Capítulo 2

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En cuanto llegaron mis padres les comuniqué la invitación de la vecina a cenar. Mi madre respondió que se había encontrado a la señora Kennedy antes de entrar y que ella se lo había comentado. Obviamente mi madre aceptó. Y ahí estaba yo, arreglándome para volver a encontrarme al chico engreído.

Bajé las escaleras y vi a mis padres ya listos. Mamá llevaba un hermoso vestido rojo, con unos zapatos de tacón negros. Papá llevaba una camisa y unos jeans. Yo llevaba un vestido corto negro y unos zapatos de taco bajo.

Timbramos en la puerta y la señora Kennedy nos sonrió. Tenía los mismos ojos azules y su pelo era también rubio, aunque liso completamente. Parecía tan amable, al contrario que su hijo...

—Hola, adelante, pasad. La cena está a punto.

—Gracias— sonrió mi madre- Marie, ellos son mi marido Lucas y nuestra hija Astrid.

—Un placer— respondió la mujer sonriendo y dándole la mano a mi padre para después darme un beso a mi en al mejilla- Julie, Lucas y Astrid, él es Julem- dijo presentando a su hijo. Él sonrió a mis padres y pasó su mirada sobre mí.

Los cinco caminamos hasta el comedor donde la mesa ya estaba puesta y la comida lista. Nos sentamos y la señora Kennedy empezó a servir. Empezamos a comer y tras los elogios de mis padres por la cena, los tres empezaron una amena conversación. Marie llevaba casi toda su vida fuera del pueblo, no me había conocido. Tan solo a mi madre. 

—Hay algo que ronda mi cabeza desde que entrasteis...— empezó la señora Kennedy— ¿por qué tanta diferencia entre padres e hija?

—Oh, Astrid es adoptada. Pero la sentimos como de la familia...

—Excepto por el pelo y los ojos—bromeó mi padre. Era verdad, ambos tenían el pelo negro mientras que yo era rubia. Los ojos de mi madre eran mieles y los de mi padre azules, pero nuevamente la diferencia se hacía presente al ver mis ojos que eran uno verde y el otro azul.

Marie rió mientras levantaba los platos. Julem le seguía con la fuente donde anteriormente estaba la carne. Ambos volvieron con la caja que Julem me había ofrecido a la tarde.

—Y unos cupcakes de postre...

Cogí uno con glaseado de color azul y le di un mordisco. El sabor me golpeó e hizo que me marease un poco. Marie sacó una botella de licor y sirvió tres chupitos, uno para ella y dos para mis padres. Mientras, mi mareo subía de nivel. Aunque intentaba que no se notase, no quería arruinarle la noche a nadie.

—Mamá, papá me quiero ir...

—Oh vamos. Si nos lo estamos pasando muy bien.

—Pues dame las llaves de casa y os espero allí.

—Vale...— dijo mamá buscando en su bolso y dándomelas.

—Julem, cariño, acompáñala— dijo su madre. Él entornó los ojos, recibiendo una mala mirada por parte de Marie.

Ambos salimos. No intercambiamos palabra. A ninguno le agradaba el otro y menos había tiempo para hablar. A penas eran 10 metros.

—¿Estás bien?— dijo cuando llegamos a mi casa.

—Claro, ¿por qué no?

—No sé, hay cosas raras en esta ciudad...— susurró de forma casi inaudible.

—Bueno. Toma— dije entregándole las llaves— dáselas a mis padres y diles que me voy a dormir.

—Vale, hasta mañana.

AlienaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora