Cosquillas

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Había tensión en el ambiente a la hora de la cena. El irritante sonido de los tenedores y cuchillos rasgando el plato, luego pinchando y vuelta a empezar, me estaba volviendo loca.  Desde que Ana había vuelto parecía que un aura de depresión y tenebrosidad inundaba el ambiete. Nadie se atrevía a levantar ni un poco la voz debido a la situación, ni una sonrisa, ni un gesto extrovertido. 

Y la cosa empeoró aun más con la llegada de Blas. 

Fue la gota que colmó el vaso, miraba mal a todo el mundo, y todo el mundo le apartaba la mirada. La noche calló antes de tiempo, o eso parece, y una ligera neblina se acurrucaba en derredor de las ventanas. Un par de veces intentamos sacar tema de conversación, y un par de veces nos llegaron dos peligrosas miradas de los siniestros de la casa. Como si todo estuviese más triste de golpe, más decaido... Como si hubiera una banda de Dementores rondando por fuera de la casa...

Me junto demasiado con María. 

Apartando el pensamiento friki de mi cabeza, miro fijamente a todos y cada uno de los componentes de la extraña cena que estabamos teniendo (ahora parece el cluedo). La mayoría con cara larga, aunque dos con ganas de levantarse y matarse allí mismo. No entiendo por qué se llevaban tan mal, el chico no parece tan malo. Y a Ana la conozco, está loca cuando la da el punto.

–Bueno, ya vale– dijo Dani dejando el tenedor con fuerza en la mesa.–, si estais de mal royo no teneis por qué venir a joder a todo el mundo.– Suspiró frustrado y se levantó.

–Mira niñato de mierda tu no eres quien para venir aquí a decir lo que puedo o no puedo hacer.– le respondió Blas cortante.

–No tienes ningún derecho a hablarle así, se supone que es tu amigo.–dijo Ana intentando controlarse

–Tengo el derecho que me sale de los cojones.–respondió otra vez Blas, fijando su mirada en ella.– Sobretodo me vas a venir tú a tocar la moral.

–Como si hubiera elegido yo malgastar mi tiempo peleando con subnormales como tú cuando puedo estar peleando con... yo que se... el perro porque no me da la pelota.

–¿Me comparas con un perro?

–Y da gracias, que me estoy callando mucho.

–Vosotros dos. Ya.– dijo David mientras paraba a Blas apunto de levantarse.– Vamos a cenar como personas medianamente normales y vamos a parecer felices.– dió un puñetazo a la mesa, y me hace dar un respingo en la silla. 

Nadie volvió a hablar, pero el ambiente no era tan malo. Después del puñetazo a la mesa y de mi susto repentino, David me dirigió una sonrisa burlona. Casi me levanto y le pego yo. Otra vez. Es que enserio, hay veces en los que te dan ganas de comertelo; de achucharlo hasta el fin de tus días y pellizcarle los mofletes. Pero otras daban ganas de cojer una silla de clavos y empotrarsela en la cara, o mejor, usar tu propio puño para hacerlo. Sin duda prefería la primera, cuando me llamaba Ranita y veía Phineas y Ferb. Cuando se reía y me contagiaba. Cuando contabamos chistes malos, muy malos, y solo nos reíamos nosotros...

Cuanta bipolaridad. 

Pero seguimos en silencio, aunque esta vez porque nadie tenía un tema de conversación lo suficientemente interesante. Suspiré y dejé el tenedor al lado del plato. No quería más. No tenía hambre. Cogí un pedazo de pan y me puse a observarlo. Las pequeñas miguitas completaban el pequeño óvalo que formaba la corteza. Parece tan inofensivo. Con un rápido movimiento lo bajo y lo mojo en los restos de la salsa que antes recubría mi comida, y vuelvo a observarlo. Ahora una gruesa, pero pequeña capa de un color rojo lo recubre. Una vez me dijeron "El pan no engorda, engorda toda la mierda que le untas" y me marcó de por vida. Suspiré y me llevé el trozo de pan a la boca. Puede que engorde, pero está riquisimo.

Síndrome de Estocolmo {David (Auryn)}-EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora