8 Alexander

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Alexander

¿Pero qué me sucedía?

Esa niña se me estaba colando bajo la piel. ¡Por Dios si yo podría ser su padre!

Nunca me pareció correcto la idea de un hombre mayor con una niña. Porque eso era Alexia.

¿Por qué tenía que ser tan parecida a Priscilla? ¿Por qué hasta sus gestos eran similares? ¿A caso el karma se regodeaba de mi desgracia?

¡Y luego ese vestido! Tal vez eran imaginaciones mías. Pero el vestido azul oscuro que Madmoiselle Alexia había usado en la cena en mi casa, era extremadamente parecido al que usó mi condesa, la primera vez que la invité a la Opera. Es más casi podía jurar que era el mismo vestido. ¡Pero era imposible!

Y sin embargo, ella lo lució igual que Priscilla. Ambas igual de hermosas. ¡¿Por qué no dejaba de pensar en ambas?!

Ni siquiera ahora, cuando el doctor Smith-Adams me explicaba que cuidados habría de ordenar a la enfermera y que modificaciones habría que hacer en la recámara.

Nada de luz extrema. Nada de mobiliario y las paredes acolchonadas.

Sí, así debía mantener a mi esposa.

Y es relamente una historia lamentable. Y siento remordimiento por su estado, al final ella siempre trató de complacerme.

Les contaré.

Catherine Neville, era la hija menor del Lord Neville, uno de los grandes Lores del Reino, primo del rey nada menos. La familia Neville siempre había planeado todos y cada uno de sus matrimonios, sin embargo, nadie quería contraer nupcias con Catherine.

De joven era una mujer realmente hermosa, su cabello era del color del chocolate, y sus ojos eran como el caramelo. Sin embargo, su belleza física no bastaba para hacerla una mujer deseable.

Desde muy temprana edad, Catherine demostró ser una persona frívola, altiva, prepotente y altanera. Hasta cierto punto era comprensible su actitud, pues su familia tenía el derecho de ser pedante.

Pero con los años que pasaban, ella se dio cuenta que el dinero y una cara relativamente linda, no eran suficientes. Su mal carácter solo empeoró al ver a sus amigas casandose y formando familias, mientras ella se quedaba como la solterona de la temporada.

Y luego sucedió que se comenzó a esparcir el rumor de que Priscilla se había fugado con un caballero. Y ese fue el principio de mi fin.

Tonto de mi, creí lo que Lady Woods me dijo de la mujer que amaba. Estaba dolido, y presionado.

Mis acreedores necesitaban el pago de mi deuda cuanto antes o tomarían represalias con mi vida. Tenía el corazón roto y no sabía que hacer.

Y una tarde me visitó Lord Neville. Él vio en mi una oportunidad para su hija. Yo soy un duque, de buena familia, y de linaje largo, estaba necesitado y él fácilmente podía darme la suma que necesitaba. Yo acepté y mi pago sería casarme con Catherine.

La mañana de nuestra boda, ella tenía cara de velorio al igual que yo. Había hecho la peor decisión de mi vida.

Rechacé a mi hermosa pelirroja, bajo una pobre excusa de que debía defender mi honor.

Pero esa no era toda la verdad. Me dolió saber el tipo de mujer que ella había sido. Me aterrizó imaginar que si me casaba con ella, en un fututo yo me convirtiera en su próximo Louis Rousseft, él tonto esposo del cual ella y su amante se reirán. Era muy difícil creer cuando ella decía que me amaba.

Era demasiado riesgoso para mi, y por otro lado estaba el asunto de los Neville. Yo no podía faltar a ese trato, o los hombres de Lord Neville me degollarían sin dudarlo.

Fue el peor error de mi vida.

Catherine como esposa era exigente, y fría, ni siquiera me era grato follarla, no como con Priscilla que siempre fue tan cálida y amorosa, y con la que me entendía a la perfección en la intimidad.

Y lo peor era que ambos debíamos cumplir con las exigencias de nuestros rangos, darle un heredero a la casa Pembrooke y otro miembro varón a los Neville que se sumara a su poderío.

Catherine se comenzó a obsesionar con la responsabilidad de tener un hijo. Lo cual no ayudó a su carácter, pues se convertía en una mujer un tanto paranoica.

El embarazo se intentó durante meses, hasta que casi al año de casados, sucedió.

Entonces, Catherine estaba radiante e incluso sonreía y por ese pequeño instante, pude imaginar que tal vez si lo intentabamos podríamos llegar a ser felices.

Me equivoqué.

El bebé no fue el pequeño marqués que todos esperabamos. Esa mañana de primavera nació una pequeña niña de ojos azules.

Heather.

Y aunque yo la amé desde la primera vez que la vi. Catherine solo la miró con odio y ordenó que se la llevaran lejos.

Después de eso, mi hija pasó a ser cuidada día y noche por una ama de cría. Pues su madre simplemente no soportaba verla.

Pasada la cuarentena, Catherine volvió a sus conductas un tanto obsesas por tener un hijo varón. Ambos lo padecimos.

Solo soportaba tocarla si me obligaba a imaginar que era cualquier otra mujer.

Y a ella parecía no bastarle. Me obligó a tratarla con violencia mientras lo hacíamos y ella reía desquiciada. Hasta que un día decidí que ya no podíamos seguir así.

Me negué a tener sexo con ella, y fue el detonante del infierno.

Catherine explotó, en su rabia, primero intentó atacarme con una navaja de afeitar, y al ver que no podía lastimarme, se comenzó a cortar los brazos y la cara con la navaja mientras me gritaba enloquecida.

Mi hija tenía cuatro años cuando eso sucedió y para mi desgracia, ella lo miró todo desde la puerta.

Desde ese entonces, la salud mental de Catherine se había ido a pique.

Y por su bien, decidí no internarla en un psiquiátrico. Esos lugares eran horrible e inhumanos. Así que estaba al cuidado de enfermeras, en toda la tercera planta de la casa, sin tener contacto con nadie externo.

Solo caminaba en su locura, con los brazos juntos, como acunando un bebé, y murmurando algo acerca de su "pequeño Bryan" su alucine más grande.

Por otro lado, aunque yo amara a mi hija, no podía tenerla en la misma casa que una loca, que además saltaba a atacar como animal salvaje cada vez que la veía. Catherine realmente odiaba a nuestra hija.

Por esa razón mi pequeña creció con sus abuelos, los Neville, en Dovershire. Bajo visitas constantes mías.

Pero tampoco podía esconder de ella, todas mis fechorías. Caí en el alcohol, y solo gracias a mi suegro no recaí en el juego, pero mi nuevo vicio fueron las putas.

Sin embargo, cuando me encontraba solo en mi gran cama, escuchando solo los lamentos de mi psicótica esposa en el piso de arriba. Me arrepentía de haberle dicho que no a Priscilla.

Y aunque todos estos años su recuerdo me perturbo, ahora era muchisimo peor, pues en mis sueños ahora su imagen se mezclaba con la de madmoiselle Alexia.

Y ahora entonces resultaba que además de alcohólico, jugador y calavera, también era un pedófilo.

Pero no era que ella me excitara sexualmente, no. Alexia era hermosa eso nadie podía negarlo, pero no era deseo lo que sentía por ella. Era casi como lo que Heather me inspiraba. Pero mucho más grande.

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Atte.
Lenka Mockingjay.

Amor Y Culpa (Saga Amour #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora