Capítulo 5: Adentrándose A La Cueva

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¡Al fin pude encontrarlo!— Grite con felicidad— ¡Sam! ¡Nos podremos ir juntos de aquí!

Llevaba a mi hijo entre mis manos mientras caminaba débilmente. Nadie podría quitarme esta felicidad. ¡Nadie! ¡Viviré con él! ¡Nosotros podremos salir de este lugar! ¡A la mierda los caníbales y monstruos! ¡Seremos libres! ¡Libres!

— ¡Alégrate Sam! ¡Tu padre te ha salvado!— Le dije con entusiasmo a mi hijo.

Mire la cara de Sam. Mi felicidad desbordara en cualquier momento, mientras salgo de este lugar.

— ¡Ja, ja, ja, ja, ja!— Reí frenéticamente.

Yo... era muy feliz...

[...]

Abro los ojos una vez más. Al parecer no he muerto. Agradezco un poco eso. Estiro un poco mi entumido cuerpo. No es bueno dormir en el suelo de un barco.
El sol comienza a salir. Deben ser las siete u ocho de la mañana. Intento confirmarlo con mi teléfono, pero la batería se ha acabado. Al parecer ellos también se han ido a dormir. Me dispongo a irme. Las pocas cosas que me sirven decidí envolverlas en una bolsa de plástico que encontré en el barco. Me lance al agua salada. Para la hora que era estaba excesivamente helada. El frío corrompió mi piel, haciendo que cada parte de mi ser quisiera salir del agua.
Decidí no pensar más en eso y me dedique a nadar. Intente hacer el menor ruido posible. No tenía mi hacha en ese instante, así que correr era la mejor opción. Salí del agua titiritando del frío que sentía. Desertaría estar en un cuarto con aire acondicionado, con un chocolate caliente y viendo un programa de televisión. No debo de divagar. Comencé a correr sigilosamente por el bosque, hacia el oeste, en dirección al avión. Necesito el libro y algo de provisiones.
Esta vez tarde más en volver para así no alertar a nadie. Una vez en el avión, tome una mochila que encontré, al parecer era de un niño que no estaba en el avión. Cogí varias botellas de agua, algunas barras de chocolate, algunos medicamentos, comida empaquetada y algunas prendas que utilizaría para hacer vendajes. También guarde algunas baterías que encontré con la esperanza de hallar una lámpara, guarde algunos mecheros que tenían las maletas de fumadores, cogí el libro del superviviente y el hacha.
Salí del avión para comenzar mi marcha a la cueva que menciono aquel muerto hombre. Así comencé mi exhausta marcha. Camine durante horas con más confianza que antes. Algo tonto de mi parte, ya que durante mi camino encontré algunas manchas de sangre y a varios animales comiendo de partes que parecían humanas.
Seguí caminado hasta llegar a un acantilado que tenía un árbol enorme de color blanco. El árbol no tenía hoja alguna, en cambio, había colgado en sus ramas varias partes de humanos mutilados atadas con unas cuerdas. Seguía oculto entre los árboles del bosque, mientras veía como llegaban dos de aquellos caníbales. Parecía que aquel árbol era sagrado para ellos, ya que comenzaron alguna especie de alabanza extraña enfrente del árbol. Decidí seguir con mi camino, no quería tener problemas. Parecía que ellos estaban demasiado ocupados y yo no tenía tiempo para tener una charla con ellos.
Seguí durante unos diez minutos, baje de aquel acantilado y mire a lo lejos un pequeño hueco en el suelo. Corrí hacia el hueco, saliendo de entre los árboles y matorrales. ¡Allí podrí estar mi salvación! El hueco tenía una cuerda para poder bajar a una especie de cueva subterránea. No lo pensé dos veces. Baje por la cuerda, la cual era muy larga y no tenía el suelo cerca. Llegue a toca el suelo. No podía ver nada. Todo era muy oscuro.
De la mochila saque un pedazo de tela y lo envolví en mi hacha. También saque uno de los mecheros que tenía. Con la débil llama del encendedor, le prendí fuego a la tela, teniendo así una antorcha con la cual me adentre en la cueva...

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