Todo fluye, todo cambia.
A veces no quieres ni pensar, te hundes dices. Afrontar ciertas cosas nos hace fuertes, o fríos, quien sabe. Puede que lo segundo sea mejor que lo primero, pero claro, en su justa medida.
Me gusta ser fría, es como una especie de escudo protector, no te dañas, te mantienes en tu postura, sigues con tu vida. Sin embargo, pasa el tiempo y el escudo se vuelve pesado, no puedes sostenerlo durante tanto tiempo, necesitar descansar, o más bien descargar.
Permitirse un respiro para estar mal y reflexionar no tiene porque empeorar nuestra situación, muchas veces nos sirve para recuperar energía.
¿Alguna vez dejaremos de necesitar esa fachada de protección? ¿Es preferible recibir golpes a evitarlos?
En realidad no sabes cuando va a parar, cuándo se cansarán de intentar hacerte daño. Siempre vas a estar a la defensiva y lo sabes, ya no confías. El origen de esa desconfianza se encuentra en la decepción.
Parece que las personas acumulan rencor, el rencor ciega, muchísimo. Recuerdan únicamente los momentos no tan buenos y olvidan los que merecen la pena. El rencor destruye a las personas, las amistades, las relaciones.
Nos gusta sentirnos apoyados, comprendidos y, ¿por qué no?, queridos. La indiferencia es el castigo más grande que puede recibir el ser humano; no te conceden la menor importancia, como si nada anteriormente hubiese existido.
Lo único que queda es la espera, a que todo termine y por fin puedas dejar el escudo a un lado, empezar a vivir, a sentirte bien, a ser tú otra vez.