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Habían transcurrido casi dos días desde que Harry le había explicado cómo eran las cosas a Giselle y, todavía, no podía convencer a su nee'ka de que saliera de sus aposentos. Con los dientes apretados, se dirigió al dormitorio a bordo de su crucero gastroláctico con cinco hermosas sirvientas cautivas y cuatro lujuriosas Kefas a Remolque.

Giselle se rehusaba a usar una qi'ka frente a Lord Death; ése era el motivo principal para mantenerla oculta. Se rehusaba a unirse a Harry en la cámara de baño con las Kefas; aducía que le resultaba atroz pensar que él tenía esclavas. Se había rehusado a esto y a aquello, incluso a aprender cómo complacerlo.

Bueno, ya no más. Era hora de tomar de las riendas a su animosa nee'ka y enseñarle de una buena vez quién era amo y señor en este lugar. Sería mejor que la pequeña puta dejara de rechazar órdenes directas y, pensó él con un gruñido, que dejara de apretar los condenadamente embriagantes labios como si él fuera un niño recalcitrante.

Lunares o no, su belleza ya no cautivaría más a Harry. Giselle iba a tener que unirse a él la noche siguiente por lo que Harry pensó que era prudente conocerle el cuerpo más íntimamente antes de penetrarla.

Y, pensó el sombriamente, saldría de sus aposentos y se pondría la qi'ka para el ágape vespertino con Death esta noche. Harry quería que su mejor amigo conociera a su adorada nee'ka. Y, admitió con arrogancia, también deseaba jactarse de sus lunares; quería que Death contemplara la gloria de sus senos similares a una golosina migi. El rey tenía derecho a jactarse de su botín de guerra.

El palo de Harry se volvió dolorosamente rígido cuando sus pensamientos se concentraron en su alunarada nee'ka. Era hora de tomar de las riendas a su pequeña puta y enseñarle los placeres de atender sus necesidades.

* * * * *

Giselle apretó los labios con desaprobación mientras deslizaba los dedos por las supuestas prendas que se encontraban dentro del vestidor de su dormitorio. Si esto no era la gota que derramaba el vaso, no sabía qué podría serlo, pensó ella sombriamente. Las polleras qi'kas de estilo sarong eran transparentes y dejaban ver toda la pierna izquierda hasta la cadera y las camisas sólo eran tops transparentes o corpiños de bikini sin breteles que se unían en un nudo apenas por debajo del escote.

¡Maldito infierno! ¡Acaso mi vida podría volverse más espantosa!

Al no permitírsele usar ninguna otra ropa, Giselle se envolvió el cuerpo con la suavísima vesha y caminó en puntas de pie de regreso a la cama elevada. Se desplomó sobre el borde con un suspiro de agotamiento mientras se deslizaba agitadamente las manos por el cabello.

Había sido, sin duda, los dos días más agotadores emocionalmente de su existencia. Un gigante de siete pies de altura que aseveraba ser rey de cierta luna llamada Sypar la había secuestrado y desposado. Le habían prohibido que usara cualquier prenda de vestir, salvo los horrores transparentes de ese infierno de vestidor. Estaba casada con un esclavista que aseveraba que todas sus esclavas estaban encantadas, que no contaban con la habilidad de pensar ya que habían sido creadas a partir de arenas coloreadas trelli de los confines del planeta Tryston; donde demonios se encontrara.

Como si todo eso no fuera abrumadoramente suficiente, pensó ella con mal humor, ni siquiera podía preservar su modestia corporal ni escudar su cuerpo de las manos y la lengua curiosas de Harry. Cada vez que Giselle intentaba hacer algo, el gran bebé comenzaba con su maldito gruñido y el color azul de sus ojos alternaba con ese aterrador verde. Peor aún, ni siquiera podía enojarse con el libidinoso porque sabía que sus emociones eran genuinas y que él realmente sentía que estaba a punto de caer en el abismo de la locura, cuando ella se alejaba asustada de él.

Sin Piedad (H.S) 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora