El silencioso silencio.

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Me iba a derretir porque tendría su sonrisa tan cerca que no podría asimilarlo. Me iba a derretir porque sí, porque él tenía ese efecto sobre mí. Estiré las piernas. Y lo último en lo que quise pensar es que a lo mejor no tenía yo razón, lo mismo él no estaba feliz y simplemente seguía ahí. En su perfecta postura de relajación. Que a lo mejor mi comentario solo había servido para que se fuera silenciosamente. Pero no es posible, porque le siento a mi lado. Y no quiero hacerme ilusiones pero creo, que incluso más cerca que antes. 

Me concentré en mis respiraciones, notaba el subir y bajar de mi pecho a un ritmo algo rápido. Suspiré elevando el tono. Un suspiro que lo decía todo. Que estaba perfectamente agusto así, aquí y ahora. Y que creo que nada en el mundo podría mejorarlo. Pero de repente sentí un ligero escalofrío en todo el cuerpo, y noté su mano en mi cuello. Y poco después sus labios sobre los míos. 

Aún sentados, y, al menos yo, con los ojos cerrados. Disfruté de como él acababa de perfeccionar la perfección. Movió su mano despacio hacia mi nuca y me atrajo más a él. Mientras yo, no sé como, puse la mía en su mejilla. Y creo, sin exagerar, que no me he sentido tan feliz en toda mi vida. 

Empecé a respirar por la nariz con tal de no separarme. Y él al darse cuenta de ese detalle sonrió aun en medio del beso. Tenía ganas de abrir los ojos para verle, pero me daba cosa. ¿Y si el los tenía abiertos? Me iba a cortar un montón. Y si no los tenía podría admirar su preciosa cara de nariz para arriba. 

Al final los abrí, y nuestras miradas chocaron. Y el movimiento de labios cesó, aunque todavía estabamos en la misma postura, solo que ahora sus potentes ojos marrón oscuro - que por fin pude ver con facilidad- me miraban. Era una mirada que no sabría definir, como de estar viendo la cosa más preciosa del mundo, pero apuesto a que esa era la mía. Me ví reflejada en sus ojos, y eso me llegó a intimidar. Volví a cerrar los ojos y le besé. He vuelto a mi droga favorita. 

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–Llama tú.

–No, tú, que son tus amigas.

Unos 10 minutos después del perfecto momento en el suelo, caimos en la cuenta de que una de mis mejores amigas estaba llorando en su cuarto, pues bien, a eso vinimos. Pero ahora nadie quiere abrir la puerta por miedo a un grito, mala contestación o expulsión de la habitación. Nos pasamos discutiendo quien iba a llamar como tres minutos; hasta que al final perdí a pierda, papel, tijera y tuve que llamar yo.

Tock, tock tock.– Ana.– tock tock tock.– Ana.– tock tock tock.– Ana

–Tu ves demasiado la tele, ¿no?– me dijo David después de presenciar el típico acto de llamada de Sheldon Cooper de The Big Bang Theory. 

–¿Luego me llamas a mí friki, no?– dijo María mientras abría la puerta. Nos dejó pasar con un gesto del brazo y entramos.

–Bueeeno... ¿Qué a pasado?– pregunté nada más encontrarme el panorama. Ana con los ojos rojos medio tumbada en la cama. Carlos encima de un cojín enorme y Blas sentado en el borde de la cama. Es verdad, que este era el cuarto de Blas. 

–¿Te duele el culo?– me preguntó Ana. Carlos se atragantó con lo que estuviese comiendo y empezó a toser.– Por Dios no pienses tan mal, salido. Se cayó de culo antes, y sé que duele, por eso pregunto.– Se escuhó un "aaah" general. 

–Que va, he tenido caidas peores.– dije sonriéndola, dado que ya me volvía a hablar bien.

–Pero no creo que mejores levantamientos, ¿no?– dijo ella divertida; ahora David se puso a toser. 

–Muy graciosa. Mira, me estoy meando.– dije. Apuesto a que estoy como un tomate ahora mismo. No me gusta sonrojarme, me hace sentir como débil.– En fin, ¿de que hablabais?

Síndrome de Estocolmo {David (Auryn)}-EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora