8. "Buena puntería"

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–Lo siento, pero no le veo el sentido.– dije encogiéndome de hombros.– Se supone que tenemos una familia y unos amigos que nos quieren y tal. Estamos saliendo en las noticias como desaparecidas. ¿No va a ser muy raro presentarnos directamente en una macro fiesta carísima en un hotel como si fuera la cosa más normal del mundo?

–No le veo el problema.– dijo David, negando con la cabeza.

–Nos reconocerán.– dije agitando los brazos para hacer obvia la cuestión.

–Ah, eso. No te preocupes. Es una fiesta de pijos, ¿no sabes cómo van las fiestas de pijos?

Le miré ceñuda mientras comenzaba a caminar de un lado a otro de la habitación. Se supone que estaba esperando mi respuesta, pero decidí dar el voto de silencio y que lo interpretase como un claro y rotundo no.

–¿No has visto ni siquiera películas de fiestas de ese tipo? Venga, cielo, me esperaba más de ti en ese aspecto.

–No me llames así.– me quejé.

–Los invitados se creen guays o algo así. Van con sus mejores galas, un maquillaje y peinado de la hostia, pero llevan máscaras.

–¿Máscaras?

–No me mires así, los ricos son gilipollas, lo sé.

Intenté sacarle un sentido al plan, pero no podía. Seriamente, no podía. Ladeé la cabeza mirándole sin sentido y bufé para disimular la pequeña risa que estaba a punto de escapárseme.

–Y claro, a vosotros no os van a reconocer.– dije señalando lo obvio.– Como no os dedicáis a secuestrar gente y no sabrán cómo sois físicamente...

–Que te he dicho que nosotros no íbamos a ir.– protestó David.

–Pues me fugo.

–Ten valor. –amenazó.

–Tenlo tú de dejarnos solas.– dije frunciendo el ceño.

Se rió de mi intento de intimidación, el cual hubiera funcionado si no me hubiera puesto roja como un tomate esperando parecer amenazadora.

–Y además, no.

–¿No, qué?

–Nadie sabe cómo somos físicamente.– torció una sonrisa maliciosa y apartó su mirada de la mía.– Un mago nunca desvela sus secretos.

–Pero...

–¿No te acuerdas de la piscina? ¿Tú crees que si fuéramos famosos podríamos ir tan tranquilamente a esos sitios? Hace una semana estuvimos en el Parque de Atracciones. Así que en ese sentido, puedes estar tranquila. Si quieres un escolta, iré contigo. Y así me aseguro de que no te fugas.

–Entonces sí que tengo el valor de fugarme.– dije sonriendo victoriosa. Él me miró por encima del hombro.

–No te vas a escapar tan fácilmente.

**

No le volví a ver en toda la tarde después de aquella extraña conversación.

Intenté echarme una siesta, o al menos pegar una cabezada, pero tenía demasiadas cosas en la cabeza como para despejarlas tan rápido y dormir. En toda esa charla había más de amenaza que de nada más. ¿Cómo nadie iba a saber quiénes y cómo eran? Lo que me llevaba a la conclusión de que a), habían lavado el cerebro a sus víctimas o b), que no quedaba rastro de las víctimas. Cosa que parece bastante más probable.

Pensé en María encerrada en una habitación sola con un ordenador. En cualquier otro momento hubiera sido la chica más feliz del mundo, pero no la gusta trabajar bajo presión. Y mientras, ¿las demás? ¿Estarán como yo, tiradas en la cama, pensando en las otras y debatiendo sobre si iba a morir la primera o la última? ¿O tendrían otro tipo de misiones?

Síndrome de Estocolmo {David (Auryn)}-EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora