altos árboles y enredaderas colgando de ellos. De pronto llegué a un claro. Busqué desesperadamente hacia todos los puntos cardinales ¡Y las ví! ¡Por fin había encontrado palmeras! Casi volé hacia ellas pensando solamente en regresar con muchos cocos.
Cuando arribé al palmar encontré una buena cantidad de cocos en el piso. Pero bien sabía que debía escoger los que tuvieran mas agua, así que empecé a levantarlos y a agitarlos uno a uno. Algunos tenían un poco de agua, pero la mayoría estaban demasiado maduros y secos. Pude hallar dos mas o menos tiernos y muy pesados por el agua. Entonces empecé a hacer cuentas... Ya cargué a Juno, es muy delgada, debe pesar unos... cincuenta kilos... por tres... necesito de inicio al menos mil quinientos mililitros de líquido. Cada coco podría contener un poco mas de medio litro. Mínimo son tres cocos. Llevaré cuatro por seguridad. Seguí buscando. Ni uno mas que pudiera ser útil. Aunque podría llevar mas de cuatro con menos agua, el problema es como transportarlos. La otra opción es subir a una palmera y bajarlos a machetazos... eso debe ser muy difícil. Miré mi atuendo, no parecía muy apropiado para abrazarme al tronco de una palmera.... -¡Piensa, piensa! -me dije a mí mismo.
¡Ya!!. Cortaré una de las lianas colgantes que abundan y amarro los cocos sacándoles muescas a machetazos. Así, me los llevo arrastrando, no importa el número. Así que elegí los mejores siete cocos y los aparté. Enseguida caminé y trepé a uno de los árboles con mas colgantes y corté algunas lianas largas. Observé que la porción mas delgada era muy flexible. Dí algunos machetazos a los cocos para sacarles muescas en la cáscara y así pude pasar las lianas para atarlos. Quedé con un atado de cocos bastante pesado, pero fácil de jalar. Inicié el camino de regreso. Me detuve en la zona de los otates. Me asomé lenta y silenciosamente a la orilla del agua donde había dejado el short de cuero. La transparencia del agua me permitió ver que adentro de la prenda había al parecer dos langostinos, pero a su alrededor había varios más. Pensé en la forma de poder capturar la mayor cantidad de ellos. Decidí intentar atrapar primero los que estaban fuera del short, así que me agaché y me arrodillé, metí rápidamente las dos manos y agarré uno con cada una, los boté fuera del agua y de inmediato procedí a jalar el short desatorándolo de los carrizos. Lo inspeccioné. ¡Había tres! Aunque no eran tan grandes como los que había sacado primero. ¡Me llené de júbilo! Había conseguido nuestra primera comida. Rápido metí todos los langostinos en el short. Uno de los grandes aún me dió un pellizco con sus tenazas. Se me podían escapar por los agujeros del short, así que le quité a la blusa su trabajo de bandera y los envolví en esa prenda. Me los colgué como pude de las correas que colgaban de mi taparrabos. En seguida, recordé cortar varios otates de los mas delgados, unos secos y otros no tanto. Seguí caminando. Ya no podría cargar mas cosas. En la mano derecha y jalando sobre mi hombro la liana que llevaba los cocos, colgando al frente del taparrabos los langostinos, en la mano izquierda los otates y el machete.
Según mis cálculos, ya había pasado casi media hora, así que caminé lo más rápido que pude, lo bueno es que el camino era en descenso. Busqué una bajada hacia el lago lo mas plana posible, no quería golpear demasiado los cocos y que llegaran a abrirse, porque perderían su esterilidad.
Llegué mas lento de lo planeado a la orilla del lago, por ir cuidando la integridad de mi carga. Vislumbré el humo de la fogata y eso me dio nuevos ánimos. Además, ya el camino era mas plano y fácil. Llegué hasta Juno muy fatigado y me senté a su lado jadeante. Dejé los cocos en el piso. Lo primero que hice fue revisar su respiración, una vez que me aseguré de que estaba presente, toqué su pulso en el cuello, seguía sumamente débil y acelerado. Descubrí su muslo herido y ví el improvisado apósito totalmente rojo... ¡Solía ser beige con rombitos! . Busqué sangre en el piso. Al menos solo había sangrado lo que tenía en mis boxers, no había mas sangre alrededor. Apreté un poco más las correas de cuero que lo sujetaban. Volví a ver su cara, ni un gesto se dibujaba en ella. Tenía un semblante de tranquilidad que afilaba sus pálidas mejillas. Sus labios también pálidos ahora estaban resecos. Sus ojos cerrados, sin una respuesta, me llenaron de pesar. Lo único que seguía pareciendo tener vida era su larga y rojiza cabellera de rizos amplios. Ahora ya casi seca, lucía alborotada dándole una apariencia un poco salvaje.
Colgué el improvisado envoltorio con las acamayas de las ramas de un árbol y luego me permití descansar un par de minutos. Iba a necesitar un buen pulso. Empecé a analizar los otates que había llevado. Había varios bastante delgados, pero ninguno como una aguja. Tome uno de ellos y observé la punta. Tenía una pared bastante gruesa, la podría adelgazar lo suficiente para que cupiera en una vena. Juno era joven, delgada y con extremidades fuertes, tenía venas de buen calibre. Me puse a examinar el filo del machete, en la parte mas cercana al mango, donde menos se utilizaba, era mas fino. Podrìa utilizar esta parte para adelgazar y sacar filo al otate. Llevé el machete al lago y lo lavé. Tendría que confiar en la limpieza de las aguas y en el sistema inmunológico de mi inesperada paciente.
Empecé la tarea de adelgazar la pared del carrizo. Lo logré de un lado, pero del otro corté en exceso y lo abrí en dos. Le eliminé ese tramo y volví a intentarlo. Tuve que ir desechando poco a poco segmentos de carrizo hasta que su longitud ya no me pareció apropiada para utilizarlo.
Tomé otro. Ahora me iban quedando mejor... pero aún así no lo suficiente. Lo pensaba y ¡Yo no me dejaría meter eso en una vena!
Tuve que desechar por completo el segundo otate. Miré a Juno, con su cara pálida y deshidratada y a los tres carrizos restantes. Uno de ellos estaba muy verde, tal vez mejor para manejarse con mi rudimentario afilador, pero probablemente muy blando para penetrar la piel. Decidí que ese sería la última opción. Tomé otro de los secos y seguí intentándolo. El filo del machete resultaba ser demasiado tosco, o bien no cortaba casi nada, o bien destruía el otate. Terminé por echar a perder el tercer carrizo. Con el cuarto intenté limarlo contra una piedra, pero la verdad la superficie resultó ser demasiado desgarbada como para penetrar una vena. Me estaba entrando la desesperación. ¡¡¡Necesitaba una aguja!!! ¡Que cayera del cielo una aguja por favor!
Sin embargo, el cielo no vendría a ayudarme. Tendría que resignarme a valerme con lo que tenía.
Decidí intentarlo con el otate mas verde y blando. Efectivamente, la hoja del machete se deslizaba suave por su pared arrancándole trozos tan delgados como yo deseaba. Para entonces ya podía yo calcular con mas precisión el corte. Deseché los dos primeros intentos y con ellos unos veinte centímetros del carrizo.
Sin embargo, el tercer intento me quedó muy aceptable. Medía aproximadamente tres o cuatro milímetros de grosor, semejante a los trócares con los que extraen sangre a los donadores de esta. Solo una vez en mi vida doné sangre. Ahí iba yo muy altruísta, sintiéndome orgulloso, me senté, llené un cuestionario. Una química muy agradable me tomó una muestra de sangre y me hicieron unos exámenes. Y como a la media hora regresó una enfermera con aspecto de luchadora y en la mano tremendo catéter ¡Así de grueso como el que yo acababa de fabricar! Me aterrorizó tanto que no me pude ni mover y ella hizo y deshizo con mi brazo y yo solo sentí el inmenso dolor del pinchazo. Al final me dieron un desayuno de consolación, ¡Pero salí del banco de sangre prometiéndo no volver a pisarlo nunca!
Y ahora yo planeaba darle el mismo grueso pinchazo a esta bella mujer de apariencia angelical.
Me desanimó un poco ver que el cateter era un tanto flexible, lo que me temía. No va a pasar de la piel, aunque sea la piel delicada y suave de Juno.
¡Y se me ocurrió! ¡Claro! Haría un pequeño corte en la piel con el machete. ¡Ni modo!
Preparé el otro extremo del carrizo afilándolo para que entrara por uno de los orificios nutricios del coco. Le rebané la cubierta de estopa al coco hasta encontrar los blanquecinos orificios. Comprobé lo blando de uno de ellos con la punta del machete. Luego saqué las acamayas del short y las dejé en la blusa. Necesitaba algo donde colgar el coco, y el short era ideal, lo podría meter ahí y tener un orificio por una de las piernas para que saliera el carrizo. Lo introduje midiéndolo y quedaba a la perfección. En seguida perforé el coco con el carrizo semiflexible y lo elevé ligeramente, observando la otra punta del otate, rogando porque apareciera el agua.... ¡Y lo hizo! -¡¡¡Sííííí!!!- Dí un grito de alegría mientras dejaba que se purgara por completo la vía. Volví a bajar al nivel del suelo mi improvisado suero intravenoso, corté otro pequeño carrizo de unos diez centímetros que insertaría después en el otro orificio del coco para permitir la entrada del aire. Luego me dispuse a canular la vena de Juno
ESTÁS LEYENDO
LA INFRUCTUOSA BÚSQUEDA
Roman d'amourCuando Valerio separó con delicadeza los desnudos muslos de Alejandra, acariciando su blanca y suave piel que tanto lo excitaba, cuando fue acercando su ansiosa boca a esa vulva en llamas esperando percibir de nuevo ese sabor y esa textura que lo h...