Capítulo 16

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Una pequeña niña se acercó. Tenía el pelo naranja y los ojos amarillos. Sonreía con las manos en la espalda. Al sacarlas, dejó a la vista una corona de conchas y gemas. Era preciosa y parecía tan delicada que temía tocarla.

—Es... pa-para usted, majestad.

—Gracias...

Una mujer de ojos amarillos y pelo rojizo se acercó a nosotras y colocó las manos sobre los hombros de la niña.

—La hicimos con lo que pudimos, majestad. Aquí no tenemos los materiales que tenemos en casa.

—No se preocupen...

Me giré a los demás y esperé a que dijesen algo.

—Sí, vamos, le enseñaremos su habitación, majestad— dijo Nua.

Me guió hasta una tienda de campaña enorme, con una habitación y una sala con unos cojines en el suelo y una mesita. Era muy grande a decir, demasiado para mí sola.

—Es todo lo que conseguimos, majestad.

—No pasa nada, Nua, y por favor, deja de llamarme majestad. Me hace sentir vieja.

Asintió sonriendo y salió de la tienda. Miré a mí al rededor hasta que escuché a alguien detrás de mí.

—Me toca la guardia nocturna así que me quedaré por aquí, ¿vale?

—¿Por qué tú?

—Yo también me lo pregunto. Donna dice que soy el indicado porque no tengo miedo de apretar el gatillo contra nadie.

—Ah. Vale. Yo... me voy a dormir. Buenas noches, Jul.

—Buenas noches, majestad.

(...)

Vacío. Vacío puro. No había nada, ni nadie. Ni ruidos ni aire. Nada.

Aliena.

Solo había un ser que me llamaba así.

Tú otra vez.

¿Me echabas de menos?

En absoluto.

Sonreía cínicamente  frente a mí.

¿Te gustó el amiguito que te mandé?

No. ¿Por qué? ¿Por qué a mí?¿Qué hice? 

Nacer, querida.

Y saltó sobre mí, estrujó mi cuello con sus manos. El aire me empezó a faltar, notaba mi cuerpo paralizarse poco a poco, mi corazón dejaba de bombear sangre...

Me levanté de golpe. Estaba sudada. Las sábanas estaban en el suelo. Mi pecho subía y bajaba muy rápido.

—¡¿Astrid?!— Noah entró en la habitación y se acercó a la cama. Su mano se apoyó en mi hombro y sus ojos se clavaron en los míos— ¿estás bien?

Asentí insegura. No me iba a mostrar temerosa frente a él.

—Vale... descansa— se levantó y empezó a caminar hacia la puerta.

—Para. ¿Puedes... puedes quedarte?

Me miró y se paró frente a la puerta. El silencio era atroz. Lo único que se escuchaban eran nuestras respiraciones. 

Cogí la sábana del suelo y me cubrí con ella para volver a dormir.

AlienaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora