9. La mejor del mundo.

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Me puse una mano en la boca para que no me saliera la carcajada que tenía guardada en la garganta. Pataleé como una niña pequeña el suelo, debido al ataque de risa sin sentido que estaba apoderándose de mí. Se me saltaron las lágrimas, y eso solo consiguió hacerme reir más porque era una completa estupidez. Y me empecé a acordar de cosas estúpidas que me habían pasado antes en la vida. Y me seguí riendo, y ya me dolía la tripa, pero no podía parar. 

Me eché un poco hacia delante, cogiéndome el estómago con las manos y respirando forzadamente. Negué con la cabeza mientras me limpiaba algunas lágrimas traviesas que me salían de los ojos e intenté recomponerme del ataque. Solté un suspiro y fui a apoyarme en la puerta para descansar la cabeza y recuperar mi respiración normal.

Pero justo en ese momento, la puerta se abrió. Y yo, al estar cayendo hacia atrás, me di un fuerte golpe en la cabeza. Grité, medio por dolor y medio por la sorpresa, y me di la vuelta para mirar confusa la puerta.

Y ahí estaba David.

–¿Qué haces ahí?– preguntó. Me sobé la cabeza, sin responder.– ¿Estás bien?

–Em... sí.

Parpadeé varias veces para comprobar que no estaba mareada, y entonces alcé la mirada para verle, y me llevé una extraña sorpresa al ver que estaba medio en bolas. Fruncí el ceño, intentando apartar la mirada de su torso desnudo.

–¿Qué...

–Me iba a duchar, si su majesatad me lo permite.– dijo, metiéndose en el baño, e ignorando que yo seguía tirada en el suelo. Le miré el culo de reojo cuando avanzó por el baño, y tuve que disimular mucho en cuanto se dio la vuelta y me tendió una mano.– Anda, levántate.

Acepté y le apreté la mano con fuerza. Él hizo fuerza solo con el brazo derecho, y mientras me levantaba de un salto, vi cómo se estiraba y comprimía su bíceps.

–Creía que estarías abajo, perdón por el golpe.– se disculpó al soltarme.

–Esto... no, no pasa nada. Solo... da igual.– sonreí, por hacer algo.

–Por cierto, deberías dejar de ser tan cotilla.–dijo él, girándose para mirarse en el espejo.

–¿Cómo?

–Carlos ha venido a hablar conmigo.– me miró de soslayo.– No me gusta que vayas tan de por libre.

–¿Lo siento?

–Sin el tono de duda, mejor.– se dio la vuelta y se apoyó en el lavamanos.– Quiero que entiendas que tienes que ir por cuidado aquí; yo mando, tú obedeces. ¿Vale?

Hice un esfuerzo por mirarle a los ojos.

–Te imaginaba más... sumisa.– dijo David, entre risas.– No tan controladora. Te pondré Cincuenta sombras de Grey como lectura obligatoria, para que aprendas un poquito.

–Pues pregúntale a María, seguro que ella te borda el examen.– respondí, intentando hacerme la fuerte. 

–Ya, Carlos es un chico con suerte.– dijo él, en medio de una risa seca.

–¿Estás diciendo que María sería mejor sumisa que yo?– pregunté, y en cuanto pronuncié aquellas palabras, me arrepentí al instante.

–¿Estás diciendo que quieres ser mi sumisa?– respondió él, con una sonrisa pícara.

–¿Qué? ¡No! Solo digo que yo sería mucho mejor que ella porque... porque soy yo. Y ya.– dije, agitando las manos en el aire.

Me explico peor que una cabra.

Síndrome de Estocolmo {David (Auryn)}-EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora