11. El barbas

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El camino se hizo bastante menos ameno de lo que me esperaba. De un momento a otro, en cuanto David arrancó el coche, este se llenó de un aire de tensión palpable solo con respirar. Intenté relajarme mirando por la ventanilla, pero el cabezón de Claudia me lo impedía. Respiré hondo sin hacer demasiado ruido y me mentalicé de que todo iba a salir bien mientras acariciaba la máscara.

Estábamos pasando por el centro de Madrid, el que tantas veces había transitado yo con mis padres, o incluso con las chicas que llevaba ahora mismo a mi lado. Estaba comenzando a atardecer, y la silueta de la ciudad bañada de tonos rojos y amarillos hizo que se me encogiese el corazón. Apreté los labios en una fina línea para acallar mis emociones y volví a mirar a la carretera que tenía delante de mis ojos.

En menos de media hora, David estaba aparcando en un inmenso parking lleno de cochazos de todas las mejores marcas y modelos. Los chicos nos hicieron un gesto para que nos pusiéramos las máscaras, y con el corazón en un puño salimos.

Blas había aparcado el otro coche justo en frente del nuestro. Bajamos prácticamente a la vez, y Ana y Andrea cruzaron una mirada con nosotras a través de los pequeños agujeros en los ojos de las máscaras. Andrea negó con la cabeza y suspiró mientras comenzaba a caminar, seguida de Ana, que no dijo una palabra mientras su melena rubia golpeaba sus hombros.

Nos reunimos los diez en un pequeño corrillo antes de entrar al hotel.

–Quiero tranquilidad y profesionalidad.– dijo Blas, tendiéndonos a cada una un pequeño pinganillo de oreja.– Es para el oído derecho, solo lo llevaréis vosotras, os podéis comunicar estéis donde estéis en un radio de dos kilómetros. Para hablar, pulsad el botoncito del centro.

María se colocó el suyo la primera, buscando la mejor posición.

–Tomároslo con calma, pero no demasiada.– dijo Carlos, alzando las cejas.– Yo me quedaré en el vestíbulo principal con David y Álvaro.

–Y Blas y yo subiremos con vosotras, pero no entraremos.– dijo Dani, señalando a Ana y a Andrea.

–¿Tenéis perfectamente claro lo que hay que hacer?– preguntó Álvaro.

Las cinco asentimos en silencio.

–Pues que empiece la fiesta.– dijo David, mientras se ponía su respectiva máscara.

Atravesamos la puerta del hotel y dos seguratas nos miraron de reojo. Vi que María alzaba la barbilla y las cejas, haciéndose más grande para dar impresión de prestigio. Como autómatas, las cuatro restantes imitamos su gesto y pasamos al vestíbulo con las zancadas más grandes que nos permitía el vestido.

Nos perdimos un poco entre la gente al principio. Intentando localizar los mejores puntos y momentos de huida. Claudia nos cogió a María y a mí por los codos y nos llevó a un rincón vacío.

–Álvaro me ha dado este mapa.– dijo tendiéndonos un papel, que era más pequeño que medio folio.– Creo que os vendrá mejor a vosotras, dado que yo me voy a quedar más afuera.

–Quédatelo tú, Carla.– dijo María.– Yo he memorizado todos los pasillos de nuestro recorrido.– dijo María, ajustándose por última vez su pinganillo.

Lo cogí con las manos temblorosas y asentí con la cabeza.

Lo ojeé para ubicarme e intentar memorizar los recorridos más recomendables. Había varias X escritas con rojo por encima para indicar los puntos clave. Achiné los ojos para intentar leer las pequeñas anotaciones y descifrar la letra de médico con las que estaban escritas.

–¿No hay mapa de las demás plantas?– pregunté, fijándome en que este solo abarcaba la planta baja y parte pequeña del sótano.

–No, supongo que Ana y Andrea tendrán el de las demás plantas. Supongo.– dijo Claudia, encogiéndose de hombros.

Síndrome de Estocolmo {David (Auryn)}-EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora