4 de junio
Un rayo de luz rebelde entró por la ventana dándome de lleno en los ojos. Qué suerte. Me revolví en la cama intentando volver a dormirme, pero hay demasiada luz. Joder. Quién me mandaría a mí no bajar ayer las persianas antes de acostarme. Me pongo boca abajo gritando en la almohada. Puta vida. Que en una semana me gradúo. Me siento vieja, parece que fue ayer cuando me peleaba con mis compañeros preescolares por cojer la cera azul cielo de la cesta, o por cojer el mayor número de rebanadas de pan en el comedor para hacer murallas con ellas. O símplemente el colegio, Dios mío como extraño el colegio. Vuelvo a amortiguar un grito gracias a la almohada.
Por más que quiera volver atrás, la pura verdad es que mis pesados dieciocho años me persiguen. Ya no tengo cuatro para ser libre y comer plastilina. Nope. Ya tengo responsabilidades y eso. Y no me gusta. Nooo, no me gusta. Bostecé, comiéndome la funda de la almohada. Tosí mientras me levantaba para recuperar aire. Que ascazo. Claro, si fuera pequeña ahora mismo podría quedarme en la cama viendo los Lunis o El oso de la casa azul. Doy una patada a la sábana y me desperezo. Vaya pelos de loca. Debería de ducharme, pero voy a ir a la piscina, es ilógico.
Una vez lista, me encargo de prepararme mi propio almuerzo para la piscina. No me fio nada de que mis amigas me traigan algo de comer. Cogí una neverita azul de encima del armario y me puse a guardar cosas. Los sándwiches que ya había echo, varias latas de CocaCola, vasos de plástico, sobrecitos de ketchup y de mayonesa. Ahora me falta la mochila de cosas útiles. Vacié la mochila de clase tirando los libros encima de la cama y me puse a meter la toalla y las chanclas. Me cambié el bañador y, justo al acabar de hacerme una coleta, llamaron al timbre.
Y volvieron a llamar, y otra vez, y otra. Joder. Me colgué la mochila al hombro, cogí la neverita y me encaminé hacia el portal sin siquiera contestar al telefonillo. Llamé al ascensor. Vino pronto. Me metí. Pulsé el 0. Bajé. Me estaban esperando Ana y María con cara de pocos amigos.
–Queda a una hora, decían. Tus amigas serán puntuales, decían.– se quejó María con tono sarcástico.
–Aj, cállate. ¿Y las demás?
–Hemos quedado allí directamente con ellas.
–¿Y si llegan tarde? Claro, de mí no os fiais y me teneis que recojer, pero ellas pueden ir por libre. Pues muy mal.– protesté, abriéndome paso entre ellas.
–No es por eso. Es que mis padres me han castigado sin coche y eres nuestra única salvación. Si no irías por tu cuenta.– dijo María, esbozando una enorme y falsa sonrisa.
–Me quereis por interés, malas pécoras.
Al final cogimos el coche de mi madre. Porque yo tenía carnet, pero no coche. Espero que fuera regalo de Navidad muy anticipado. O si no, bueno, mientras no me chocara ni nada por el estilo lo podía cojer siempre que quisiera.
Se me caló varias veces en el trayecto. Y mis queridas amigas se reían de mí en vez de motivarme a seguir adelante. No os podeis imaginar las ganas que me dieron de parar el coche, abrir la puerta y que se largase andando. Y paro el coche porque soy una buena persona y todo y no me apetece que se mate.
Luego el problema es que lo de aparcar no es mi fuerte. Y sí, se podría decir que di algún que otro toquecito al coche de delante. Y al de atrás. Pero bueno, yolo. Bajamos del vehículo y escuchamos un gritito agudo. Encorvamos un poco las rodillas, a lo ninjas, para escuchar más atentamente de dónde prevenía el sonido. Hasta que noté un peso en la espalda y empecé a dar vueltas sin yo quererlo.
–¡Wii! Ya pensabamos que no íbais a venir.– dijo Andrea alegre sobre mi espalda.
–Bájate, mojigata, que pesas.– me quejé.
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Síndrome de Estocolmo {David (Auryn)}-EDITANDO
De Todo"Se denomina Síndrome de Estocolmo a la relación entre un secuestrador y su secuestrado más alla de eso, como una relación de amistad, incluso más. Puede llegar a extremos altísimos, tanto como para defenderle delante de autoridades" Un trabajo par...