Capítulo 1

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Dejé mi cuerpo caer sobre el sofá. Estaba harta de desmontar cajas y guardar cosas. Llevaba el día entero acomodando mis pertenencias en mi nueva habitación. Mi familia se mudó a causa del nuevo trabajo de mi padre. Con cambiar de trabajo me imaginaba que mínimo seguiríamos en el mismo estado. Pero no. Pasamos de Los Ángeles a Weirdville, en Florida. Nos mudamos (por suerte) a la ciudad donde solemos veranear. Bueno... todo por un trabajo. Un trabajo bastante bueno, creo. Trabajar para el Centro Espacial Kennedy es bueno, ¿no? Sí. Aunque a penas veré a mi padre porque sus horarios serán horribles, pero da igual. Me gusta estar sola en casa. Puedo relajarme y hacer lo que quiera. 

Salí al jardín trasero. Tenía una piscina rectangular de piedra, cubierta por una lona azul. Había un árbol que dejaba caer sus ramas, al estilo de un sauce llorón, sobre la hierba generando sombra.

Escuché el chirrío de una verja e instintivamente observé a la casa de al lado. Un chico que aparentaba 17 años me miró fijamente. Le mantuve la mirada durante unos segundos hasta que él la apartó.

Entré en casa y subí a mi habitación. Puse mi lista de reproducción favorita y me dejé caer sobre la cama.

Miré al techo blanco, la pared era del mismo color, decorada con unos pósters que había colgado a prisa para que no fuese tan aburrido todo. Tenía cajas abiertas y tiradas por todas partes y, realmente, era un desastre. Más de lo normal.

Escuché el timbre y dejé la libreta sobre mi escritorio. Bajé lentamente las escaleras. Mi padre no llegaría hasta tarde, al igual que mi madre. Miré por la mirilla y vi a nuestro vecino con una caja de pastelería. Al menos eso parecía. Abrí la puerta quedando frente a él. 

—Hola.

—Hola. ¡Anda, Astrid! Mi enemiga ahora es mi vecina... Bueno, mi madre hizo estos cupcakes.

—Ah. Genial. Gracias-dije extendiendo las manos para coger la caja pero rápidamente la apartó.

—¿No piensas invitarme a pasar?

—No.

—Wow. Venga, nena, déjame pasar— dijo intentando hacerse paso.

—Dije que no— dije poniéndome en medio. Él miró sobre mi hombro. Me sacaba una cabeza y ahí ya no podía hacer nada.

—Bueno, pues te los daré esta noche cuando vengáis a cenar. Mi madre os invita.

—Pues vale.

—Adiós— dijo de espaldas y haciendo un gesto con la mano. Ese chico era idiota. Y me caía mal.

Cerré de un portazo y subí de nuevo a mi cuarto a escuchar música. Vivan las vacaciones de verano.

AlienaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora