10. "Gracias, tú no"

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–¿Quién me lo iba a decir?– dije, soltando un suspiro frustrado, mientras Claudia me abrochaba el vestido por la espalda.

Que serías la luna y yo la tempestad.– comenzó a cantar María, desde el baño.

–¡Calla!– gritó Claudia.– ¿Quién te iba a decir qué?

–Que dos semanas encerradas en una casa sin poder salir se iban a pasar tan deprisa.– dije, removiendo los hombros, para adaptarme al traje.

¿Quién me iba a decir? ¡Que seríaas la sangre de mi corazóon!– siguió cantando María.

Claudia rodó los ojos y me dio la vuelta para mirarme de frente. Me ajustó el escote del vestido y dio un paso para atrás, para darme el visto bueno.

Y sí, ya habían pasado dos semanas del secuestro (por llamarlo de alguna manera) más extraño de la historia.

Había hecho bastantes buenas migas con David, en el fondo podía llegar a ser un tipo majo y agradable. Siempre que no se pusiera en plan obsesivo-compulsivo y me dieran ganas de arrancarle la cabeza de cuajo. Pero, generalmente, era ameno estar con él.

Andrea, María y Claudia llevaban una semana un poco decaídas, aunque se esforzaran por ocultarlo. La semana que viene habría sido su graduación, y ellas estaban aquí, encerradas, sin poder planear ataques contra los profesores a los que más asco tenían, o eligiendo el mejor rímel resistente al agua por si se ponían a llorar.

Ana y yo íbamos un curso por debajo, así que seguíamos inmunes a sus quejas.

Pero ahora, no había ni un solo drama o martirio que importase, porque hoy era el gran día del atraco al hotel. Y nos habían dicho que, al haber dos planes para atacar, cada bando tendría que pasar más tiempo junto, para organizar sus estrategias y ordenar movidas psicológicas. Así que Claudia, María y yo nos habíamos pasado los últimos días codo con codo, sobretodo mirando mapas y aprendiéndonos los caminos. María intentó enseñarnos cómo acceder a la base de datos del ordenador central, por si había algún problema y ella no podía, pero Claudia y yo solo pudimos ver demasiados números, flechas y más números cada vez más complejos. Ella nos dijo que eran coordenadas y vectores. No nos importó, y decidimos que nuestra misión principal sería mantenerla con vida.

Claudia me apartó el pelo del hombro, y sonrió satisfecha. La verdad es que iba guapísima, el pelo recogido la daba un aura de seriedad que hacía que quisieras confiar en ella en seguida. Yo había pasado de recogerme el pelo, y al parecer no era la única. María salió del baño, aún tarareando la canción de David Bisbal, y tiró un puñado de horquillas a una de las camas que había estampadas a la pared. Creo que estábamos en su habitación, porque se la veía desplazarse con seguridad. Claudia bufó.

–¿Para qué te sueltas el pelo?– la regañó.

–¡Me molestaba!– se defendió ella.– Y yo necesito comodidad para poder cometer actos ilegales.

–Claro, y llevar un pinganillo en la oreja no es incómodo.– dijo Claudia, cruzándose de brazos con el gesto enfadado.

–Eso es una muestra de profesionalidad. Necesito intercomunicadores para garantizar seguridad en la operación.– dijo María, chistando.– ¿Nunca has visto una película de espías?

–Hoy creo que voy a ver una auténtica comedia.– dije, suspirando. Volví a ponerme por el hombro el mechón de pelo que me había quitado Claudia y fui a buscar mis zapatos.

Eché una ojeada por el suelo, pero solo estaban nuestras deportivas habituales. Fruncí el ceño y fui hacia el baño, pero también estaba vacío. Me puse en lo peor y quise llorar porque no tenía zapatos, y sin zapatos no podría andar, y si no podía andar me iban a matar.

Síndrome de Estocolmo {David (Auryn)}-EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora